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Santa Luisa De Marillac


Enviado por   •  7 de Junio de 2015  •  5.740 Palabras (23 Páginas)  •  183 Visitas

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santa luisa Santa Luisa de Marillac

Luisa de Marillac

Sirvienta de los Pobres

Luisa de Marillac ha permanecido en la sombra de su amigo y mentor, Vicente de Paúl estos últimos 350 años. Es como si el mundo hubiese tomado a Luisa por su palabra, cuando ante Vicente de Paúl dijo:

“Bien sabéis, padre mío, y lo saben nuestras hermanas, que si algo se ha hecho, es gracias a las órdenes recibidas de Vuestra Caridad.”

En efecto, sólo se han divulgado éxitos de él, no los de ella.

Quien era Luisa? Que animaba su espíritu dinámico y revolucionario? Que fuerzas le apremiaban a responder a las duras exigencias de los pobres y necesitados con una perspicacia nueva y una valentía impávida? Que conflictos tenía ella con si misma en su camino espiritual?

Luisa de Marillac era esposa, madre, viuda, maestra, enfermera, trabajadora social y fundadora. Era una persona organizadora, una pensadora radical que vivió su vida intensamente y con mucho entusiasmo. Era una mujer que sólo buscaba hacer la voluntad de Dios en su vida con una fe profunda en la providencia divina. Ella había sufrido pero también había amado. A través de su sufrimiento y amor, se hizo una mística en acción.

Joseph Dirvin, C.M., en el prefacio de la primera biografía plenamente documentada de Luisa (Louise de Marillac, 1970) dice que durante los 300 años que siguen desde que ella murió en 1660 se había presumido que:

“el dinámico Vicente de Paúl había recurrido a una mujer débil, para hacer de ella una ejecutora autómata, obediente, humilde, y sin el menor juicio propio, de los proyectos caritativos que él concebía. Se hace así, empero, poco honor a Vicente, quien captó desde un principio las facultades de Luisa, y menos a Dios, quien la había forjado en la fragua del sufrimiento. Luisa está exquisitamente depurada cuando encuentra a Vicente: nunca comprenderemos su grandeza, mientras subsista esa imagen de alma cobarde, mezquina, sombría y triste.”

AÑOS DE INFANCIA Y JUVENTUD

Luisa, hija de Luis de Marillac, nació el 12 de agosto de 1591. Para estas fechas, su padre todavía no se había unido aún en segundas nupcias y su primera esposa, María Roziere, murió en 1588. Por lo tanto, Luisa viene al mundo en el intervalo que media entre las primeras y las segundas nupcias del caballero Luis de Marillac. Si dispusiéramos de la partida de bautismo, sabríamos quien era la madre de Luisa. Desgraciadamente, los registros de ese tiempo han desaparecido de los archivos de la iglesia de San Pablo, parroquia en la cual fue bautizada Luisa de Marillac.

Luisa pasó toda su infancia en el convento de las monjas dominicas de Poissy. Era un hogar magnífico, un opulento poblado cuyos regios edificios se extendían por la vera del Sena hasta el bosque de Saint-Germain-en-Laye, a unas seis millas de París. A todas luces, en Poissy, Luisa no estuvo ayuna de formación religiosa ni de adecuada escolarización. Gozó de una formación más que ordinaria, que se añadía a sus agudas dotes de inteligencia e incluso aprendió los rudimentos del latín.

Luis de Marillac falleció el 25 de julio de 1604 cuando Luisa tenía 12 años. Dejando a un lado el mundo de ensueños de Poissy, Luisa llega a París y se instala en una pensión administrada por una buena y piadosa señora. Allí aprende las cosas que una mujer debe saber: coser, cocinar y asear el hogar. De una manera providencial esto le preparó para el futuro como educadora y fundadora de la Compañía de las Hijas de la Caridad.

La época en que Luisa se estaba desarrollando era floreciente y, bajo el aspecto religioso, prometedora. La llegada de las carmelitas a París fue de gran importancia para Francia, pero en Luisa de Marillac influiría espiritualmente de manera más inmediata y significativa otra fundación: el establecimiento de las capuchinas o Hijas de la Pasión. A los 20 años, pide permiso para entrar en esta comunidad. Pero a Luisa le faltaba la robustez física y el superior de los capuchinos no dio su consentimiento, pronunciando una profecía:

“Creo que Dios tiene otros planes para usted.”

AÑOS DE MATRIMONIO

En la Francia del siglo XII, los matrimonios de los señores de rango eran objeto de un arreglo. Su tío y tutor, Miguel de Marillac, optó por un joven burgués llamado Antonio Le Gras. Éste era secretario de la reina madre y regente, María de Médicis. Con Antonio, Luisa encontró la felicidad y acogida de un hogar. El nacimiento de Miguel Antonio le llenó de alegría. Luisa y Antonio formaron un buen matrimonio y se puede concluir que vivieron bastante contentos.

Siete años después de su casamiento, Antonio enfermó gravemente, probablemente de “una especie de tuberculosis”. La irritabilidad, languidez, irremediable malhumor y petulancia del paciente produce un estado de angustia en la conciencia de Luisa. Achaca la situación en que se encuentra el esposo a su “culpa de infidelidad”. Ha dado palabra de consagrarse a Dios y no ha sido fiel a la promesa. Por eso, piensa que Dios la castiga en lo que ella más ama. En el día de Pentecostés de 1623, el Espíritu descendió sobre ella como sobre los apóstoles y le iluminó. Se le advirtió que debía permanecer con su marido y que llegaría un tiempo en que estaría en condiciones de hacer votos de pobreza, castidad y obediencia en las que algunas harían lo mismo. En los siguientes dos años, Luisa estuvo constantemente al lado de su marido hasta que murió.

Al desaparecer Antonio Le Gras, Luisa vuelve a encontrarse sola en la vida aunque le acompaña su hijo de doce años. Pero Miguel Antonio era un niño difícil y causa de graves preocupaciones. Mimado, inquieto e inestable se ve falto de energía y voluntad. En fin, Miguel Antonio, en vez de servirle de consuelo, se convierte en una cruz.

VICENTE DE PAÚL

Juan Pedro Camus, obispo de Belley y pariente de Luisa, era su director espiritual pero como vivía alejado de Paris, pidió a Vicente de Paúl que asumiese esa tarea. Luisa “siente repugnancia en aceptar” al nuevo director. Humanamente, Vicente de Paúl es el reverso de su antiguo director. El obispo de Belley pertenecía a una familia distinguida mientras Vicente es de humilde ascendencia. Tampoco Vicente se decidía de encargarse de la orientación de la joven viuda. Acababa de establecer la Congregación de la Misión y prefería estar libre para evangelizar.

A pesar de estas contrariedades, la Providencia dispuso que Vicente de Paúl fuera el acompañante espiritual de Luisa de Marillac. Vicente empezó a conocer más a Luisa y comprendió que la impulsaban generosos instintos: quería “gastarse y ser gastada” en el servicio de Dios. Como buen y práctico campesino pensó en lema esencial: buscar

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