Pandillas De El Alto
rubio240123 de Marzo de 2013
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POLICÍA IDENTIFICA 23 PANDILLAS EN EL ALTO
Coronel Willy Prudencio, director de la Felcc El Alto.
EL ALTO, BOLIVIA (ANB / Erbol).- La Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (Felcc) identificó hoy a 23 pandillas juveniles que operan en la ciudad de El Alto e incurren en actos delictivos para consumir bebidas alcohólicas.
“De acuerdo a los que pudimos identificar, tendríamos 23 pandillas que están ubicadas en diferentes zonas de la ciudad de El Alto”, dijo el coronel Willy Prudencio, director de la Felcc El Alto.
Indicó que cada grupo tiene un número aproximado de 15 hasta 40 miembros. “Dentro de estos grupos, para su convivencia, consumen bebidas alcohólicas y a veces para subsistir, se dedican a robar, asaltar y otras conductas violentas”, acotó.
La edades de los pandilleros oscilan entre los 16 a 22 años.
Identifican 23 pandillas en El Alto
Fuente: La Estrella del Oriente - 16 de Marzo del 2013
La Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (Felcc) identificó a 23 pandillas juveniles que operan en la ciudad de El Alto e incurren en actos delictivos para consumir bebidas alcohólicas.
“De acuerdo a los que pudimos identificar, tendríamos 23 pandillas que están ubicadas en diferentes zonas de la ciudad de El Alto”, dijo el coronel Willy Prudencio, director de la Felcc El Alto.
Indicó que cada grupo tiene un número aproximado de 15 hasta 40 miembros. “Dentro de estos grupos, para su convivencia, consumen bebidas alcohólicas y a veces para subsistir, se dedican a robar, asaltar y otras conductas violentas”, acotó.
La edades de los pandilleros oscilan entre los 16 a 22 años. Erbol
Hay más de 250 pandillas delictivas en La Paz y El Alto
13 de Septiembre de 2009, 08:58
La Paz - Bolivia.- La formación de cofradías de jóvenes, e incluso de niños, que cometen actos reñidos con la ley es un problema recurrente en Bolivia. Se calcula que hay más de 850 en las ciudades paceña y alteña; aunque los registros oficiales señalan que sólo más de 250. Éstas merodean por una veintena de zonas en las que siembran temor y, sobre todo, delincuencia
Viernes 14 de agosto. Alto Lima. David Callisaya Mamani sale de su hogar dispuesto a enfrentar al frío alteño en compañía de sus dos hijos menores y de su sobrino. Todos caminan para esperar a un familiar que llegará de su fuente laboral, acompañarlo y asegurarse de que no le pase nada. Falta casi una hora para la medianoche.
Al llegar a la calle Sucre se abren las puertas de un bar. Salen tres jovenzuelos. Son integrantes de la pandilla Clickers CK. Piden dinero a los Callisaya. La familia se resiste, se enfrenta a ellos y logra ventaja hasta que uno de los malentretenidos emite un silbido. Segundos después, aparecen otros cinco. A los Callisaya no les queda otra que escapar y pedir auxilio.
Los Clickers CK son conocidos en este barrio por sus actos delictivos y sus abusos a los vecinos. David permite que sus hijos escapen. Corre tras ellos, pero infortunadamente tropieza. Cae. Los pandilleros lo rodean. Sobre el cuerpo del padre se estrellan puñetes y patadas, y dos puñaladas que hieren su cabeza y su pecho. Los delincuentes huyen. La vida de David se va minutos después, en la estrechez de una ambulancia.
La formación de cofradías delictivas de jóvenes e incluso de niños, de entre 12 y 18 años principalmente, es un problema recurrente en Bolivia. Se calcula que hay más de 850 pandillas en las urbes de La Paz y El Alto, aunque los registros oficiales señalan que sólo más de 250 están relacionadas con contravenciones a la ley. Éstas merodean por una veintena de zonas en las que siembran temor y delincuencia.
Las pandillas, definidas en el diccionario como “grupos de amigos que suelen reunirse, para conversar o solazarse o con fines menos lícitos”, están adoptando en el país características similares a las centroamericanas, las violentas maras. Profesionales, policías, vecinos y autoridades coinciden en que éstas nacen fruto de la desestructuración de la familia, el fracaso escolar y la influencia de películas extranjeras.
La responsable de Juventudes de la Dirección de Niñez, Juventudes y Personas Mayores, María Elena Castro Camacho, dice que las pandillas son el obvio resultado de una sociedad y un entorno familiar disfuncionales, de carencia de medios de educación, subsistencia, trabajo, o de falta de amor. Aunque la mayoría surge en segmentos empobrecidos, estos grupos se engrosan con jóvenes de todas las clases sociales.
Su proliferación ha puesto en alerta a la institución “verde olivo”, más aún porque uno de sus recientes estudios sentencia que cerca del 80 por ciento de los casos que son atendidos y se denuncian a sus reparticiones están relacionados con pandillas, que uno de cada cuatro jóvenes detenidos es reincidente y que 70 por ciento de ellos son menores de 18 años.
Los clickers ck son sólo un lunar
Tras el asesinato de David Callisaya, los vecinos de Alto Lima revelaron el pánico en el que vivían por la presencia de los Clickers CK, ocho de los cuales fueron detenidos aquella noche de luto. Tres de ellos tienen 18 años, uno 16 y el resto 15. Dentro de este último rango de edad se halla Miguel Ángel Q.P., quien fue hallado con un arma blanca. Tras ser identificado como el cabecilla de la banda, confesó ser el autor de las heridas mortales. El caso es manejado por el Ministerio Público y ha repuesto en el tapete de la discusión el nexo íntimo entre pandillas e inseguridad.
En El Alto, el sociólogo Juan Jhonny Mollericona Pajarito sospecha que hay unas 500 pandillas conformadas con distintos fines, entre grupos de estudio, de baile, de tertulias y delitos. Al respecto, el director alteño de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen, coronel Ramiro Cossío, afirma que en lo que va de este año poco más de una veintena fue relacionada con actos reñidos con la ley. “Hemos hecho una revisión de nuestros antecedentes, posiblemente algunas agrupaciones estén actuando clandestinamente, pero las que tenemos oficialmente operando son 23”.
Para el presidente de la Federación de Juntas Vecinales de El Alto, Rubén Mendoza Alcón, estas pandillas juveniles sientan presencia en la mayoría de los 510 barrios de esa urbe. Y según las denuncias recolectadas de los vecinos, se trata de grupos de diez hasta 150 miembros, con un jefe que impone las acciones a los de menor edad. Con frecuencia roban en grupo y buscan personas débiles para arrebatarles sus objetos de valor. “Aquí siempre hay aniversarios, fiestas, los mayores van a brindar y a ellos los atacan. Igual son sus víctimas los que vienen de las provincias. Por ejemplo, llega un campesino, trae sus productos, los vende, junta su platita y lo asaltan”.
Mollericona, quien escribió una tesis sobre este fenómeno en El Alto, explica que los pandilleros de esa ciudad generalmente son de familias inmigrantes de áreas rurales que sufrieron discriminación, maltratos, en las que el machismo es evidente por la violencia intrafamiliar y donde, por las exigencias económicas, ambos padres salen muy temprano de sus hogares y vuelven a altas horas de la noche, se dedican sobre todo al comercio, dejando a sus hijos sin control.
Estos factores, continúa el sociólogo, son comunes entre los adolescentes que forman grupos similares en los barrios de la urbe paceña, hasta en la exclusiva zona Sur, porque en esa “edad crítica” los jóvenes pretenden identificarse, buscan un “autoconcepto de sí mismos” y se unen para compartir. Así evolucionan las pandillas. La primera fase de éstas sucede, normalmente, en las escuelas y colegios, donde sus futuros afiliados se conocen, estudian, hacen trabajos prácticos y así germina un lazo de amistad.
Con el tiempo, los muchachos se dan cuenta de que el grupo les otorga poder y confianza, por lo cual desafían a otros de su edad, pelean, porque saben que tienen el apoyo de sus compañeros. ¿Y de dónde aprenden esta violencia? Por ejemplo, en su entrevista a decenas de chicos y chicas de pandillas alteñas, Mollericona halló que 99 por ciento había visto la película Sangre por sangre, que describe a una pandilla de mexicanos en Los Ángeles, su organización, sus pleitos, sus ritos y su carácter delictivo. “Eso lo replican en diversas situaciones, en sus códigos lingüísticos, pautas de conducta, formas organizativas”.
En esta segunda etapa es cuando las pandillas se consolidan. Hay una identidad, un reconocimiento, se bautizan con un nombre, la mayoría en inglés, así como otros usados en filmes extranjeros. Igual asumen modismos y palabras que integran el argot de las maras, y hasta hay un “mero mero” como líder, carismático o imponente, muchas veces con antecedentes policiales y hasta penales. Aquí, la agrupación horizontal donde todos compartían y proponían da un giro trascendental y adopta una estructura vertical, con alguien que manda y otros que sólo obedecen.
Ya sólida, la pandilla impone ritos de iniciación, actividades de sus integrantes y, probablemente, el paso a la tercera fase, que es la delincuencia constante, en la que el jefe define la administración del dinero logrado en los “golpes”, de los objetos sustraídos, la delimitación del territorio en que opera su cuadrilla. Sin embargo, en este proceso pueden suceder algunos eventos que alejan a un adolescente de este círculo, como el ingreso a la universidad, el
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