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Miradas Al Sibolismo

boton22214 de Diciembre de 2013

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EL MOVIMIENTO SIMBOLISTA

Los vocablos símbolo y simbolismo se tornan complejos por la diversidad de

significados e interpretaciones que ellos encierran según diferentes épocas y tendencias

culturales, filosóficas, artísticas.

La utilización del símbolo en la filosofía y en la literatura se remonta tanto a la

antigüedad griega con la teoría platónica sobre las Ideas, como a la época medieval y

renacentista, a los iluministas del siglo XVIII – entre ellos Swedenborg, filósofo y teósofo

sueco- como a la literatura romántica y a los precursores del simbolismo (Baudelaire,

Verlaine, Rimbaud, Mallarmé), a los integrantes de la llamada escuela simbolista y con

posterioridad, el símbolo aparece en el surrealismo de una manera más compleja aún que en

los poetas de fines de siglo XIX.

Así, se da el nombre de movimiento simbolista o escuela simbolista a un momento de la

literatura francesa nacida hacia fines del siglo, aproximadamente en 1885, que se manifiesta

sobre todo en la poesía.

El antecedente más remoto se encuentra en Víctor Hugo, quien en Las Odas de 1822

dice: “El dominio de la poesía es ilimitado. Bajo el mundo real, existe un mundo ideal que se

muestra resplandeciente a los ojos de aquellos que están acostumbrados a ver en las cosas más

que las cosas. La poesía no está en la forma de ideas sino en las ideas mismas. La poesía es

lo que hay de íntimo en todo”.

Los antecedentes inmediatos son los llamados precursores del simbolismo, a quienes se

suma el nombre de Gérard de Nerval; además, otra influencia determinante es el espíritu

decadente (Decadentismo, 1880).

Rescatando el aporte esencial de cada uno, se pueden reunir los siguientes conceptos:

Para Gérard de Nerval “el sueño es otra vida en la que el mundo del espíritu se abre

para nosotros”, “una misteriosa correspondencia se establece entre el mundo familiar y el

mundo onírico”.

En la poética de Baudelaire, es clave el término “correspondencia”, palabra que

pertenece al vocabulario de la mística. Mediante ella, Baudelaire establece una analogía

entre el mundo sensible y suprasensible, revelando el símbolo por vía de la imaginación.

Para Verlaine, la poesía es musicalidad, matiz y evocación de estados de ánimo

indefinidos.

El aporte de Rimbaud es mucho más renovador, ya que rompe con las formas poéticas

tradicionales y pone el acento sobre lo irracional.

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Mallarmé, considerado como el maestro de la escuela simbolista, reúne a un grupo de

discípulos (René Ghil, Gustave Kahn, Jules Laforgue, Viélé-Griffin, Henri de Régnier,

Maurice Barrès, Paul Claudel, André Gide, Paul Valéry). A este grupo de autores les

atrae un concepto sobre la poesía tomada, sobre todo, como necesidad de búsqueda de

hermetismo y absoluto, además les interesa su concepto sobre la música.

Dentro del marco filosófico, un rasgo común de estos primeros poetas es no aceptar el

positivismo, ya sea en el ámbito de lo moral, del arte o de la fundamentación teórica de la

reforma de la sociedad, debido a que el positivismo pretende explicar y describir el mundo

científicamente mientras que los precursores simbolistas se inclinan hacia el enigma y el

misterio, o, lo que es lo mismo, lo desconocido y lo irracional.

En efecto, buscan un ideal y en la poesía aparecerá el símbolo, se cultiva una poesía

sugestiva, fluida y musical, ligada no sólo a lo incognoscible sino también al subconciente.

La doctrina filosófica que influye es el idealismo. Hacia 1870, el espíritu francés

comienza a tomar en cuenta las tesis del idealismo alemán, y el pensamiento de

Schopenahuer. En el campo artístico, Wagner se deja sentir como expresión de síntesis

musical.

A diferencia del positivismo y del naturalismo que se inspiran en una cultura del

progreso, en el mismo momento el espíritu decadente funda sus principios filosóficos en el

irracionalismo y su orientación cultural contrasta con el proceso de democratización social de

la época.

La figura del “decadente” está representada en el personaje de la noveles de J. K.

Huysmans, Au rebours (Al revés), considerada como un “documento sociológico de primer

orden” (Schmidt)

El personaje toma el nombre de Jean Floressas des Esseintes, quien se abstrae del

mundo rechazando el positivismo, critica la influencia negativa que éste ejerce sobre la obra

de arte y no acepta la Francia “burguesa, racionalista y capitalista” (Schmidt)

El nombre “decadencia” o “decadente” está tomado de un verso de Verlaine, del soneto

Languidez (Langueur) del libro Jadis et Naguère: “Yo soy el Imperio en el fin de la

decadencia” (“Je suis l’Empire à la fin de la décadence”).

Hacia 1885, el Decadentismo es superado por el Simbolismo. Proliferan revistas y

manifiestos heterogéneos que consignan los postulados de esta escuela.

De los escritos programáticos existentes, la crítica sistematiza la doctrina simbolista

solo en tres obras de mayor envergadura: Prefacio (L’Avant-Dire), de Mallarmé, el

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Tratado del Verbo (Traité du Verbe) de René Ghil, y el Manifiesto del Simbolismo

(Manifeste du Symbolisme) de Jean Moréas.

A.M. Schmidt refiriéndose al aporte de Mallarmé dice: “Antes de emprender la Gran

Obra Poética, se trata de establecer las series de sensaciones verdaderamente

correspondientes, reunirlas con la Idea Primordial que designen todas sin expresarla

completamente, dar finalmente un compendio espiritual y vocal, en una serie de palabras que,

compuestas entre sí, no por las recetas de una poética oratoria, sino por el encanto mágico de

un ritmo especialmente inventado, forman un solo símbolo o poema, una palabra total, nueva,

extraña a la lengua y como de encantamiento”.

En setiembre de 1886, Jean Moréas entrega en el Figaro el Manifiesto del

Simbolismo que parte de un concepto mallarmeano: la desaparición de la realidad ante la

idea.

El Manifiesto expresa:

“Enemiga de la enseñanza, de la declamación, de la falsa sensibilidad, de la descripción

objetiva, la poesía simbolista busca vestir la Idea de una forma sensible, que, no obstante, no

sería su propio objeto, sino que, al servir para expresar la Idea, permanecería sujeta. La Idea,

a su vez, no debe dejarse privar de las suntuosas togas de las analogías exteriores; pues el

carácter esencial del arte simbólico consiste en no llegar jamás hasta la concepción de la Idea

en sí. Así, en este arte, los cuadros de la naturaleza, las acciones de los hombres, todos los

fenómenos concretos no sabrían manifestarse ellos mismos: son simples apariencias sensibles

destinadas a representar sus afinidades esotéricas con Ideas primordiales”. [...] “Para la

traducción exacta de su síntesis, el simbolismo necesita un estilo arquetípico y complejo:

limpios vocablos, el período que se apuntala alternando con el período de los

desfallecimientos ondulantes, los pleonasmos significativos, las misteriosas elipses, el

anacoluto en suspenso, tropo audaz y multiforme”. [...] “El ritmo: la antigua métrica brillante;

un desorden sabiamente ordenado; la rima refulgente y cincelada como un escudo de oro y de

bronce junto a la rima de las fluideces abstrusas; el alejandrino con pausas múltiples y

móviles; el empleo de ciertos números impares”.

Moréas sostiene Inteligencia y Símbolo primero, luego Música, “tal es el nuevo

Credo”. Este concepto trae aparejado algunas disidencias ya que se considera que no se le da

suficiente importancia a la música.

En 1886, René Ghil, se enfrenta a Jean Moréas y defiende su teoría de la

instrumentación verbal.

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Ghil se basa en las ideas de Rimbaud, agregándole a ellas los últimos estudios de la

física sobre los sonidos en la música y en la voz humana. Lo que se intenta es quitarle a la

palabra su capacidad de crear o evocar ideas y sustituirlas por sensaciones auditivas a las

cuales corresponden sensaciones coloreadas, es decir, darle a la poesía un poder de

sugestión sensorial.

René Ghil escribe en 1885 el Tratado del Verbo que resume las condiciones de la

poesía del momento:

“Asimilación a los timbres instrumentales, con ayuda de los valores armónicos, de los

timbres vocales que agrupan alrededor de ellos los diptongos y las consonantes

adecuadamente puestas en serie – coloración de los timbres y agrupación en una

aproximación de los tres elementos- [...] relación de esta Instrumentación verbal con series

distintas de sensaciones y de ideas” [...] “El Poema, así, se convierte en un verdadero trozo de

música sugestiva y que se instrumenta sola: música de palabras evocadoras, de imágenes

coloreadas sin perjuicio para las Ideas, puesto que, al contrario, son las ideas y las sensaciones

de donde ellas provienen, las que llaman y rigen las series timbrales y sus matices propios

para expresarlas emotivamente. En cuanto al Ritmo, “Todo: actitudes, gestos, sensaciones e

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