Los problemas fundantes de la sociología clásica
sgrudzinskiPráctica o problema28 de Agosto de 2013
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Sociología Unidad 2: Los problemas fundantes de la sociología clásica Apunte nro. 4: Max Weber (selección de artículos)
MAX WEBER (1864-1920) Weber: más que un sociólogo
Posiblemente, Weber se habría sentido ofendido si alguien le hubiera dicho que solo era un sociólogo. No porque no se dedicara al estudio de la sociedad (ya que se dedicó a ello toda su vida), sino porque sus investigaciones abarcan tantos temas y se refieren a tantas disciplinas que llamar sociólogo a Weber es quedarse corto. Max Weber nació en Alemania en el seno de una familia acomodada. Estudió Derecho y empezó a ejercer como abogado. Pero no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que ese trabajo no satisfacía sus inquietudes intelectuales. Se hizo profesor universitario. Su enorme curiosidad intelectual lo llevó a hacer investigaciones en todos los ámbitos de la condición humana. Por eso, el legado de Weber se extiende más allá de la sociología. La influencia de sus padres fue fundamental. El ejemplo de su madre, una firme calvinista, probablemente lo animó a embarcarse en un estudio comparativo de la religión y a indagar sobre el impacto del calvinismo y otras sectas protestantes en el origen de la sociedad capitalista. De su padre, un político que ocupó cargos importantes en la administración del Estado, Weber recibió una sensibilidad especial para reflexionar sobre la vida política y la burocracia. Marianne, su mujer, fue una feminista destacada. Weber flirteó con la política, pero nunca se dedicó a ella. Pensaba que la actividad política es incompatible con el trabajo científico. Mientras que la política exige una cierta disposición a la acción y fuertes convicciones personales, el trabajo científico exige tiempo para madurar las ideas y unas buenas dosis de imparcialidad y escepticismo. Weber intentó resolver este dilema personal animando a sus colegas para que se implicaran en política fuera de las aulas. Dentro de las aulas, por supuesto, debía mantener la neutralidad científica.
El legado de Weber es verdaderamente sorprendente, tanto que muchos lo siguen considerando el mejor sociólogo que ha habido hasta ahora.
El paradigma de la acción
Max Weber es uno de los padres fundadores de la Sociología. A diferencia de Comte, no cree que la Sociología deba convertirse en una ciencia empírica; por el contrario, cree que la Sociología es una ciencia humana que se basa más en la comprensión que en la explicación. No puede ofrecer unas leyes universales del comportamiento humano, ni puede confirmar que exista progreso en las sociedades. Por otra parte, frente a Marx, Weber rechaza la búsqueda dogmática de causas económicas a todos los fenómenos. Max Weber cree que los hechos sociales tienen una regularidad, pero no cree que pueda encontrarse una ley universal para todos los fenómenos. Lo importante es comprender de qué manera los individuos forman parte de un grupo, comprenden e interpretan lo que les ocurre. Para comprender los hechos sociales, es necesario reconstruir el sentido que los actores atribuyen a la acción que realizan. Por tanto, el método que utiliza otorga mayor importancia al individuo: se produce un desplazamiento desde la sociedad en general hacia el interés por el individuo. La teoría de la acción tiene a las personas como su punto de arranque; es decir, cómo se orientan y actúan las personas en sus relaciones con otras personas, y sobre la base de significados o entendimientos acerca del mundo, que van creándose, transformándose, cristalizándose o desapareciendo continuamente. Esto implica una orientación micro, esto es, el nivel de análisis del que se parte no son las grandes estructuras sociales, sino las interacciones entre las personas en distintos contextos sociales. El origen del paradigma de la acción – un conjunto de teorías de nivel micro desde las que se analizan cómo los actores sociales dotan de significado al mundo que los rodea – se encuentra en la obra de este sociólogo alemán, que insistía en la necesidad de entender un contexto social desde la perspectiva de los individuos que participan en él. Según esta perspectiva, las acciones de los individuos y el significado que ellos mismos dan a estas acciones van configurando la sociedad. Weber reconocía que fenómenos no puramente subjetivos, sino objetivos y tangibles (por ejemplo, los avances tecnológicos) también contribuían a configurar una sociedad. Al orientar las acciones de los individuos en un sentido u otro, las ideas (especialmente las creencias y los valores) terminan haciendo que las sociedades también se desarrollen en direcciones distintas. Así, según esta perspectiva, la sociedad moderna no es el producto de los avances tecnológicos del capitalismo, sino de un nuevo modo de pensar. Este énfasis en las ideas contrasta con el énfasis que ponía Marx en el mundo de la economía y la producción. Gran parte de la obra de Weber es de naturaleza comparativa. En sus investigaciones Weber estaba continuamente comparando sociedades entre sí y a través del tiempo: sus creencias religiosas, su organización política y administrativa, sus instituciones sociales y económicas, etc. Estos análisis históricos y comparativos le sirvieron para crear lo que él llamaba “tipos ideales”. Un tipo ideal es una herramienta conceptual que sirve para reconstruir de forma estilizada una pauta de relaciones sociales. Los tipos ideales describen las características básicas de la clase de fenómenos sociales que está estudiando. Y por eso son ideales: porque se refieren a características básicas que no tienen por qué coincidir todas juntas en el mundo real. Los tipos ideales sirven para ordenar las observaciones y los datos, para describir contextos de relaciones sociales y, eventualmente, para entender las acciones de las personas a las que se refiere el tipo ideal.
Teoría de la acción y preocupación ética
A diferencia de Durkheim, Weber tiene una concepción centrada en el individuo y no en la sociedad. No se puede aplicar una ley general o universal en el análisis sociológico, sino que la explicación parte de la sociedad como una realidad histórica con elementos particulares. Por lo tanto, Weber niega toda esencia o regularidad que explique la multiplicidad de fenómenos sociales. Weber puso como centro de la sociología a la acción y no a los hechos, es decir, introdujo la dimensión subjetiva de los actores sociales, sus intenciones y motivos. Su punto de partida es la comprensión de la cultura, que es la que les da sentido a las acciones humanas. Weber piensa a la sociedad como una realización práctica de los actores. El concepto de acción es clave en la teoría weberiana.
Tradición y racionalidad
Weber no clasificó a las sociedades según el tipo de tecnología que emplean o sus sistemas productivos. Antes prefería distinguir entre las sociedades a partir de las visiones del mundo que tienen sus miembros. En términos muy generales, podemos decir que mientras que los miembros de las sociedades preindustriales se aferran a la tradición, los de las sociedades modernas piensan en términos de racionalidad. Por tradición, Weber entendía el conjunto de sentimientos y creencias transmitidos de generación en generación. Así, las sociedades tradicionales están mirando al pasado, están guiadas por sistemas de creencias formadas en el pasado. Sus miembros evalúan las acciones individuales positiva o negativamente a la luz de estas creencias, que conforman su visión del mundo. La visión del mundo de los miembros de las sociedades modernas, por el contrario, no está sujeta al dictado de la tradición. En las sociedades modernas, las personas actúan y toman decisiones según criterios de racionalidad, esto es, según cálculos de costes y beneficios, que sirven para determinar cuáles son los cursos de acción que sirven mejor para alcanzar unos determinados objetivos. Aquí la tradición no determina las acciones de los individuos. Como mucho, los individuos la tienen en cuenta en sus cálculos como un dato más. Siguiendo criterios de racionalidad, las personas piensan y actúan no en términos del pasado, sino ponderando las consecuencias presentes y futuras de sus acciones. Y esto en todos los ámbitos. La revolución industrial y el surgimiento del capitalismo evidencian, según Weber, el triunfo de la racionalidad. Weber acuñó la expresión racionalización de la sociedad para describir el cambio histórico de la tradición a la racionalidad como modelos dominantes del pensamiento. Esta racionalización implica el desencantamiento del mundo, pues se trata de un mundo orientado al cálculo racional, al pensamiento científico y el progreso técnico, que debilita o neutraliza los vínculos con la tradición y el pasado. Lo cierto es que no todas las sociedades valoran del mismo modo el progreso tecnológico. Si hay sociedades que se distinguen por su entusiasmo en incorporar las últimas tecnologías, hay otras sociedades en las que se mira con recelo cualquier avance tecnológico, que pueda suponer una nueva amenaza a la tradición. En la Grecia clásica, por ejemplo, se desarrollaron inventos tecnológicos muy sofisticados que servían para facilitar algunos trabajos. Pero dado que las elites tenían esclavos a su servicio, el desarrollo de las capacidades técnicas o inventivas se consideraba como una actividad menor. En la Europa contemporánea todavía hay muchas comunidades que rechazan de pleno la tecnología moderna. En la perspectiva de Weber, entonces, es la visión del mundo que tienen las personas la que promueve o detiene el proceso de innovación tecnológica.
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