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Cavernas y palacios (En busca de la conciencia en el cerebro.) – Diego Golombek


Enviado por   •  12 de Diciembre de 2015  •  Resúmenes  •  4.209 Palabras (17 Páginas)  •  165 Visitas

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Cavernas y palacios (En busca de la conciencia en el cerebro.) – Diego Golombek.

¿Somos una función del cerebro? ¿Deberemos aceptar que nuestra historia, nuestras emociones, nuestra conciencia, nuestros dolores... todo está codificado en la actividad de unos miles de millones de neuronas?

Hoy podemos mirar el cerebro en acción desde afuera, y así vislumbrar sus funciones, las zonas que se activan al ver la imagen de la maestra de primer grado, o al repasar la tabla del siete, o al cantar bajo la lluvia.

Pero la comprensión de la conciencia, esa capacidad de saber quiénes somos, que tenemos un cuerpo, que nos duele la punta del dedo, es aún esquiva, aunque hay cierto consenso en que el cerebro tiene mucho -si no todo- que ver con esas cosas.

En este libro recorreremos las cavernas y los palacios de la conciencia; tanto esas zonas luminosas que podemos comprender como las cuevas oscuras que el cerebro se resiste a mostrarnos (a nosotros mismos y a los investigadores que las exploran con velas en la mano). Luego de un paseo histórico por las ideas sobre el cerebro y la conciencia, entraremos de lleno en el sistema nervioso a través de las puertas de la recepción, que nos permiten saber que hay un mundo ahí afuera (aunque a veces sean de lo más engañosas). Nos sorprenderemos con diversos experimentos y transitaremos por los bordes de la conciencia perdida... en el cerebro. En suma, se trata de un viaje hacia nosotros mismos.

Partes:

Capítulo 7: Las cuevas de la memoria        

Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía comprarlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños.

                                                Jorge Luis Borges.

   ¿Dónde puse las llaves? ¿Cómo se llamaba la maestra de Lengua de tercer año? Recuerdo haber estado aquí, pero ¿cuándo, por qué? Somos, en cierta forma, nuestros recuerdos: esas caras, fechas, imágenes y sabores que nos forman y van cambiando cada día. Conocer la formación de esos recuerdos es, sobre todo, conocernos a nosotros mismos.
 Para que haya aprendizaje tiene que haber memoria, que podríamos definir como el almacenamiento de información en el cerebro. Sin embargo, sólo con memoria no llegamos a ningún lado, y allí está don Funes para recordárnoslo: también es necesario el olvido. Como bien dice Ivan Izquierdo, investigador argentino radicado desde hace años en Porto Alegre (Brasil): “Lo más importante de la memoria es el olvido”. La información guardada puede estar en la conciencia, o emerger a ella; al mismo tiempo, existe memoria no accesible normalmente –se dice que son memorias inconscientes y, convengamos, muchos licenciados se ganan la vida con ellas-.
   La memoria incluye los procesos de almacenamiento de la información, su consolidación y también los de su recuperación (la
evocación, el famoso proceso por el cual algo pasa “de estar en la punta de la lengua” a poder ser recordado).
  Como saben los que han visto la película
Memento, hay varios tipos de memorias. Algunas clasificaciones son bastante obvias: habrá memorias que duren mucho (de largo plazo) y otras que duren poco (de corto plazo). Hasta aquí vamos bien; además, algunas lesiones o enfermedades psiquiátricas afectan a uno u otro tipo. Pero hay de todo en la viña del cerebro, y habrá que ir un poco más lejos.
  La memoria sensorial es en general de largo plazo: recordamos bien cómo suena un violín, o el gusto de una manzana, o el color de nuestro gato. Para que una memoria llegue a ser de largo plazo, debe darse previamente el proceso de
consolidación. Estas sensaciones están almacenadas en forma más o menos permanente; aún no sabemos muy bien si comparten el almacén o son individuales. La memoria de corto plazo, en cambio, es la memoria “de trabajo”, por ejemplo, que yo le pidiera al lector que recordara algunas palabras de la frase anterior.
  La memoria de corto plazo parece estar relacionada con el lenguaje: es más fácil aprender ciertas series de letras, con algún significado, que otras al azar. Un  ejemplo:
  SADRONUUBA. Si tratamos de aprender la serie de letras individualmente, será tarea bastante difícil. Sin embargo, si las partimos así: S.A. – DR. – O.N.U. – U.B.A., dándole un significado a cada una de las siglas resultantes, tal vez podamos recordarlas más fácilmente (estamos organizando la información en partes familiares).
  En los últimos años ha cambiado mucho el concepto que se tiene sobre las consolidaciones de las memorias. Tradicionalmente, este concepto se refería a un proceso por el que una memoria llega a ser cada vez más resistente a la interferencia o a las interrupciones (el famoso distractor que se le presenta a un mozo cuando, luego de hacerle un pedido complicado, uno le grita mientras se está yendo que agregue un helado de pistacho y crema del cielo). Sin embargo, recientemente se fueron definiendo distintas ventanas temporales durante las cuales la memoria será más o menos susceptible de romperse o quedar intacta. Así, una memoria consolidada puede ser reactivada luego de períodos de reconsolidación. Varios investigadores, incluidos grupos argentinos de trascendencia internacional (como los dirigidos por el doctor Jorge Medina en la Facultad de Medicina o el del doctor Héctor Maldonado en la facultad de Ciencias Exactas y Naturales, ambos en la Universidad de Buenos Aires), han reportado que las bases genéticas y bioquímicas de los procesos de consolidación y reconsolidación son diferentes, lo que podría algún día aportar tratamientos farmacológicos a medida de las fallas que se produzcan en la memoria.
  Hasta ahora había dos pasos descritos en la formación de la memoria, uno que ocurre a las dos o tres horas de haber aprendido algo, y otro que es la base de la memoria de largo plazo y que necesita que se fabriquen nuevos ladrillos en las neuronas. Estos mecanismos son bastante universales y no sólo se han estudiado en ratas sino también en moluscos o insectos, que algo para aprender y recordar en la vida seguro que tienen. Si bien no hay datos precisos en humanos, se sabe que se activa una zona del cerebro en los procesos de aprendizaje, el hipocampo, al igual que en nuestras primas ratunas.
  Y aquí los investigadores se preguntaron cómo es que las memorias pueden persistir mucho más allá de las veinticuatro horas, hasta toda una vida, si es que esos ladrillos que fabrica la célula (las proteínas) sólo duran un suspiro de, como mucho, unas pocas horas. Así se descubrió que hay una nueva fase que ocurre unas doce horas luego del aprendizaje, que no tiene que ver con la formación de la memoria sino con su persistencia. Como esta fase depende de la fabricación de proteínas, se intentó detener la producción por un ratito y se comprobó que las ratas de laboratorio no recordaban nada a los siete días postaprendizaje. Claro, una cosa es decir la “síntesis de proteínas” y otra, muy distinta, es hablar de tal o cual molécula específica… pero la historia no termina allí: el grupo del doctor Medina encontró que una proteína en particular, simpáticamente llamada Factor de Crecimiento Derivado del Cerebro (BDNF, por sus siglas en inglés), es necesaria para este ratito en el que el cerebro decide si la memoria va a ser duradera o no. Ese BDNF tiene que ver con el crecimiento y la charla entre neuronas, como si fuera la señal de un escultor que afina las conexiones entre las diferentes células: sin BDNF la memoria no dura nada, mire. Es más: como esta manipulación se da horas después del aprendizaje, casi es tentador pensar en una pastilla del día después… para olvidar. ¿Será que si les administran BDNF a las ratitas ciertas memorias pueden durar más tiempo?
  Todo muy lindo, pero ¿qué puede aprender una rata de laboratorio? Aunque muchos se ofendan, aprenden casi lo mismo que nosotros, al menos en lo que se llama “memorias episódicas” en humanos, como algo que a uno le pasó algo en determinado lugar una sola vez (el equivalente de hacer un solo ensayo con las ratas) y lo recuerda por mucho rato. Además, si bien no hay pruebas directas, se sabe que el gen del BDNF también está relacionado con la memoria en humanos, ya que sus mutaciones generan trastornos cognitivos.
  En definitiva, esto apunta a tratar de entender qué es la memoria: nuevas neuronas, síntesis de proteínas, conexiones diferentes entre las células. También llama la atención que el proceso de aprendizaje no sea continuo, sino que haya “ventanas” en las que se puede interferir en la memoria. Tal vez en el nivel adaptativo no conviene guardar todo, entonces es útil que haya fases en que la memoria sea modulable; en esos momentos se decide si se almacenan los recuerdos o no. Si la memoria estuviera lábil todo el tiempo sería demasiado susceptible. O sea: el punto exacto entre
Memento y un tal Funes.
  Pensar en estos experimentos da un poco de vértigo: sean ratas, cangrejos o humanos, los investigadores están interfiriendo con lo más íntimo de un organismo: su historia. Tal vez al trabajar en ciertos temas de vanguardia uno se toca con lo ético, aunque siempre vale la pena investigar y saber más; en ese sentido, es mucho más peligroso lo que se investiga con las zonas del cerebro humano que se activan con las emociones para, eventualmente, poder manipularlo.

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