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La década Del 70: La Violencia De Las Ideas.


Enviado por   •  11 de Diciembre de 2012  •  2.915 Palabras (12 Páginas)  •  665 Visitas

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Elaborar una síntesis, que ponga de manifiesto las características de la época, las diferencias y similitudes entre las interpretaciones de los distintos autores.

Oscar Terán:

Lo que se quiere explicar “La violencia de las ideas”, es como fue posible, según O. Terán, que jóvenes que en su mayoría pertenecían a los sectores medios se encontraran un día empuñando un arma, realizando operativos en la selva tucumana, acometiendo asaltos en los bancos y colocando bombas a objetivos militares.

Una de las hipótesis más importantes que recorre la compilación que estamos comentando, es que Montoneros y, en general, los movimientos revolucionarios de los años setenta son producto de un entrecruzamiento en ocasiones bizarro entre la coyuntura política y determinado imaginario social que alentaba la apuesta revolucionaria. En el plano político local, es en la década del treinta donde Terán ve amanecer una crisis de legitimidad agravada, dado que a partir de allí las elites políticas ya no sólo niegan la legitimidad del otro sino tampoco acuerdan la forma de dirimir los conflictos políticos. Esa crisis se intensificará con la barbarie que reinicia ese "Guernica sin Picasso" que fue el bombardeo a la Plaza de Mayo y con la proscripción del peronismo, fenómenos que no sólo vaciarán de sentido todo intento de sostener un sistema político democrático-liberal, sino que alimentará intensamente el recelo de las franjas contestatarias por la asunción de formas de resolución pacíficas de los conflictos políticos. A este contexto local enervado se sobreimprimirá, en el plano internacional, la revolución cubana, la resistencia vietnamita a la invasión norteamericana, los movimientos de liberación nacional africanos, y el maoísmo, cuyos éxitos tornarán altamente creíble la opción de la lucha armada.

Sin embargo, la argumentación de O. Terán no cesa de subrayar que la constitución del sujeto revolucionario no fue exclusivamente una reacción a la sofocante coyuntura política, sino que también se alimentó de una serie de tópicos y de "pasiones ideológicas" igualmente decisivas para su conformación. Entre ellas destaca, en primer lugar, el aporte de la historiografía revisionista, ya sea a través de Jauretche o de Hernández Arregui, que en clave populista otorgaban una legitimidad histórica al accionar de las vanguardias, las cuales podían auto-interpretarse como una continuación de las luchas populares del pasado; en segundo lugar, la presencia de concepciones redencionistas y salvíficas de la historia, alimentadas por la teología de la liberación, o por la formación católica de buena parte de los jóvenes militantes o simplemente por las visiones secularizadas de esas concepciones en clave iluminista o marxista, las cuales convivieron con la existencia de una moral heroica sostenida en el romanticismo revolucionario; en tercer lugar, los componentes autoritarios, relativos a la concepción del partido político de masas, pertenecientes a la tradición marxista leninista y, por último, el vanguardismo, activado notablemente por la teoría guevarista del "foco".

En la índole de este ideario, según Terán, residen las causas de que la utopía haya devenido catástrofe. Sin reprimir un sartrismo residual, el autor atribuye sin clemencia responsabilidad a los actores no sólo por haberse dejado apresar por ideologías que denegaban la humanidad del otro sino también por las consecuencias no queridas de su acción. En este balance moral, se asignan a las vanguardias revolucionarias las siguientes "responsabilidades": (a) las visiones redencionistas de la historia favorecieron una lectura triunfalista del accionar de las vanguardias, de modo tal que hasta las más patentes derrotas podían ser racionalizadas como victorias y, lo que es peor según Terán, alimentó un "voluntarismo suicida" por el cual, entre sus decisiones más trágicas, debe contabilizarse el haber impulsado la "contraofensiva" de 1979, en un contexto claramente desfavorable para estos movimientos; (b) la invocación de la nación como soporte último de la legitimidad de la acción revolucionaria implicó la deshumanización del enemigo, en un gesto que para Terán es simétrico al que tuvieron las Juntas Militares para con los militantes revolucionarios; (c) la moral que convertía en héroe al combatiente revolucionario contribuyó a subordinar la propia vida al triunfo de la revolución, con lo cual dicha empresa sucumbió prontamente al "encanto" de una muerte ejemplar; (d) la inexistencia de una crítica a los componentes autoritarios de los Estados socialistas facilitó que en la organización de las vanguardias de los setenta no tuvieran lugar formas de asunción de decisiones internas que tomaran en cuenta la deliberación y el disenso interno; y (e) por último, el vanguardismo alentó según Terán la creciente autonomización de estos movimientos de sus bases y, en general, de la sociedad misma.

Independientemente de que la argumentación de O. Terán no siempre combina de manera feliz la estrategia del científico (que trata de reconstruir las coordenadas históricas y políticas que dieron emergencia a la acción de determinados actores) y la mirada del moralista (que imputa "responsabilidades" a esos mismos actores desde un horizonte de sentido gobernado por otros valores), también puede cuestionarse la pertinencia de algunas de esas responsabilidades que atribuye en este ajusticiamiento moral hecho a posteriori. En efecto, aunque se entiendan no tanto las críticas al uso de la violencia pero sí a la progresiva militarización de las formas organizativas de esas vanguardias, no todas las "responsabilidades" atribuidas por Terán a su generación quedan claras: ¿era igualmente "suicida" en 1973 el voluntarismo sin dudas suicida de Montoneros en 1978? ¿Estuvieron siempre igualmente autonomizadas de la sociedad esas vanguardias durante ese lustro? ¿Lo estaban porque encararon un proyecto revolucionario de toma del poder sin tomar en cuenta, como afirma Terán en uno de sus textos, a los enamorados que pasean los domingos en la plaza? Por último: ¿tenían que saber esos militantes que una "antropología pesimista" está más acorde con la democracia –liberal– que las visiones redencionistas de la historia, las cuales suponen una metafísica que autoriza una fuerte y decisiva acción de subjetividad política en la historia?

Por otra parte, toda interpretación del pasado manifiesta, al mismo tiempo, no sólo las condiciones políticas e históricas contemporáneas de esa lectura, sino también las apuestas políticas del historiador en relación con ese presente. En la

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