¿Qué es el Feminismo Libertario?
kaanutriDocumentos de Investigación24 de Septiembre de 2016
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¿Qué es el Feminismo Libertario?
1. El patriarcado
El concepto de “patriarcado”, sometido a diversos debates, ha sido el concepto tomado desde los inicios del movimiento feminista para poder denominar la realidad de opresión sistémica en la que nos encontramos las mujeres (y hoy sabemos también, la disidencia sexual y, en términos generales, lo femenino ); el reconocimiento que fue realizado mediante esta denominación, fue un primer paso en el largo camino hacia una realidad nueva. El significado original de esta palabra, que la hizo también útil a estos efectos, refería a un ordenamiento social donde era el padre quien, por temas legales, económicos y sociales, era dueño de la propiedad y ejercía la autoridad al interior de la familia. Esta organización le otorga a los varones ese lugar, únicamente en virtud de ser varones. Pero este tipo de organización social, al igual que el capitalismo, es histórica: así como comenzó, puede terminar.
Marta Fontela (2008) define el patriarcado como:
“un sistema de relaciones sociales sexo–politicas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia.”
Hoy en Chile, el patriarcado se expresa a través de la legislación, que no nos permite tener soberanía sobre nuestros cuerpos y nos fuerza hacia una maternidad obligatoria; se expresa a través de una política educacional sexista, que nos enseña desde pequeños las diferencias de género sobre las que se sostendrá el poderío masculino en nuestras vidas; se expresa a través de la institución de la familia, donde aprendemos a relacionarnos de manera privativa y secreta con nuestra sexualidad y nuestro cuerpo y donde desarrollamos más cabalmente nuestras nociones (opresivas) sobre masculinidad y feminidad. Tiene una de sus expresiones más brutales en las tasas de femicidios cada año, donde las mujeres perdemos nuestra vida en relaciones supuestamente amorosas, pero profundamente violentas. Se expresa también en ese amor romántico que nos enseña a tolerar el maltrato y el desprecio. Se expresa en nuestra imposibilidad de hacernos parte libremente del espacio público, en el cual somos continuamente vejadas y acosadas en un maltrato persistentemente invisible a ojos de nuestros compañeros y amigos, dado que lo vivimos principalmente estando solas. El patriarcado entra en profunda comunión con el sistema económico en el que vivimos: somos mano de obra barata para el capital, y apenas tenemos a resguardo nuestros derechos; hoy, en el año 2015, las mujeres seguimos ganando menos sueldo por la misma labor, concentramos mayores índices de pobreza y somos discriminadas en nuestro sistema de salud por estar en “edad fértil”: la crianza en Chile es una tarea casi exclusivamente femenina. Estos ejemplos no son aislados: decimos “se expresa” porque es en esas prácticas concretas donde aparece el patriarcado, que las organiza como estructura subyacente.
2. Patriarcado y Capitalismo.
La relación entre patriarcado y capitalismo ha suscitado una serie de debates en las organizaciones de izquierda que se han definido como antipatriarcales, y en las organizaciones feministas que han reconocido en el capitalismo una dimensión que no puede escapar de su análisis. Preguntarse por la relación entre patriarcado y capitalismo es preguntarse por las relaciones entre la dominación del sistema sexo-género, la dominación de clase y sus codeterminaciones; implica precisar la naturaleza de esa relación, sus límites y sus contribuciones mutuas, pero fundamentalmente permite diseñar estrategias que permitan avanzar en la superación de la dominación y la explotación en sus distintas expresiones.
Si bien es cierto que como organización no tenemos resueltos muchos de esos puntos, sí podemos dar cuenta de que en el ordenamiento social capitalista, las mujeres de la clase trabajadora viven sometidas a una doble explotación: tanto en sus trabajos remunerados como en el trabajo doméstico y de crianza. Por una parte, nuestro ingreso a la fuerza de trabajo asalariada se realiza en condiciones de suma precarización; no se da en el marco de una conquista, sino en el marco de la necesidad que se crea en Chile con la transformación del modelo económico y las crisis económicas en Dictadura, que obligan a las mujeres a aportar económicamente al hogar, principalmente desde el trabajo en el sector de servicios y en el comercio (que en total, para el año 2006 concentraban en 70,6% de la participación laboral femenina (SERNAM, 2008)). En relación a las mujeres profesionales, la relegación de la mujer a las labores reproductivas (como el trabajo doméstico y la crianza) aparecen en este sistema en una relación de continuidad “natural” con las profesiones y áreas de trabajo relativas al cuidado y la educación, donde las mujeres somos mayoría. Por otra, la división sexual del trabajo al interior de la familia y la concentración de las labores ‘domésticas’ y de crianza en las mujeres, nos deja con menos capacidad de organizarnos. Bien sabemos que es la organización de las y los trabajadores la que construye la fuerza para hacer retroceder el dominio del capital y recuperar cuotas de dignidad; la división sexual del trabajo opera como una división al interior de la clase trabajadora, que le resta fuerza para constituirse como clase, empujar sus demandas y realizar procesos internos de democratización que permitan ir prefigurando una realidad nueva. Esto se demuestra en las bajas tasas de sindicalización de las mujeres , y a la base de ello se encuentra también la mayor peligrosidad que tiene para muchas el arriesgar su empleo, en muchos casos única fuente de ingresos para sus familias (lo que nos hace “menos conflictivas” a nivel laboral).
El problema se agudiza al considerar que la participación laboral femenina en Chile es excepcionalmente baja (40-50%), lo que acentúa la dependencia económica de la mujer en el hogar frente al hombre; y el hecho de que la mayoría de los trabajos femeninos en Chile son de jornada parcial, como una falsa forma de compatibilizar la vida familiar con una carrera laboral. La flexibilidad laboral golpea de manera más dura a la fracción femenina de la fuerza de trabajo, y su alta rotación entre distintos puestos de trabajo, menores horas de jornada, e hiper-concentración en ciertos sectores productivos, dificulta formular una política transversal para la mujer obrera chilena que tome en consideración todas sus particularidades.
Evidenciar la realidad “generizada” del trabajo y sus particularidades en Chile no es, claramente, un esfuerzo por buscar la equidad de las relaciones de género en la explotación estructural que caracteriza al trabajo capitalista. Sí se trata de aguzar el análisis con respecto al trabajo explotado y las diferentes matrices que cruzan a su organización; incluirlo en nuestros análisis y en nuestra política es lo que puede permitirnos desarrollar posiciones acordes al desafío de transformar de manera radical las relaciones de producción y reproducción de la vida en sociedad.
3. El Feminismo: un movimiento social.
Los orígenes del feminismo en el mundo y Chile en particular están en el corazón del desarrollo del movimiento obrero. Las nuevas condiciones de vida y las relaciones que estructura la industrialización a grandes escalas permiten el fortalecimiento de las organizaciones del movimiento popular, lo que permitió tomar acciones en torno a la precarización de las condiciones de vida que trajo consigo el desarrollo del capital y concebir a nivel internacional una subjetividad colectiva clave: la clase trabajadora. Dentro de esa clase, las mujeres trabajadoras se organizan en torno a la condición de explotación a raíz del capitalismo y de opresión por el hecho de ser mujeres, que se expresaba en un régimen de trabajo aún más precario.
El movimiento feminista es, en general, descrito como apareciente en tres “etapas” que han sido llamadas “olas”. Cada una de ellas fue aparejada de mucha resistencia desde la sociedad patriarcal, y muchas de quienes lucharon en esos períodos fueron asesinadas o perseguidas. Las “olas” no resumen la gran variedad de tendencias y corrientes al interior del movimiento feminista; dan cuenta más bien de la dirección general que fue tomando el feminismo como movimiento social a lo largo de su historia como tal.
La primera ola del feminismo se sitúa entre la revolución francesa y mediados del siglo XIX; en un contexto en que la mujer era considerada intelectualmente inferior al hombre, donde no recibía educación y se le prohibía asistir a centros educativos, el feminismo de este período sostiene la igualdad de capacidades intelectuales entre hombres y mujeres, y demanda su incorporación en la educación formal (Barba, s.f.). La segunda ola, situada desde mediados del siglo XIX y estando marcada por las Guerras Mundiales proponía que la igualdad de las mujeres debía situarse en el terreno político en el marco de una democracia liberal. Las mujeres organizadas demandaban ser consideradas parte del electorado, y tener la posibilidad de votar en las elecciones democráticas que se estaban llevando adelante; este fue el movimiento sufragista. Esto, que tuvo mucho asidero en sus inicios, una vez conquistado el derecho a voto deja abierta la reflexión con respecto a la
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