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Segunda Conquista Española: Las reformas de los Borbones

SantinomasResumen4 de Mayo de 2020

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UNIDAD 1

  1. La "Segunda Conquista" Española: Las reformas de los Borbones

El siglo XVIII fue un momento de cambios fuertes para el mundo. La llegada al poder de la casa de Borbón en España tras la llamada Guerra de Sucesión (1700-1713) había coincidido con el ascenso de Inglaterra como potencia dominante en el contexto mundial y con el desarrollo de la Revolución Industrial gestado en su suelo. Tras la paz de Utrecht (1713), que puso fin a la Guerra de Sucesión, Inglaterra estaba en una posición sumamente ventajosa respecto de España que atravesaba un período de decadencia, desde el siglo XVII reinando todavía la Casa de Austria.

Gran Bretaña quería la consolidación de un mercado internacional para sus productos (mayormente textiles), para los cuales las colonias hispanoamericanas representaban un objetivo mayor. Inglaterra ya había estrechado vínculos con otros países como Portugal, enemigos de España. Con la llegada de Carlos III al poder, se pensó en la creación de dos nuevos virreinatos para la mejor defensa del territorio español. Estos fueron los de Nueva Granada (1740), y el Río de la Plata (1776). Este último sería una escisión del antiguo Virreinato del Perú que comprendería la intendencia de Buenos Aires con el agregado de las ex misiones jesuíticas y, el Alto Perú, con el objeto de poder mantener libres de saqueos las remesas de plata procedentes del Potosí, expidiéndolas vía Buenos Aires a la metrópoli en lugar de hacerlo por la ruta tradicional de Portobello (Panamá) controlada por Inglaterra, nación con la cual España se encontró en guerra en el siglo XVIII. Entre estas guerras se destacan la guerra de los Siete Años y la guerra de Independencia Norteamericana.

Lynch considera las reformas borbónicas como la segunda conquista de América por                                                  España, la que fue “una conquista burocrática”, y ese carácter le permite considerar las independencias como “un mecanismo de defensa puesto en movimiento por la nueva invasión española del comercio y los cargos oficiales”. Hasta ese momento, el sistema colonial español se había asentado en un equilibrio entre tres factores: 1) La Corona y la administración monárquica, que detentaba el poder político; 2) La Iglesia Católica, el poder ideológico; 3) las clases propietarias locales, el poder económico. Las Reformas van a romper este equilibrio al aumentar el poder estatal peninsular, afectando a los propietarios criollos de tres maneras: 1) aumentando el control y la presión impositiva, cuya recaudación tenía como destino la Metrópoli; 2) restringiendo o prohibiendo ciertas actividades económicas que compitieran con los productos peninsulares y 3) Reservando el comercio de ultramar a los peninsulares. La Iglesia Católica se verá afectada por la expulsión de los jesuitas y por la creación de instituciones educativas dependientes de la Corona.

El puerto de Buenos Aires y la sociedad rioplatense: el monopolio.

A mediados del siglo XVII la población de Hispanoamérica llegaba a los diez millones, de las cuales los blancos representaban alrededor del 6% y los indios el 81%. Al terminar el siglo XVIII los habitantes de la región llegaban a la cifra de 15.814.000.

Si bien desde 1715 existió un “mercado” de negros en el Río de la Plata, no puede afirmarse que el grueso de la producción descansara sobre la mano de obra esclava. Nunca existió un esclavismo en el Río de la Plata de la magnitud de cómo hubo en Cuba o en Brasil.

Entre los blancos, la mayoría de la población fuera criolla, es decir, nacida en América y tenían una marcada conciencia burguesa característica de las clases propietarias. En Buenos Aires las elites criollas –muchas de ellas descendientes de inmigrantes extra-peninsulares (Belgrano, Castelli)- tuvieron por característica la pertenencia a una burguesía comercial, enriquecida por contrabandos. Hasta la creación del virreinato del Río de la Plata se experimentó un lento crecimiento vegetativo, comprensible tomando en consideración de que se trataba de la división administrativa más extensa y menos poblada de toda América Española, proceso que se revirtió a partir de mediados del siglo con la apertura del Puerto de Buenos Aires.

El virreinato quedaría oficialmente inaugurado el 20 de octubre de 1777, siendo el primer virrey Pedro de Cevallos. En principio, no se especificó si su creación tendría carácter permanente o definitivo. Por ello, no correspondió al primer virrey, sino a su sucesor Vértiz la creación de instituciones que tuviesen por objeto la regulación del recientemente creado virreinato, cuyo principal cometido era controlar el comercio inglés, y frenar la expansión de su aliado portugués hacia el sur desde su colonia de Brasil, a expensas del territorio español.

Buenos Aires y su puerto quedaría incorporado al régimen de Libre Comercio, instalándose una Aduana local, una Audiencia en la capital, siendo reorganizadas las jurisdicciones provinciales bajo el régimen de intendencias, que significaría un cambio para la vida económica y social de estas regiones: algunos no vacilan en hallar los orígenes de la Revolución de Mayo en la creación del virreinato.

El Reglamento para el comercio libre de España a Indias disponía que el comercio sólo pudiese llevarse a cabo por medio de naves españolas con dotaciones del mismo origen; se promovía en virtud del mismo la industria naval, con la construcción de navíos de alto calado, estableciéndose para tal fin un número de puertos habilitados para el ingreso de mercaderías, que incluían en el nuevo virreinato a Buenos Aires, Montevideo y Maldonado. Se establecía asimismo el registro de cargas, y de consulados (autoridades marítimas) en los puertos de mayor tráfico. Asimismo se fomentaba el intercambio entre las distintas regiones del imperio español. Por último establecía nuevas normas fiscales, que favorecían abiertamente a las manufacturas peninsulares y la producción de materias primas hispanoamericanas. Al no haber llegado a España la Revolución Industrial, “las manufacturas” se reducían a la economía tradicional de la Península (vino, aceite, etc.). El Reglamento  prohibía cualquier producción en suelo hispanoamericano que fuera competencia para aquellas.

Desde la Paz de Utrecht, se había permitido el sistema de navíos de registro, el cual se reducía a dos navíos con mercadería de importación que podían ingresar al puerto de Buenos Aires. Este sistema estaba lejos de poder “inundar” con manufacturas de origen británico el territorio del Río de la Plata. El contrabando fue de este modo una manera de compensar esta “deficiencia”, en beneficio de las elites portuarias y de sus contrapartes británicas, con el consiguiente perjuicio de la administración colonial. Con la apertura del puerto de Buenos Aires se instaló el sistema de control colonial de mercaderías de importación, la Aduana.

Por su parte, en el mercado británico había gran demanda del producto rioplatense, el cuero, que constituyó el primer “ciclo” económico que tuvo lugar en suelo argentino.

 La explotación de los pueblos originarios. El ciclo de la plata: El Potosí  

El cambio más radical introducido por la creación del virreinato del Río de la Plata, lo constituyó la incorporación al mismo de la Intendencia de Charcas, que incluía las explotaciones mineras (plata) de Potosí, que eran las más ricas de América.

La producción se basaba en fuerza de trabajo originaria: a diferencia de lo sucedido en Buenos Aires, el elemento indígena predominaba en el Alto Perú. El sistema de trabajo conocido como mita, que reducía a la población indígena a la servidumbre, fue implementado en Potosí. La mita consistía en la adjudicación coactiva de fuerza de trabajo al inca. Los españoles siguen implementando el mismo sistema, si bien los incas lo utilizaban para realizar obras públicas y no para la explotación minera.

“La mita – apunta Eduardo Galeano – era una máquina de triturar indios. El empleo del mercurio para la extracción de la plata por amalgama envenenaba tanto o más que los gases tóxicos en el vientre de la tierra. Hacía caer el cabello y los dientes y provocaba temblores indominables.  Seis mil quinientas fogatas ardían en la noche sobre las laderas del cerro rico, y en ellas se trabajaba la plata valiéndose del viento. A causa del humo de los hornos no había pastos en un radio de seis leguas alrededor de Potosí, y las emanaciones no eran menos implacables con los cuerpos de los hombres”

La tecnología de producción de la plata en Potosí brinda indicios de las precarias condiciones de salubridad a la que los indígenas estaban sometidos. A fin de separar la plata del mineral, los indios fundían el mineral agregándole plomo. Los hornos se construían de barro o de piedra en la cima de una montaña, siendo atizados al aire libre por medio del viento. El metal obtenido en estos hornos se colaba sucesivamente hasta conseguir plata pura. Este método se utilizó hasta que los españoles introdujeron la amalgama mediante mercurio, a fines del siglo XVI: desde entonces, la intoxicación con este metal, se volvió endémica para quienes trabajasen en las minas.

A partir del siglo XVIII –momento en el cual se creó el virreinato del Río de La Plata- se apreció en el Alto Perú un pronunciado descenso en la actividad minera, evidente en las minas de Potosí, en abierta decadencia. Las actividades extractivas como este tipo de minería tuvieron un final que acarreó la destrucción de los pueblos originarios y el agotamiento de un recurso no renovable como la plata. La villa imperial de Potosí, cuya población una vez llegó a los 160.000 habitantes, contaba en el siglo XVIII con 30.000 habitantes. Esta fue la coyuntura en la cual se llevarían a cabo los levantamientos de Tupac Amaru (1742-1781), identificados principalmente con el descontento de los indígenas por la explotación a la que habían sido sometidos. Estos levantamientos de genuino origen popular constituyeron un llamado de advertencia para un imperio que ya tenía sus días contados.  

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