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Modernidad Y Los Derechos Humanos

lopezchui25 de Noviembre de 2014

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Los derechos humanos ante el conflicto modernidad y posmodernidad.

Pablo Guadarrama González

Guadarrama González, Pablo. "Los derechos humanos ante el conflicto modernidad y posmodernidad.", Nova et Vetera. Revista de Derechos Humanos. . Bogotá. 2008. Nro. I semestre. págs. 59-73

I. Los derechos humanos y el conflicto de la racionalidad moderna.

Uno de los grandes dilemas teóricos de finales del pasado siglo XX fue el supuesto agotamiento de la modernidad, -y con ella del humanismo, el racionalismo, el socialismo y hasta del cristianismo- (Lyotard:11), a partir del controvertido criterio según el cual esta no había cumplido plenamente sus prometidas pretensiones, especialmente el pleno despliegue de los derechos humanos. Inexorablemente se consideró que la modernidad sería sustituida por una sociedad, sino superior al menos distinta en sus principios donde el derecho y la política tendrían andamiajes muy diferentes e incluso contrarios a los que hasta ese momento se consideraba el paradigma de la sociedad liberal y democrática.

Con ese objetivo se reclamarían renovados análisis teóricos sobre múltiples insatisfacciones con la modernidad entre ellos los verdaderos alcances de los derechos humanos. A la vez aparecieron innumerables estudios con variedad de enfoques justificativos o, por el contrario, críticos de la convocada posmodernidad. De inmediato comenzaron a aparecer propuestas de instrumentar nuevos elementos estructurales para apuntalar una presuntamente ya existente sociedad posmoderna.

A fines de los ochenta e inicios de los noventa con el desastre del socialismo real se desató un triunfalismo neoliberal que auguraba buenos destinos al discurso voluntarista e irracionalista, revelado en su más común raigambre ideológica reaccionaria [1] y cuyas raíces habían aparecido desde mediados del siglo XIX en el último Schelling, Schopenhauer, Kierkergaard y finalmente Nietzsche. Precisamente este último había sido uno de los precursores, junto con Marx, de la crítica a las insuficiencias de la filosofía moderna (Guadarrama:2005) y de la propia modernidad (Guadarrama. 2002:103), aunque por supuesto con posturas muy distantes entre sí.

A fines del siglo XX el irracionalismo recobró nueva vitalidad pues parecía corresponderse muy bien con el discurso neoliberal que tomaba auge por entonces en aparente lucha contra los totalitarismo y reivindicando aparentemente la democracia, cuando en verdad esta atenta contra ella por la propia naturaleza de la sociedad, donde se considera que el valor supremo que debe regir las relaciones sociales es el mercado y por tanto el ser superior es aquel que lo controle. De manera que en el conflicto entre el plano económico y el jurídico-político en el capitalismo globalizado y neoliberal se hace mucho más evidente que en los tiempos premonopolistas y este hecho incide de manera negativa en las conquistas anteriormente alcanzadas en las luchas por los derechos humanos.

Para el economista español Juan Francisco Martín Seco “Todo el proyecto neoliberal puede reducirse al intento del poder económico por quitarse el yugo impuesto por el poder político democrático. Su credo, si así se puede llamar podemos sintetizarlo en siete puntos:

1) Mundialización de la economía y aceptación del libre cambio.

2) Mercados desregulados. En especial el mercado de trabajo.

3) Política monetaria intensa restrictiva.

4) Odio a lo público.

5) Políticas fiscales regresivas.

6) Destrucción de los mecanismos de protección social.

7) Pretensión de hegemonía en el pensamiento económico” (Díaz Seco:154) .

Es evidente que para esas propuestas de desregulación de los mercados especialmente el de trabajo, las posturas racionales pueden resultar contraproducentes o adversas a sus intereses, pues lo que se trata de estimular es el caos, el desorden, la inseguridad, la incertidumbre al menos para los sectores cuya subsistencia depende de buenas ofertas en el mercado laboral, pues quienes tienen atesoradas sus ganancias no les preocupa mucho de manera inmediata sus posibles vaivenes.

Un estado de desequilibro permanente propicia que los obreros acepten cualquier oferta salarial o condiciones de trabajo indignas al menos para poder subsistir al día siguiente y seguir buscando alternativas mejores. Sin embargo, una atinada y responsable decisión tanto de los empresarios como de los funcionarios públicos que deben velar por el desarrollo de adecuadas políticas laborales debe tener presente que cuando se estableces medidas injustas que desfavorecen a los trabajadores, pueden producirse conflictos y hasta explosiones sociales que a la larga afecten a toda la sociedad, incluyendo por supuesto a los propios empresarios.

La modernidad desde su consolidación invocó el triunfo de la racionalidad, el orden y progreso entre sus consignas liberales fundamentada ideológicamente en el liberalismo y filosóficamente en el positivismo, (Guadarrama: 2004) especialmente en América Latina

Si algo parecía diferenciar al socialismo del capitalismo era que frente a la espontaneidad fundamentada en la validez de lo irracional el socialismo debía proponer el control racional de los recursos naturales y sociales en beneficio de la sociedad por medio de la planificación y tomando en cuenta las necesidades reales de los diferentes sectores sociales económicamente desiguales, sin embargo lamentablemente no siempre sucedió así y algunos experimentos de socialismo realfueron desmontados por los mismos pueblos que los habían gestado dada la alta dosis de irracionalidad que habían revelado. En definitiva dichos fracasos de tales experiencias socialistas, del mismo modo que las de nazismo y el fascismo en general, lo mismo en Europa y Japón que en sus réplicas de las dictaduras del Cono Sur latinoamericano, dadas sus extraordinarias violaciones de los derechos humanos, demostraron una vez más que el irracionalismo siempre es hostil al intento de construir racionalmente una sociedad más humana y justa.

Evidentemente en los últimos tiempos, especialmente a principios de este no menos convulso sigo XXI, tras la vorágine de la globalización y los desastres causados por la implementación de políticas neoliberales se ha ido poniendo en desuso el discurso posmodernista. Pero el hecho de su atenuación no significa en modo alguno que no sea procedente detenerse en el análisis teórico de sus implicaciones, pues aunque tal vez no ocupe la atención principal de los círculos intelectuales contemporáneos muchas de sus propuestas subyacen y se justificaron por determinados contenidos que poseían argumentos válidos y núcleos racionales suficientes.

La modernidad desde su gestación tuvo necesidad de desarrollar nuevas bases filosóficas y jurídicas, pero sobre todo para apuntalar teóricamente un aparato jurídico y político como los derechos humanos o el Estado de derecho que ni la antigüedad ni el medioevo le podían proporcionar plenamente a la sociedad, aun cuando pudiesen tomarse de manera aislada algunas conquistas anteriores.

Estos derechos pareciera en ocasiones que tuvieran una determinación ultraterrena, aunque no necesariamente divina, pero dan apariencia de haber descendido del cielo a la tierra [2] o de presentarse como la línea del horizonte oceánico que mientras más se avanza hacia ella más distante parece situarse, aunque en verdad siempre se avance en el recorrido realizado.

Si algo ha caracterizado a la modernidad es la capacidad de promover como factores favorables al progreso humano un conjunto de acciones que concebidos como derechos ciudadanos, derechos individuales o genéricamente como derechos humanos, especialmente en el plano político y jurídico, se han constituido en conquistas extraordinarias de la humanidad ya muy difícilmente reversibles. En verdad lo son siempre y cuando estén acompañados del derecho a la salud, a la educación, al trabajo, a la seguridad social, a la alimentación, la vivienda, etc., en fin los derechos mas elementales de la vida que le permitan a una persona al menos el mínimo de una existencia digna, y una vez resueltos esos problemas vitales, entonces es deseable y necesario también tener derecho al voto, a la palabra, a la protesta, a la reunión, el libre movimiento, etc.

En los últimos tiempos de predominio de la ideología neoliberal se han dado algunos pasos atrás en relación a la mayoría de las conquistas alcanzadas en cuanto a muchos de estos derechos [3] y especialmente después de la derrota del socialismo soviético y de los países socialistas de Europa Oriental tomó fuerza la idea de que muchos de esas conquistas sociales no podían ser sustentadas pues iban a contracorriente de las utilitaristas concepciones prevalecientes.

Por esa razón Pablo Salvat considera que: “Por cierto, la reimplantación de la democracia ha sido positiva y ha significado un retroceso en el irrespeto a los derechos humanos de las personas. Sin embargo esta nueva situación no puede considerarse como la realización plena de esos derechos. Aún tenemos analfabetismo, miseria, exclusiones de todo tipo, entre nosotros. Por tanto hay que ampliar la noción de los derechos humanos. Y los campos que pueden irradiar en el presente. Ello obliga a tener y producir una noción más amplia de los derechos humanos, no remitida solamente a derechos cívico-individuales, sino también a todo aquel conjunto de derechos que aparecen como condición de posibilidad para

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