Segunda Gran Crisis Capitalista
rebeccaburdock7 de Julio de 2014
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El presente histórico es el lapso de tiempo más reciente, usado también como sinónimo de lo que antes se denominaba modernidad, tomando en consideración los sucesos del pasado en estrecha relación con la actualidad, así como también conteniendo el tercer momento del futuro.
Esta concepción también considera la posibilidad (o mejor dicho la necesidad) histórica de cambio, entendiendo que en el presente hay un conjunto de condiciones que se diferencia del pasado más lejano y nuevas condiciones del futuro que reemplazarán las actuales. Esta visión dialéctica del mundo afirma no sólo la evolución del pasado sino que, al considerar al capitalismo como una etapa de ella, se supone su superación por una etapa diferente, que podría significar asimismo la superación del hambre, las guerras y las desigualdades propias del capitalismo. Esta forma de comprender el presente histórico es totalmente contraria a una visión antihistoricista (como la del eterno retorno de Nietzsche) de que “nada cambia”, bajo la cual subyace el otro sentido: de que las cosas así están bien y que no se debe intentar cambiar. Se puede llegar a esta visión con la utilización de la categoría de substancia o de estructuras estables tomadas como elementos y no como momentos de un proceso evolutivo. Se necesitan estructuras flexibles y dinámicas para abarcar la visión del mundo actual inmersa en un sistema capitalista intrínsecamente inestable. La actual segunda gran crisis mundial capitalista es un síntoma de esta inestabilidad, como también lo fueron la crisis económica de 1929 y las dos guerras mundiales en el siglo pasado.
Según esta concepción del presente es innegable que hay un desarrollo histórico, conducido (como un viejo topo que no es totalmente consciente del recorrido ni el sentido de su viaje) por la búsqueda de mejores condiciones de vida social para la especie, resultado de la creciente superación de las condiciones cercanas a la animalidad. Esta superación es posible gracias a la reversibilidad operativa, es decir, la capacidad autorrepresiva de negar la ejecución instintiva generada por los propios impulsos.
En esta configuración desarrollista es esencial el movimiento, el cual está siempre presente, más allá de los posibles estancamientos que puedan experimentar las sociedades. Los cambios que se producen en este movimiento pueden analizarse como giros o como revoluciones. Los giros son evoluciones acumulativas y lentas, con dos sentidos posibles: llevar vida a espacios antes deshabitados o llevar nuevas formas de producción o de vida social a espacios habitados previamente. Las revoluciones por su parte son procesos de avance relativamente rápido, pueden hacer referencia a un cambio acelerado en la relación entre la sociedad y la naturaleza o a revoluciones sociales. Una característica del presente histórico es la aceleración en el ritmo de dicho movimiento, como explicaremos más adelante.
Luego de que el hombre superó las condiciones cercanas a la animalidad, fue capaz de utilizar la naturaleza a su favor. La primera etapa del desenvolvimiento de la especie humana como social e inteligente fue la etapa de su extensión por casi toda la superficie terrestre. Este momento constituye el primer giro de la historia humana y es el principio de un proceso que hoy nos lleva a la conquista del espacio extraterrestre. Como explica Vazeilles, el haber salido hacia el resto del mundo y aprovechado los recursos fluviales, lacustres y marinos “debe ser visto como una muestra enérgica y extendida de las potencialidades del trabajo social y la conducta inteligente” .
El cambio esencial de la etapa siguiente es el gran salto de la recolección a la producción. La revolución económica y científica permitió que los hombres –antes parásitos– se convirtieran en socios activos de la naturaleza se llamó revolución neolítica. Vemos que el término revolución responde a un cambio en la relación con la naturaleza, y también en gran salto demográfico que ésta implicó debido a la mayor disponibilidad de alimentos.
Mientras los hombres cazaban, las mujeres comenzaron a sembrar deliberadamente y cultivar la tierra sembrada. También comenzó en esta época la domesticación de animales y la multiplicación de rebaños y manadas que permitían obtener productos útiles como la leche o la lana sin necesidad de matar a los animales. Para utilizar la lana que se recolectaba se desarrolló el mecanismo del telar, mientras que para guardar las semillas, se calentó la arcilla y se produjo alfarería.
Las culturas neolíticas desarrollaron gran cantidad de herramientas y métodos adecuados para las nuevas actividades como la siembra, la cosecha, el almacenamiento, la confección de artículos para los rituales mágicos, los recipientes, los tejidos, las chozas, etc. La cosecha y el abastecimiento eran especialmente importantes porque de ellas dependía el potencial abastecimiento de la comunidad. Otra característica de la misma es la falta de especialización en las tareas. La mayoría de estas sociedades enterraban a sus difuntos a través del sepelio ritual.
La guerra surgió en la revolución neolítica, cuando el salto histórico de la recolección, la caza y la pesca a la producción agraria y pastoril –si bien ya en épocas prehistóricas algunas sociedades descubrieron formas de restituir la fertilidad a las parcelas agotadas o impedir el agotamiento – disminuyó la cantidad de tierras fértiles útiles y disponibles para la siembra. La mayoría de las sociedades eran nómades y, ante el desgaste y la consecuente baja de productividad de las tierras, partían en busca de nuevas parcelas. Esta búsqueda también fue estimulada por el aumento demográfico que produjo la disminución de la escasez de bienes. Sólo podía alimentarse a las familias adicionales cultivando nuevas parcelas, por lo cual, tuvieron que diseminarse. A la larga, las distintas sociedades se encontraron. “Pero el contacto, posiblemente, no siempre fue amistoso. Porque todos y cada uno compiten por la misma clase de tierra, la cual no es ilimitada. Esta competencia por sí misma podía provocar la guerra.”
Aquí queda claro que la relación que se establece entre economía y guerra es indudable: el origen de esta última parte inseparablemente de un factor económico, y también seguirá relacionándose con ella en el siglo XX y XXI con las crisis capitalistas mundiales, como será explicado más adelante.
En los comienzos de la revolución urbana (y anteriormente en el paleolítico con el comunismo primitivo) cuando el excedente todavía no era tal como para posibilitar una clara diferenciación de clases y las aldeas campesinas aún conservaban buena parte del igualitarismo social, existía una visión del mundo animista mágica, en la cual “las suposiciones mágicas que aparecen en los casos en que no puede asegurarse el dominio eficaz del entorno, forman un conjunto articulado con experiencias sensibles que sí aseguran la supervivencia” . Es decir que la experiencia sensible nunca era negada ni expulsada. Marx y Engels llaman a esta actitud cultural frente al mundo “materialismo ingenuo”, no hay una metafísica que se superponga y niegue a los sentidos.
La clara división de clases que va a llevar a la superación del animismo mágico y el establecimiento de la religión se desarrolla en la llamada revolución urbana. Entre ambas revoluciones pasó relativamente muy poco tiempo teniendo en cuenta las decenas de miles de años que duró el estadio de recolección.
El punto esencial en la revolución urbana fue la cultura hidráulica de control de las crecientes de los grandes ríos lo que posibilitó la preparación de la tierra para la obtención de un gran volumen asegurado de producción agraria, es decir, un excedente productivo. Este excedente permitió la aparición de grupos sociales que podían sobrevivir sin dedicarse a la producción. Esto generó una sociedad estratificada dividida en castas: en la cúspide se ubicaban los guerreros y los sacerdotes, en la base una gran masa de campesinos que realizaban el trabajo agrícola. Mientras el grupo mayoritario trabajaba la tierra, la distribución quedaba en manos de las castas de la cúspide. Sin embargo este no fue el comienzo de la lucha de clases ya que éstas presuponen la aparición de la producción mercantil.
Desde el punto de vista de la magnitud, la comunidad creció hasta llegar a ser, ya no una aldea, sino una ciudad. Según Mario Liverani lo que distingue a las ciudades de las aldeas es que las primeras cuentan con complejos organizativos como los templos y los palacios. La tierra de la ciudad empieza a poseerse de forma individual, mientras la pradera sigue siendo común. Las diversas tareas que en el neolítico se desarrollaban colectivamente se diferenciaron y dividieron entre especialistas.
La lucha por la posesión de territorios fronterizos intensificó los conflictos bélicos, para frenarlos se hizo necesaria una nueva institución: el Estado, pero que estaba plasmado en el poder de una sola persona, el gobernador urbano o rey.
El comercio también aumentó, lo que desembocó en la invención de la escritura para las funciones administrativas. Por la necesidad de transmitir este nuevo aprendizaje también aparecieron las escuelas. Me parece pertinente en relación a la aparición de la cultura citar a Claude Lévi-Strauss, que sostiene lo siguiente:
“(…) la única realidad sociológica concomitante de la escritura era la aparición de fisiones, de escisiones, correspondientes a regímenes de castas o clases, pues la escritura se nos manifestó en sus comienzos como un medio de sometimiento de unos hombres a otros hombres, como un medio de mandar a los hombres y apropiarse
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