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Enviado por   •  6 de Marzo de 2014  •  Exámen  •  785 Palabras (4 Páginas)  •  176 Visitas

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Puesto que la función del maestro se basa en el principio de autoridad, en la escuela los castigos estaban a la hora del día y, según quien los aplicara, podían ser en verdad crueles y humillantes para el alumno. Cualquier falta o incumplimiento de la norma, por leve que fuera, era merecedora de una reprimenda o unpenalización. Los castigos más habituales eran colocar al alumno en un rincón, de cara a la pared, con pesadas pilas de libros en las manos y orejas de burro; los palmetazos, los coscorrones y algún que otro bofetón o la archifamosa “colleja”. Era también costumbre hacer que el alumno copiara quinientas o mil veces una frase relacionada con el delito, como “No hablaré en clase” o “No contestaré a mi maestro”.

AÑOS 60/70

"En las escuelas de chicas, lo normal era que fueras castigada físicamente a la más mínima falta que cometieras en clase.

Por ejemplo, por no hacer los trabajos que te mandaban para casa el día anterior, llegar tarde, levantarte sin permiso de la mesa, hablar con las compañeras, etc.

La maestra te llamaba a su mesa, y tras mandarte poner los brazos extendidos y delante de ti, y las palmas de las manos hacia arriba, te daba unos cuantos golpes con la regla de madera; si intentabas apartar las manos era peor, pues podías ganarte una bofetada, y golpes más fuertes en lo sucesivo.

A continuación, venía lo que se suponía que era el verdadero castigo: estar toda la tarde de rodillas con los brazos extendidos en cruz, y totalmente estirados. Para que sirviera de ejemplo al resto de las compañeras, te mandaban colocarte debajo de la pizarra.

Otra cosa era que tuvieras que mirar hacia ella o hacia la clase, y que tuvieras que ver a tus compañeras mientras estabas en el suplicio. En el primer caso te aburrías más, pero el segundo suponía una vergüenza añadida, pues tus compañeras podían deleitarse viendo las muecas de dolor que ponías durante el castigo

Una vez que ya estabas arrodillada y con los brazos estirados, el dolor de éstos últimos ya se manifestaba a los pocos minutos. Primero era cerca de los hombros, y los brazos caían tímidamente. Pero a los veinte minutos el dolor era ya insoportable.

- ¡Esos brazos, los quiero bien estirados!

El grito de la maestra conseguía hacértelos levantar a duras penas y valía para unos cuantos minutos.

Las rodillas tardaban más en empezar a doler, pero cuando lo hacía era con dureza. Cuando nos castigaban al lado de nuestra mesa, hacíamos “trampa”, y nos colocábamos un libro bajo las rodillas, para evitarnos los dolores (siempre que la profesora no nos descubriera), pero a la vista de todo el mundo y con la falda del uniforme por encima de las rodillas era imposible escapar.

Entonces

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