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¿Quién habla en nombre de los pasados “indios”?


Enviado por   •  27 de Marzo de 2020  •  Apuntes  •  15.130 Palabras (61 Páginas)  •  169 Visitas

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La poscolonialidad y el artiLUGio

de la Historia:

¿Quién habla en nombre de

los pasados “indios”?

Dipesh Chakrabarty

Universidad de Chicago

Hay que llevar el pensamiento hasta el límite.

Louis Althusser

I

Recientemente se ha dicho en alabanza del proyecto poscolonial de Subaltern Studies que demuestra, “quizá por vez primera desde la colonización”, que “los indios muestran consistentes signos de rea pro piación de la capacidad para representarse a sí mismos [dentro de la disciplina de la historia]”.1 Como un historiador miembro del grupo de Subaltern Studies, opino que la felicitación contenida en esta observación es grata pero prematura. El propósito de este artícu lo es examinar la problemática de la idea de los “indios” “representán dose a sí mismos en la historia”. Por el momento, dejemos de lado los embrollados problemas de identidad inherentes a una empresa transnacional como Subaltern Studies, donde los pasaportes y los com pro misos vuelven borrosas las distinciones de etnidad de una manera  que a algunos les parecerá típicamente posmoderna. Tengo una proposición más perversa que aducir. Se trata de que en lo que toca al discurso académico de la historia —es decir, la “historia”  como un discurso producido en el ámbito institucional de la universidad—, “Europa” sigue siendo el sujeto soberano, teórico, de todas las his to rias,  incluyendo las que llamamos “indias”, “chinas”, “kenianas”, etcétera. Hay una peculiar manera en que todas estas otras historias tienden a volverse variaciones de una narración maestra que podría llamarse “la historia de Europa”. En este sentido, la propia historia “india” está en una posición de subalternidad; sólo se pueden articu lar posiciones de sujeto subalternas en nombre de esta historia.

        Mientras el resto de este artículo desarrollará esta proposición, permítaseme dar algunos matices. “Europa” y la “India” son tratados  aquí como términos hiperreales en cuanto a que se refieren a ciertas  figuras de la imaginación, cuyos referentes geográficos permanecen  más o menos indeterminados.2 Desde luego, siendo figuras de lo imaginario son susceptibles de ser debatidas, pero por el momento las trataré como si fueran categorías dadas, materializadas, términos  opuestos que forman un binomio en una estructura de dominación y subordinación. Soy consciente de que al tratarlos de esta manera me expongo a la acusación de ser nativista, nacionalista, o lo que es peor, pecado de pecados, nostálgico. Los académicos de tendencia liberal protestarían de inmediato que cualquier idea de una “Europa”  homogénea, indiscutible se deshace al menor análisis. Es cierto, pero así como el fenómeno del orientalismo no desaparece sencillamente  porque algunos de nosotros hayamos alcanzado ahora una conciencia  crítica del mismo, de manera similar cierta versión de “Europa”, ma te rializada y celebrada en el mundo fenoménico de las relaciones  cotidianas de poder como el escenario del nacimiento de lo moderno,  continúa dominando el discurso de la historia. El análisis no la hace desaparecer.

        El que Europa funcione como un referente silencioso en el cono cimiento histórico mismo se vuelve obvio de una manera sumamente  ordinaria. Por lo menos hay dos síntomas cotidianos de la sub al ter ni dad de las historias no occidentales, tercermundistas. Los historia do res del Tercer Mundo sienten una necesidad de referirse a las obras de historia europea; los historiadores de Europa no sienten la obliga ción de corresponder. Se trate de un Edward Thompson, de un Le Roy Ladurie, un George Duby, un Carlo Ginzburg, un Lawren ce Stone, un Robert Darnton o una Natalie Davies —para citar sólo al gunos nombres al azar de nuestro mundo contemporáneo—, los “grandes” y los modelos del oficio del historiador siempre son, por lo menos, culturalmente “europeos”. “Ellos” producen su obra en una relativa ignorancia de las historias no occidentales y esto no parece afectar la calidad de su trabajo. Éste es un gesto, sin embargo,  al que “nosotros” no podemos corresponder. Ni siquiera podemos permitirnos una igualdad o simetría de ignorancia a este nivel sin correr el riesgo de parecer “anticuados” o “superados”.

        El problema, podría añadirse entre paréntesis, no es exclusivo de los historiadores. Una muestra desenfadada pero no obstante osten si ble de esta “desigualdad de ignorancia” en los estudios literarios, por ejemplo, es el siguiente enunciado acerca de Salman Rushdie tomado de un texto reciente sobre el posmodernismo: “Aunque Sa leem Sinai [de Hijos de la medianoche] narra en inglés [...] sus in ter tex tos tanto para escribir historia como para escribir ficción resultan  duplicados: por un lado, provienen de leyendas, películas y literatura  india; por el otro, de Occidente —El tambor de hojalata, Tristram Shan dy, Cien años de soledad, etcétera”.3 Es interesante observar cómo este enunciado saca a relucir sólo las referencias que provienen de “Occi den te”. La autora no tiene la obligación aquí de estar en posición de nombrar con alguna autoridad y especificidad las alusiones “in dias”  que “duplican” la intertextualidad de Rushdie. Esta ignorancia,  compartida y tácita, es parte de un pacto supuesto que hace “fácil” incluir a Rushdie en los cursos sobre poscolonialismo de los departa men tos de literatura inglesa.

        Este problema de ignorancia asimétrica no es simplemente cuestión de “servilismo cultural” (cultural cringe) (para decirlo con mi lado australiano) de nuestra parte o de arrogancia cultural de parte del historiador europeo. Estos problemas existen pero pueden ser atendidos de manera relativamente fácil. Tampoco pretendo menos ca bar en lo más mínimo los logros de los historiadores que mencioné.  Nuestras notas a pie de página aportan copiosos testimonios de las percepciones que hemos derivado de su conocimiento y creatividad.  El dominio de “Europa” como sujeto de todas las historias es una par te de una condición teórica mucho más profunda a cuya sombra se produce el conocimiento histórico en el Tercer Mundo. Esta condi ción  se expresa de ordinario de una manera paradójica. Esta parado ja es la que describiré como el segundo síntoma cotidiano de nuestra subalternidad, y se refiere a la naturaleza misma de los propios pro nun  ciamientos de la ciencia social.

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