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La brujería en la España del siglo XVII


Enviado por   •  30 de Octubre de 2018  •  Trabajos  •  2.789 Palabras (12 Páginas)  •  154 Visitas

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La brujería en la España del siglo XVII

Enric Montia Linares

Historia: Los fundamentos del mundo moderno (grupo 1)

Curso 2016-2017

La brujería en España, como un acto que debe ser perseguido judicialmente, aparece durante la Edad Media, cuando se pasa de ver a la brujería como un acto de superstición a pensar que aquellos que la practican pretenden hacer pactos con el diablo. Aun así, en España no se produjo la fobia que se apoderó de Europa en los siglos XVI y XVII, ya que a aquellas personas acusadas de hechicería normalmente se les tenía más por víctimas engañadas por el diablo que no criminales, ejecutando entonces penas de cárcel y muy raramente la pena de muerte.


El marcado sesgo de género en los actos contra la brujería está basado en la percepción cristiana de la mujer como un ser débil física y moralmente. De las 115 personas encausadas en Granada durante el siglo XVII por este delito, el 76% eran mujeres, de las cuales se especifica el estado civil en el 80% -cosa que no ocurre con ningún hombre-, resultando ser el 17% solteras, el 18% viudas, el 35% casadas y el resto no se especifica. Más de la mitad de las mujeres estaban solas, muchas en situación de marginalidad, la mayoría estaban amancebadas e incluso las casadas tenían relaciones extramatrimoniales. Su media de edad estaba entre los 20 y los 40 años.

Para las mujeres que practicaban la brujería, ésta solía ser su medio de vida, mientras que los hombres mostraban un perfil distinto, con una edad comprendida entre los 40 y los 50 años y, en su mayoría, eclesiásticos o profesionales liberales que poseían libros de astrología o nigromancia. Son, por tanto, personas de mayor nivel cultural que se entregaban a tareas más intelectuales que las mujeres y que usaban esta ocupación como modo de supervivencia.


La hechicería en el siglo XVII, por consiguiente, estaba plenamente integrada en la sociedad de la época y sus usos no eran las imaginativas representaciones de las brujas de la actualidad, mujeres satánicas pervertidas y adoradoras del demonio, sino personas como Cayetana Mundó, generalmente mujeres pobres que trabajan por una remuneración en función de los poderes que tuvieran o el problema que les pidieran arreglar.

En los autos inquisitoriales se nos presenta a Cayetana Mundó como una mujer de 60 años que se dedicaba a curar ciertos achaques de la población local con sus propios remedios más o menos efectivos y pidiendo después una compensación, ya fuera en forma de dinero o de comida. Es por consiguiente, una mujer, de edad avanzada y probablemente viuda ya que en el texto se habla de sus nietos pero no de su marido, un prototipo de aquellos que fueron juzgados por la Inquisición.




Bibliografía:

FERNÁNDEZ GARCÍA, Mª de los Ángeles (1986-1987), “Hechicería e Inquisición en el Reino de Granada en el siglo XVII”, Chronica nova: revista de Historia Moderna, 15, 149-172.

HENNINGSEN, Gustav (2014), “La Inquisición y las brujas”, eHumanista: Journal of Iberian Studies, 26, 133-152.

PÉREZ, Joseph (2012), Breve Historia de la Inquisición en España, Barcelona, Crítica, pp. 75-81.


Alegación fiscal del proceso de fe de Cayetana Mundó, originaria de Benicarló, seguido en el Tribunal de la Inquisición de Valencia, por hechicera (1746)

Archivo Histórico Nacional (Madrid), Inquisición, 3725, expeciente 189.

El inq[uisid]or fiscal de Valencia contra Caietana Mundó, natural de Peñíscola, vecina de Benicarló, de 60 años, viuda de dos matrimonios, por echicera.

Fol[io] 13: Tubo principio esta sumaria en d[ic]ha villa de Benicarló ante el com[isa]rio Torner a 4 de         maio de [1]746 por delación voluntaria de mosén Pablo Segarra, presbítero y beneficiado del         mismo lugar, q[ue] dijo avía servido de vicario en su parroquia y, siendo llamado a muchas casas para·q[ue] digesse los evangelios y casi en todas tenían la sospecha de q[ue] esta reo era autora de·los males por q[ue] la tienen por bruja y echicera. Que aunq[ue] el dec[laran]te procuraba disuadirlos, perseberaban en q[ue] la reo era muger mal opinada y, por este motivo, la temen los del lugar y aun la han querido matar.

Fol[io] 15: En el mismo día, y ante el mismo com[isa]rio, María Ana Calbet, de 19 años, de estado         casada, dijo de su voluntad q[u]e, teniendo malos sus pechos, esta reo se ofreció [a] curarlos y, aviéndola aplicado unos polvos, por miedo q[ue] la tenía esta testigo, los quitó luego, pues todos la tienen en mal concepto.

Fol[io] 17: Bernarda Ferrer, casada y de 23 años, declaró en el mismo día de su voluntad que, esta reo         acudía a casa de·la testigo a menudo y tomaba en brazos a una hija mui tierna, q[ue] a·poco t[iem]po se·conoció estaba enferma la hija, tanto q[ue] se allaba moribunda y, como la dec[laran]te tenía en mal concepto a·la reo, tomó dos pedazos de tocino para regalarla y, iendo en compañía de su hija enferma, se·los llebó a su casa, q[ue], proponiéndola la enfermedad de su         hija, respondió la reo que no tubiesse cuidado, pues ella la daría salud q[ue], entrando luego en la         caballeriza, sacó la reo un dinero y dio a·la dec[laran]te, diciendo lo tomasse y fuesse al convento de S[a]n Fran[cis]co, donde avía de entregar d[ic]ho dinero a la niña enferma, para·q[ue] enredasse con él, q[ue], volviendo después a casa comprasse con el mismo dinero         niebe y la refrescasse con lo q[ue] quedaría buena, sin otra medicina. Q[ue] la dec[laran]te puso         todo en egecución, con lo q[ue] conoció luego alivio, y quedó buena la niña. Q[ue] en el mismo día la entregó esta reo una bolsita para·q[ue] la pusiesse a·la enferma y tenía dentro embueltos en         un papel varios pedacitos de cera amarilla, que estando la testigo con su padre en la huerta llegó         la reo a pedir un poco de hierva calera[1] y respondió la dec[laran]te tomasse lo q[ue] gustaba y, pasando por devajo de un árbol, donde estaba atada una caballería, se detubo un poco la reo y, a·las tres o quatro horas conocieron [que] estaba enferma la caballería, q[ue], a·los dos días, continuando en su enfermedad, encontró la testigo a esta reo, quién la dijo que iá sabía [que] estaba enferma la caballería y q[ue] no curaría mientras no tragessen un albalán[2] de·la villa de Alcanar, pues q[ue] los de otros lugares no causaban efecto alguno.

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