Libro De Pereyra
CRAZOLA5 de Septiembre de 2012
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Pereyra, Carlos. Historia ¿para qué? Siglo XXI, México,1980, pp. 34-52
26 de febrero- 3 de marzo
Historia, ¿para qué? La primera respuesta en acudir a la mente sería: la historia obedece a un interés general en el conocimiento. Al historiador le interesa, como a cualquier científico, conocer un sector de la realidad; la historia tendría como objetivo el esclare- cimiento racional de ese sector. En este sentido el interés del historiador no diferiría del que pudiera tener un entomólogo al estudiar una población de insectos o un botánico al clasificar las diferentes especies de plantas que crecen en una región. Igual que al entomólogo o al botánico, al historiador le basta esa afición por el conocimiento para justificar su empeño. Sin duda así sucede con cualquier ciencia: se justifica en el interés general por conocer, el cual cumple una necesidad de la especie. Porque la especie humana re- quiere del conocimiento para lograr aquello que en otras obtiene el instinto: una orientación permanente y segura de sus acciones en el mundo.
Con todo, quien diera esta respuesta correría el riesgo de disgustar a más de un historiador. Cualquier historiador pensaría que, después de todo, su disciplina tiene una relevancia para los hombres mayor que la de un entomólogo, y que sus investigaciones, aunque presididas por un interés en conocer, están motivadas también por otros afanes más vitales, ligados a su objeto. Una colonia de abejas no puede despertar en nosotros, diría, el mismo tipo de interés que una colectividad humana. Si logramos determinar el objeto al que se dirige la atención del historiador, frente al que retiene la de otros científicos, daríamos quizá con una diferencia específica del conocimiento histórico.
Un acercamiento podría ser: la historia responde al interés en conocer nuestra situación presente. Porque, aunque no se lo pro- ponga, la historia cumple una función: la de comprender el presente. Desde las épocas en que el hombre empezó a vivir en comunidad ya utilizar un lenguaje, tuvo que crear interpretaciones conceptuales que pudieran explicarle su situación en el mundo en un momento dado. En los pueblos primitivos el pensamiento mítico tiene a menudo un sentido genético. Muchos mitos son etiológicos: intentan trazar el origen de una comunidad, con el objeto de explicar por qué se encuentra en determinado lugar y en tales o cuales circunstancias. Algunos pueblos invocan leyendas para dar razón de la presencia de la tribu en un paraje y de su veneración por algún lugar sagrado, por ejemplo: los primeros ancestros surgieron del fondo de la tierra por una cueva situada en el centro del territorio de la tribu. Otros pueblos atribuyen su origen a un antepasado divino, más o menos semejante al hombre, cuyas actividades, fundadoras de costumbres o instituciones, narran los mitos. El totemismo tiene, entre otros aspectos, el de remitir a la génesis de una colectividad humana: hay clanes que nacieron de un determinado animal, otros, de otro; esto explica la peculiaridad de sus caracteres y hábitos. El origen de diferentes instituciones, regulaciones y creencias suele también señalarse en acontecimientos que sucedieron en un tiempo remoto. Así, hay mitos para explicar las relaciones de parentesco, que las refieren a un momento en que se establecieron, leyendas que justifican el poder de ciertas personas por alguna hazaña de sus antecesores semihumanos, mitos que dan razón, por sucesos del pasado remoto, de una emigración, de la erección de un poblado, de la preferencia por una especie de caza, de un hábito alimenticio. Parecería que, de no remitirnos a un pasado con el cual conectar nuestro presente, éste resultara incomprensible, gratuito, sin sentido. Remitirnos a un pasado dota al presente de una razón de existir, explica el presente.
Esta función que cumplía el mito en las sociedades primitivas la cumple la historia en las sociedades desarrolladas. Un hecho deja de ser gratuito al conectarse con sus antecedentes. A menudo la conexión es interpretada como una explicación y el antecedente en el tiempo, como causa. En historia se suelen confundir las dos acepciones de la palabra "principio". "Principio" quiere decir "primer antecedente temporal de una secuencia", "inicio", pero también tiene el sentido de "fundamento", de base en que descansa la validez o la existencia de algo, como cuando hablamos de "los principios del derecho", o "del Estado". La historia quizá nazca, como lo hizo notar Marc Bloch, de lo que él llamó "ídolo de los orígenes" o "ídolo de los principios", es decir, de la tendencia a pensar que al hallar los antecedentes temporales de un proceso, descubrimos también los fundamentos que lo explican.
La historia nacería, pues, de un intento por comprender y explicar el presente acudiendo a los antecedentes que se presentan como sus condiciones necesarias. En este sentido, la historia admite que el pasado da razón del presente; pero, ha la vez, supone que el pasado sólo se descubre a partir de aquello que explica: el presente. Cualquier explicación empírica debe partir de un conjunto de hechos dados, para inferir de ellos otros hechos que no están presentes, pero que debemos suponer para dar razón de los primeros. Así también en la historia. El historiador pensará, por ejemplo, que el Estado actual puede explicarse por sus orígenes, pero si se propone esa tarea es justamente porque ese Estado existe, en el presenté, con ciertas características que plantean preguntas;. y son esas preguntas las que incitan a buscar sus antecedentes. El historiador tiene que partir de una realidad actual, nunca de una situación imaginaria; esto es lo que separa su indagación de la del novelista, quien también, a menudo, escudriña en el pasado. Quiere esto decir que, a la vez que el pasado permite comprender el presente, el presente plantea los interrogantes que incitan .a buscar el pasado. De allí que la historia pueda verse en dos formas: como un intento de explicar el presente a partir de sus antecedentes pasados, o como una empresa de comprender el pasado desde el presente. Puede verse como "retrodicción", es decir, como un lenguaje que infiere lo que pasó a partir de lo que actualmente sucede. Esta observación podría ponernos en la pista de una motivación importante de la historia.
El historiador, al examinar su presente, suele plantearle preguntas concretas. Trata de explicar talo cual característica de su situación que le importa especialmente, porque su comprensión permitirá orientar la vida en la realización de un propósito concreto. Entonces, al interés general por conocer se añade un interés particular que depende de la situación concreta del historiador. Es cierto que ese interés particular puede quedar inexpresado, oculto detrás de la obra; es cierto también que a menudo puede permanecer inconsciente para el historiador, asunto de psicología, al margen de los métodos históricos empleados; pero aunque no esté dicho, se muestra en las preguntas -explícitas o tácitas- que presiden la obra histórica. Así, el intento por explicar nuestro presente no puede menos de estar motivado por un querer relacionado con ese presente. Benedetto Croce describía así la historia: "el acto de comprender y entender inducido por los requerimientos de la vida práctica". En efecto, la historia nace de necesidades de la situación actual, que incitan a comprender el pasado por motivos prácticos.
Si nos fijamos en esta relación presente- pasado veremos cómo son intereses particulares del historiador, que se originan en su coyuntura histórica concreta, los que suelen moverlo a buscar ciertos antecedentes, de preferencia a otros. A modo de ejemplos podríamos recordar algunos momentos de la historiografía. La historia política con base documental tiene sus inicios en historiadores renacentistas italianos: ellos necesitaban indagar los antecedentes en que se basaban los pequeños estados de la península, con el objeto de recomendar a los príncipes las medidas eficaces para consolidarse. El comienzo de una metodología crítica se encuentra en historiadores y teólogos de la Reforma protestante. ¿Por qué en ellos? Porque querían hacer de lado lo que consideraban aberraciones del catolicismo; había que explicar por qué la Iglesia se había corrompido y redescubrir el mensaje auténtico del Evangelio, para normar sobre él sus vidas. Para ello tuvieron que establecer métodos más confiables, que permitieran discriminar entre los documentos verdaderos y los falsos, someter a crítica la veracidad de los testigos, antiguos padres, legisladores e historiadores de la Iglesia, de- terminar los autores y las fechas de elaboración de los textos. Para poder demostrar la justeza de sus pretensiones tuvieron que intentar un nuevo tipo de historia. Por más útiles que hayan sido al interés general de la ciencia, los inicios de la crítica documental estuvieron motivados por un interés particular de la vida presente.
Pensemos en ejemplos más cercanos a nosotros. La historia de México nace a partir de la conquista. Los primeros escritos responden a un hecho contemporáneo: el encuentro de dos civilizaciones; intentan manejarlo racionalmente para poder orientar la vida ante una situación tan desusada. De allí los diferentes tipos de historia con que nos encontramos. Los cronistas escriben con ciertos objetivos precisos: justificar la conquista o a determinados hombres de esa empresa, fundar las pretensiones de dominio de la cristiandad o de la Corona, dar fuerza a las peticiones de mercedes de los conquistadores o aun de nobles indígenas. Otras obras tienen fines distintos: las historias de
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