Crónicas de un Desconocido
BenHergueBiografía26 de Marzo de 2024
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Capítulo Uno
Un Niño Llamado Bertoldo
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A los cuatro años de edad. Quilimanzano, 1955
UNO
Cuentan que yo nací en una casa que existía en el patio de mi abuela Elsa. Soy el tercero de los 10 hijos de mis padres. Tengo 20 años menos que mi mamá y ambos cumplimos en el mismo mes: Marzo
Poco después de haber yo nacido, trasladaron esa casa hasta la hijuela que era propia y para acá se vino toda la familia. De aquí existen todos los recuerdos que tengo de niño, antes de cumplir los cinco.
Recuerdo que un día estábamos con mi madre en el patio, atendiendo a alguien que había venido y pasó un sanjuán volando. Me llamó mucho la atención, pues vuelan bastante raro, así con las patitas colgando, he iba perdiendo altura poco a poco hasta que una gallina lo cazó en el aire.
DOS…
Un día mi papá construyó un cerco desde el corral hasta el agua. Usó plantas enteras acarreadas a bueyes que estaban llenas de enredaderas de copihue con sus frutos maduros. Así que fue nuestra delicia y todo un desafío encontrar sus frutos entre tanto ramaje enmarañado.
TRES…
La familia del Nujo Fabres se vino a arranchar al fundo de don Chelo River, al frente de nuestra casa construyeron una especie de ramada provisoria y allí se quedaron por algunos veinte días, mientras los hombres realizaban labores de cosecha. Yo me arrancaba para allá, porque había varios niños para jugar y lo encontraba top de chévere tener camas en el suelo y hasta sentía cierta envidia porque nosotros no lo hacíamos. Para ellos debía ser bien duro y claro que no lo hacían por diversión, sino porque era necesario.
CUATRO…
Nuestra casa tenía (tiene, aún existe, aunque sólo se usa para guardar herramientas y productos) cuatro piezas y estaba construida sobre pilotes altos. Tipo 180 cm por el lado norte. Sobre esa altura había una segunda puerta, ya que la de ingreso esta por el sur y allí estábamos nosotros jugando con agujas a cocer algo. Yo me les puse a llorar y desde abajo gritaba:
-Agújamelo…. Cuéceme aquí-. Y debo aclarar que “agújamelo” significaba “préstame la aguja”.
Pero nadie me lo quiso agujar. Ni por más llanto y pataleo.
CINCO…
Como nos alumbrábamos con un lamparín a parafina, había que ir a comprarla. La parte más cerca era donde el Lucho Cáceres, a más de dos kilómetros hacia el este y mandaron a mi hermano Cali conmigo. Primero había que salir al camino público y caminar por él algunos trescientos metros. Algo pasó que yo me le taimé y me tiré al suelo. Me rogó, me gritoneó y como no le hacía caso, me golpeó con la botella de vidrio en la cabeza, que casi la quiebra. Fue para peor. Más me aferré al suelo y no me movía ni con espeque. Entonces me dijo:
-Viene un auto-.
Y ahí sí que me paré enseguida y lo acompañé mansito.
Después confesó que lo había dicho por decir algo y justo que salió cierto.
SEIS…
Nuestra casa quedaba a unos 250 metros del camino y cada vez que escuchábamos venir un vehículo, salíamos corriendo sólo para verlo pasar. Aunque, como yo era demasiado pequeño, siempre me quedaba a unos 80 metros de distancia. El móvil pasaba antes que yo pudiera llegar.
Y ahí comenzaba con mi interrogatorio acostumbrado.
¿De qué color era?
¿Cuántas personas iban?
¿Pasó bien rápido o lento?
¿Te saludó el chofer?
Y así.
Pasaba algún auto cada dos o tres meses y yo les tenía mucho miedo.
SIETE…
Hacia el Este de la casa estaba la cocina. Totalmente de fogón y con piso de tierra. Una mañana que me levanté temprano había un animalito amarrado que se mostraba totalmente tranquilo. Yo lo quise acariciar pasándole la mano por su pelaje en la parte alta de su cabeza:
- ¡Perrito, perrito! - Le dije
Ver mi mano y pegarme el feroz mordisco fue todo uno. Ahí se quedó mi pobre manito sangrando y yo póngale llanto.
Pasaba que no era un perro, como yo había creído. Era un zorro totalmente salvaje que habían cazado por la noche, porque era él quien se comía las gallinas que se estaban perdiendo.
OCHO…
Ya nunca podré saber si había tenido alguna experiencia de la cual no tengo ningún recuerdo. Probablemente así debe haber sido. Pero un día estaba jugando con alambre liso, que antes era bastante común en los cercados. Y así jugando construí dos ruedas grandes y mi juego consistía en montarla como si fuese una bicicleta. Lo dicho, no tenía recuerdo de haber visto alguna. Me gusta creer que la estaba inventando.
NUEVE…
Cuentan que cuando yo era pequeño, salía andar solo. Un vecino me encontró haciendo una cama de hojas para quedarme a dormir. Era tarde, se había entrado el sol y comenzaba a oscurecer. Y yo, lejos de mi casa.
Y el Delfín Castro dice que el mismo me encontró un día caminado más allá de la Escuela del sector, a casi 5 km de lejos y en dirección de alejarme. ¿Adónde habría llegado si no me ataja y me trae de regreso?
DIEZ…
Mi mamá nos mandaba a la escuela cuando aún no teníamos la edad. Así de oyentes y sin estar matriculados. Yo recuerdo que también iba, aunque sólo debía tener 4 años de edad y a pesar de que quedaba a algunos 4 kilómetros de distancia. Era muy querendón con los animales y había una cerdita con la que estábamos encariñados mutuamente. Digo, yo y ella. Un día me siguió hasta la escuela y por la tarde no me acordé de ella para nada. Meses después trajeron una que estaba más grandes y dijeron que era la mía. Claro que después trajeron otra. Y dijeron lo mismo.
En la primera clase que recibí, había que escribir “mamá mamita” y completar la página hasta abajo. Era una muestra que me había marcado la profesora. Me resultaba tremendamente difícil eso de contar las tres vueltecitas de la “m”. Simplemente estaba siendo un martirio total. Hasta que vi a mi primo Sergio Castro que también hacía la misma tarea. El hombre no se complicaba con eso de contar las vueltecitas, le daba las que le salieran. Seis, ocho o diez. Probé a hacer lo mismo y ahora sí que no tuve ningún inconveniente para hacer mi tarea.
Como sea, mi hermano Claudio también fue enviado a la escuela cuando aún tenía 5 años. Y se fue como por un tubo. Aprendió a leer y todo lo que era necesario y aprobó el Primero Preparatoria. Así de temprano comenzó a transitar con éxito su vida escolar.
Yo debí esperar hasta tener los 6 años cumplidos y sólo entonces comencé a aprender y a aprobar todos los cursos y asignaturas. Reprobé francés en el Cuarto Humanidades del Liceo de Nueva Imperial, porque me habían aceptado mi solicitud que daría examen libre de latín como mi segundo idioma de estudio. Pero, sólo a fin de año se supo que no hubo ningún profesor ad hoc para hacerse cargo. Y fue el único en toda mi enseñanza básica y media. De no haberme dejado estar, de haber desconfiado en la respuesta que me dieron al comienzo, demás que había aprobado francés, mal que mal, mis compañeros sabían bastante poco. Sólo a fines de años, ya en tiempos de exámenes, me llegó la orden que debía rendir el de francés y que se me otorgaron como calificaciones trimestrales un 2,0 en cada uno. Ahí estudié un poquito y me alcanzó sólo para 3,5 en la prueba escrita:
2,0 + 2,0 + 2,0 + 3,5 = 9,5
Necesitaba sacarme, así como un 11,5 en el examen oral para salvar la asignatura. Lo malo era que la nota más alta que existía era el 7,0.
¡Imposible!
Años después regresé al liceo, solicité un examen de latín para reemplazar la nota de francés y fue aceptado. En mi concentración de notas de Humanidades no hubo notas rojas.
ONCE…
Cuando cumplí los 5, nos volvimos para donde la abuela Elsa. El campo de mi mamá se arrendó por un lapso 5 años. Mi papá cobró la plata y la gastó sin saber cómo. Así que mi mamá se puso en “la colorá” y exigió que la última cuota se pagara con una vaquilla preñada. Y claro que fue un acierto. Comenzaron a formar un plantel de vacunos a partir de ahí. Y como había pocos animales y mucho talaje, se mantenían gordas y de buen pelo.
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