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La Significación de la Nueva Política Económica


Enviado por   •  25 de Febrero de 2018  •  Monografías  •  9.155 Palabras (37 Páginas)  •  138 Visitas

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La Significación de la Nueva Política Económica

Angel Vivanco – FHyCS-UNaM

Resumen

        La década de los años veinte del siglo XX estuvo identificada en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas por dos cambios de rumbo muy significativos: el abandono del Comunismo de Guerra y su reemplazo por la Nueva Política Económica (NEP) en 1921, y la adopción de una estrategia de industrialización apresurada, precisada en el Primer Plan Quinquenal de la economía en 1929. Este periodo estuvo marcado por varias crisis económicas, de diversas raíces, además de intensos conflictos políticos en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que produjo una etapa de gran producción teórica de los intelectuales y economistas que directa o indirectamente tomaron parte en ese contexto. Sin lugar a dudas fue una época de avances y retrocesos, pero que sentó las bases económicas, políticas, sociales y culturales de la URSS.

        En el presente trabajo realizamos una reconstrucción histórica, tanto del periodo pre-soviético, como el del Comunismo de Guerra y la Nueva Política Económica. Además, pondré en tensión diferentes posicionamientos teóricos sobre la economía soviética del periodo. Discutiremos con los planteos que defienden la necesidad de la NEP como vía hacia el Socialismo, así como también con los autores que plantean sus análisis sin tener en cuenta el contenido mundial del capital.

Palabras clave: Nueva Política Económica – Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas - Crisis – Debate  - Capital

La Rusia pre-soviética: breve reseña histórica

        Al comenzar el siglo XX el Imperio Zarista era considerado como una potencia mundial. Se extendía desde Finlandia hasta Vladivostok, con una población aproximada de 175 millones para 1913 y su territorio, extensísimo, ostentaba riquezas incalculables. A pesar de tener vastos recursos naturales y una población gigantesca para la época, la Rusia Zarista era débil y poderosa al mismo tiempo. Era poderosa justamente por su potencial económico, gracias a sus extensos recursos, pero débil por sus formas políticas y sociales.

        El Imperio de los zares era una monarquía feudal centralizada. Esta característica fundamental de su Estado hizo que se insertaran las relaciones de producción capitalistas de manera tardía en el territorio, comparado a los países de Europa Occidental. La abolición de la servidumbre[1] en 1860 fue una forma de hacer ingresar a Rusia en el circuito moderno de acumulación de capital. Desde ahí en más comenzó un proceso de desarrollo “a saltos”[2], en donde el capital extranjero inició un fuerte proceso de inversión en el Imperio, generando así la extensión de las relaciones de producción capitalistas. En palabras de Julio Godio este proceso implicó que desde 1860 hasta 1913 la economía creciera entre un 5% y un 8% anual, fundándose así un capitalismo industrial[3]. Pero pronto, este acelerado proceso de crecimiento económico, propiciado por el auge del capitalismo industrial, iba a chocar con las características del Estado Zarista, que no reflejaba la necesidad de acción política del capital, es decir, una moderna democracia liberal burguesa. Sectores de la nobleza empobrecida comenzaron a cuestionar el orden vigente y, de esta manera, organizar su acción política. Ya para la década de 1880 los cuestionamientos al orden zarista estaban asentados, de hecho en la década de 1860 comenzaron a verse los primeros visos de acción revolucionaria, encarnada en los “populistas”[4]. El socialismo utópico y los preceptos liberales guiaban a los populistas, pero estos jóvenes revolucionarios no estaban organizados políticamente y  por eso eran rápidamente desactivados por las fuerzas represivas del Estado Zarista.

Luego de la década de 1880, producto de los fracasos de los populistas, surge un nuevo sector dentro de la inteliguentesia rusa, los marxistas, que rechazaban a la tradición socialista utópica precedente, las tácticas terroristas y la ponderación del campesino como el modelo a seguir para liberar al pueblo ruso. Basándose en las leyes objetivas de Marx y Engels, consideraban que el Capitalismo era la única vía hacia el Socialismo, y que el proletariado fabril debía ser el sujeto que encarne la potencia revolucionaria necesaria para instaurar el Socialismo. El desprecio por el Socialismo Utópico por parte de este grupo se fundaba en que el mismo sólo se limitaba a aspectos éticos y morales, en cuanto a crítica al Capitalismo, cuando el último era pasible de ser abordado y criticado de manera científica. Esta facción marxista de la inteliguentsia se nucleó alrededor de la figura de Georguii Plejánov.

La Revolución de 1905

        Comenzado el siglo XX, la expansión rusa en el Lejano Oriente la llevaba a un enfrentamiento con otra potencia imperialista emergente de la región: Japón. A pesar de que algunos Ministros del Zar instaron a la calma, la sensación que existía en la corte y en la alta burocracia era que había cosas en el Extremo Oriente de las que sería fácil apropiarse ya que Japón, al no ser una potencia europea, no implicaba un serio adversario. De este modo la guerra ruso-japonesa estalló en enero de 1904, iniciada formalmente por Japón, pero anhelada al mismo tiempo por el Imperio Ruso.

        La guerra resultó una serie de vergonzosas derrotas para Rusia, por tierra y mar. Esta situación generó un estallido social contra la autocracia zarista, liderada políticamente por los liberales. Además, a finales de 1904 y en los primeros meses de 1905 los ataques terroristas eran moneda corriente, sumada al levantamiento de los obreros y los estudiantes. Un ejemplo fue la movilización, pacifica, de los trabajadores de San Petersburgo, liderada por un sacerdote renegado, con el fin de llamar la atención del Zar sobre sus reclamos económicos. La movilización fue brutalmente reprimida, en un suceso conocido como el “Domingo Sangriento”. Esta acción de los aparatos represivos del Estado Zarista dio por iniciada la Revolución.

        La autocracia estaba paralizada, la guerra con el Japón estaba en un estadio peligroso para sus intereses y la insurrección en el territorio no era capaz de ser sofocada. Witte logra, en el tratado de Portsmouth, negociar las condiciones de paz en términos ventajosos para Rusia, pero las huelgas de los ferroviarios impedían que los más de 1 millón de hombres que se encontraban en Manchuria pudieran volver. Acorralados, los zares se vieron obligados a dar concesiones y producir reformas en el sistema político. La Revolución Liberal de 1905 significó la creación de la Duma (Parlamento) y el principio de una Constitución, expresados en el Manifiesto de Nicolás II[5].

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