TRABAJO "La Ciudad Antigua"
canderussoTrabajo16 de Octubre de 2018
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11 | “La casa de un griego o de un romano encerraba un altar y en el debía haber siempre un poco de ceniza y carbones encendidos”
La frase se encuentra en el libro primero “Creencias Antiguas”, capítulo tercero “Fuego Sagrado” del libro “ La Ciudad antigua” de Fustel de Coulanges. Este capítulo trata sobre la adoración que tenían tanto los griegos como los romanos por el fuego que creían sagrado.
El dueño de cada casa debía mantener el fuego encendido tanto de día como de noche, era una obligación sagrada. Este no debía dejar de arder constantemente, por lo que durante las noches las ascuas eran cubiertas con ceniza para que el fuego no se apagara y por las mañanas se avivaba y alimentaba. Según esta antigua creencia, este fuego no podía ser alimentado con cualquier clase de leña, y debía permanecer siempre puro, es decir, no se le podía arrojar ningún cuerpo sucio y no se podía cometer ningún acto reprochable en su presencia.
El primero de marzo de cada año las familias romanas podían apagar su fuego sagrado y encender otro en el acto observando minuciosamente los ritos.
Los romanos le tributaban un verdadero culto al fuego, ofreciéndole ofrendas, por ello se dice que el fuego de sus altares tenía algo de divino. Nadie dudaba de su presencia, a él se le pedía salud, riqueza y felicidad. De esa manera, se honraba a un dios bienhechor en el hogar, un dios rico y fuerte que protegía la casa y la familia. Se le ofrecían sacrificios para mantener el fuego sagrado y alimentar el cuerpo del dios y una vez que los recibía iluminaba a su adorador con su luz.
Durante la comida debía dirigírsele una oración al fuego sagrado tanto al comienzo como al final. Antes de comer se depositaban los alimentos en su altar y lo mismo se hacía antes de beber, derramándose un trago de vino. Esto se convertía en una ceremonia santa, donde el dios y el hombre entraban en comunión.
La religión del fuego sagrado data de una época lejana en el Asia Central. De allí tomaron estas creencias y ritos los romanos. En todos los sacrificios la primera y última invocación se dirigía al hogar. En Roma, cuando se comenzó a representar a los dioses como personas con nombre propio y forma humana, el altar del fuego sagrado quedó personificado con forma de mujer y se lo llamó Vesta. Esta divinidad era pura y representaba el orden moral. En aquella época, el fuego del hogar era preferido a todos los demás dioses, ya que era muy anterior a ellos. Era un ser mortal de doble naturaleza; físicamente resplandecía, se movía, vivía, alimentaba el cuerpo y moralmente tenia sentimientos, daba al hombre pureza y alimentaba al alma, era el dios de la naturaleza humana.
El culto del fuego se encontraba muy relacionado con el culto a los muertos, ambos son de la misma antigüedad y se los creía de la misma religión. Hogar, dioses lares, héroes, todo estaba confundido. Lares o héroes eran las almas de los muertos, a quienes atribuían un poder sobrehumano y divino y el hogar estaba siempre unido al recuerdo de cualquiera de estos muertos sagrados, adorando a uno no podía olvidarse el otro. Según el gramático Mauro Servio era muy común enterrar a los muertos en las casas. Por esto, se cree que el hogar era el símbolo del culto a los muertos, y que bajo la piedra del hogar reposaba un antepasado. El fuego se encendía en su honor y representaba la prolongación de la vida. Esta idea marca la estrecha relación entre ambos cultos, una antigua religión romana que adoraba la fuerza moral y pensante de los hombres.
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