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Un Dia En La Vida

emily16 de Febrero de 2015

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ambientales, costumbres, espiritualidad religiosa. Casi seguido me refiero a la voz de la conciencia que manejo con expresión poética, al igual cuando más adelante me refiero al

perro, otro elemento tan familiar y casi sagrado en los hogarescampesinos: “El chucho es mi hermano. El chucho me cuida en las noches cuando me quedo sola con los cipotes y nada más hay la oscurana encima de una. El miedo de no amanecer el otro día… y el chucho que de vez en cuando husmea y comienza a ladrar a los cielos”.

A medida que transcurren las horas asignadss como capítulos, el drama de José Mejía se va perfilando al recibirse la noticia que fue capturado cuando llegó a visitar a su familia en la aldea del Kilómetro. El hecho se divulga y se va filtrando casa por casa hasta llegar al hogar de Guadalupe, esposa de José porque la Guardia Nacional viene exhibiendo al prisionero para que lo reconozcan y como escarnio y amenaza. Todos saben de José por ser un líder de la comunidad pero nadie debe aceptar conocerlo. El hecho que se le haya sacado un ojo y venir con el rostro sangrante permite encubrir la mentira. Una mentira piadosa porque la población sabe que quien afirme que lo conoce será capturado de inmediato; una actitud natural en la época donde nadie podía aceptar relación con una persona perseguida sin arriesgarse a recibir el mismo trato.

Ante un estado de intolerancia y persecución por pertenecer a una organización gremial o sindical, Guadalupe ha sido preparada por José: si alguna vez le ocurre algo que ella lo niegue y lo desconozca. Él asume los riesgos de desaparecer o morir, y ella, la esposa tratará de preservar

su seguridad para no dejar huérfanos de padre y madre a los hijos.

También contiene otras historias, una de ellas muy importante es el papel que juegan los religiosos católicos para inculcar los derechos a la gente del campo basados en principios bíblicos y el irrespeto a la iglesia católica.

Dada la tradición religiosa la mejor manera de hacer comprender que se tienen esos derechos no es la legislación nacional sino lo establecido por las escrituras sagradas. Esto permite permear principios de justicia sin que la institución estatal las califique de ideas perniciosas, lo cual tuvo un efecto solo en los primeros años de trabajo catequístico, pero en la medida que esas ideas se fueron concretando en organizaciones de defensa por los derechos, tanto los sacerdotes o monjas como los feligreses comenzaron a ser perseguidos hasta culminar en asesinatos. Hay todo un capítulo donde se expresa la posición de los sacerdotes católicos bajo la Teología de la Liberación aunque no se exprese directamente la teoría como tal. Esta es la atmósfera general que se va perfilando en la obra mientras ocurren otros hechos que ilustran la situación en el campo salvadoreño, al grado que los hombres deben irse a dormir en los cerros cercanos fuera de sus casas por temor a ser secuestrados en horas de la noche. También se narran los casos de María Pía y María Romelia; la toma de la Catedral de San Salvador donde participa Adolfina, nieta de Guadalupe y José; otro hecho narrativo vinculante es el del niño William educado en un cuartel de la Guardia Nacional como torturador.

La novela expresa una situación de guerra no declarada de las instituciones armadas en contra de la población civil, aunque el marco temporal está ubicado antes de la declaración abierta de guerra, pues la obra fue escrita a finales de 1979. Gana el premio UCA Editores de la Universidad Católica unos días antes de la muerte de Mon. Oscar Romero, en marzo de 1980, hecho que se califica de ruptura definitiva de cualquier solución pacífica a los problemas políticos y sociales de El Salvador, es la coyuntura para dar a conocer las primeras formaciones guerrilleras y plantear la lucha armada como vía necesaria.

La novela tiene varios personajes fuertes, además de la pareja principal, Guadalupe y José. Me refiero a Adolfina y al Cabo Martínez, autor este de los asesinatos políticos en la zona, a quien se le atribuye la muerte del marido de Guadalupe. Los cuatro van cerrando el círculo final de la novela, el cabo Martínez como el símbolo de la crueldad de un experto en guerra sucia, y por otro lado la adolescente Adolfina anuncia la visión de una vida distinta para quienes han sufrido las dictaduras de los países centroamericanos, calificados con indignidad como republics bananas desde las primeras décadas del siglo XX y subvalorados en su humanidad representada por valores y tradiciones. Esta situación es elemento principal que resalta en Un día en la Vida. Por algo había sido punto de inspiración la obra de Solzhenitsin que se ponderó a partir del irrespeto a los derechos y valores humanos y que se repetía con igual y prolongada dureza en nuestros países.

En verdad, cuando decidí escribir la obra y seleccionar esa temática fue como tener un espejo en la obra del soviético Solzhenitsin, para que se viera mejor retratado el rostro humano de los países centroamericanos; quise resaltar que al igual que alguien sufría más allá de América, miles también habían padecido desde la época de la independencia (en 1821) el terror como pesadilla política de vida.

Creo que sin esa obra que me servía como espejo, y no como influencia, que no la tuve en lo mínimo, no habría escrito la novela sobre José y Guadalupe.

Por lo dicho puede concluirse que esta novela puede considerarse una obra social y política, una narrativa sobre hechos de la historia reciente, que prefiero llamar novela testimonial y no histórica. En todo caso el testimonio es historia no oficial contada por los mismos protagonistas y testigos. En Un Día en la Vida, la historia está matizada por la imaginación creativa y poética del escritor, de ahí la emoción que despierta, especialmente en los jóvenes y en los adultos no intelectualizados.

Para algunos el éxito de la obra se atribuyó a la situación política de guerra, pues el libro circulaba de manera clandestina y narraba hechos previos al conflicto bélico, a los que logré darle un tratamiento no coyuntural ni parcializado por la situación que se vivía en El Salvador, aunque la realidad lo hubiese obligado. Este manejo le da consistencia y perennidad a la obra, y contradice a quienes vieron Un Día en la Vida como obra coyuntural sujeta a un contexto de guerra civil que involucró a toda América Central.

Sin embargo, el manejo literario dijo otra cosa, la obra continúa vigente a doce años de terminada la guerra. Entre otras razones: por los elementos históricos de la infamia y que motivaciones políticas obligan a ocultarlos olvidando el principio que los dramas sociales y políticos terribles deben recordarse para que no se repitan. Esas muertes y holocausto son historia y vida de la Nación.

La producción de Manlio Argueta (n. 1935) se caracteriza por un continuo compromiso con su país, en una región en donde la literatura denuncia los atropellos y la injusticia social.

De esta manera, sus inclinaciones políticas lo determinan como un escritor que comulga con los sectores marginados de El Salvador y esto desde su primer texto narrativo El valle de las hamacas (1968). Esta tendencia de denuncia social se prosigue en textos posteriores como Caperucita en la zona roja, con el cual gana el premio Casa de las Américas en 1977 y Un día en la vida, novela que gana también el premio “José Simeón Cañas”. En la década de los 80, continúa, con Cuzcatlán donde bate la mar del sur (1986), su labor de conciencia crítica ante una realidad social que demandaba una posición ética de los escritores. Tal responsabilidad histórica coincide, como recuerda Monique Sarfati-Arnaud, con la emergencia de una nueva práctica discursiva que concretara las vivencias y los anhelos de una generación de intelectuales y artistas latinoamericanos y que respondiera a la efervescencia política y al cuestionamiento de los regímenes militares y dictatoriales (Sarfati-Arnaud 1990: 123). Esta nueva práctica discursiva es el testimonio bajo multitud de formas genéricas como podrían ser la autobiografía, la crónica, el relato en verso, la novela o el diario.

Consciente de ello, Manlio Argueta confiesa, en una entrevista con Lorena Argüello aparecida en el Semanario Universidad de la Universidad de Costa Rica a raíz de la publicación de Un día en la vida, que “[n]o se puede escribir de mariposas, mientras que la gente muere” (6); lo mismo repite en otra entrevista con Nelly Zulma Martínez, cuando apunta que “la ética va íntimamente vinculada con la estética” (15). De manera que las convicciones políticas de Manlio Argueta afloran sencillamente para concebir una empresa literaria que redinamice la historia salvadoreña (y latinoamericana, por supuesto) bajo una modalidad discursiva que rescata del olvido la voz de los sujetos subalternos y se ofrece como testimonio de ella. No cabe duda de que esta dimensión del “testimonio” mediatiza los textos literarios de Argueta, en lo que han coincidido, por ejemplo, Berverly o Safarti-Arnaud (1990) en relación con la literatura salvadoreña. Sin embargo, mi interés es ensayar otra vía distinta a los textos de Argueta tomando en cuenta la manera como se construye su producción textual. Para ello, este estudio se centrará en Un día en la vida.

Señalaba Juan Carlos Flores, en un artículo del Semanario Universidad de la Universidad de Costa Rica, la importancia no sólo en el cambio de escenario para la narrativa arguetiana por la atención que se le dedica al campo en Un día en la vida, sino también en la técnica sencilla y la transparencia con las que el relato se da al lector (6), con las que se produce una alta carga de efectividad y de identificación, ya

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