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Diferencias Culturales

zaroman875 de Abril de 2014

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Texto a publicarse en:

COMIE (ed., 2008): Conferencias Magistrales del IX Congreso Nacional de Investigación Educativa. Mérida, Yuc. & México, D.F.: Consejo Mexicano de Investigación Educativa, A.C.

EL PARADIGMA DE LA DIVERSIDAD CULTURAL: TESIS PARA EL DEBATE EDUCATIVO 1

Gunther Dietz 2

Introducción

La diversidad ha llegado tarde a la escuela. Por tanto, su discurso recién se ha insertado en el desarrollo contemporáneo de los sistemas educativos. La educación pública, como un núcleo de dominio estrictamente controlado y exitosamente defendido por el Estado-nación, continúa enraizada de manera jerárquica e institucional a un anclaje ideológico decimonónico procedente del clásico “nacionalismo nacionalizante” (Brubaker, 1996) – y ello incluso al inicio del siglo

XXI. Por consiguiente, en un amplio abanico de Estados-nación de cuño europeo, incluyendo a los Estados-nación latinoamericanos postcoloniales, las diferentes relaciones entre mayorías y minorías, así como las diversas configuraciones entre poblaciones nativas y migrantes, autóctonas y alóctonas siguen siendo invisibilizadas como escolarmente inexistentes o siguen siendo problematizadas, como obstáculo para la integración educativa. De tal manera, la diversificación y “heterogenización” de la educación no se percibe aún como un reto institucional para la continuidad de los sistemas educativos como tales, sino que a lo sumo se considera un mero apéndice institucional, adecuado para medidas compensatorias y situaciones extraordinarias.

Sin embargo, en años recientes, sobre todo en el debate anglosajón sobre la llamada educación multi- y/o intercultural, se ha abogado por la necesidad, cada vez mayor, de diversificar y “multiculturalizar” los sistemas educativos a través de mecanismos de “acción afirmativa” y

1 Una versión anterior de este trabajo ha sido publicada como Dietz (2007a); su traducción al castellano ha sido realizada por Cristina Kleinert. Posteriormente, el texto ha contado con las valiosas aportaciones, críticas y sugerencias por parte de los integrantes del Seminario de Análisis de Procesos Interculturales en Educación Normal y Superior (SAPIENS) del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana.

2 Doctor en Antropología por la Universidad de Hamburgo y Profesor-Investigador Titular en la Universidad

Veracruzana, Instituto de Investigaciones en Educación; email: guntherdietz@gmail.com.

“discriminación positiva”. Se argumenta que esto permitiría un “empoderamiento” de ciertas minorías étnicas, tanto autóctonas como alóctonas, que se verían fortalecidas y promovidas en el curso de sus procesos de auto-identificación, etnogénesis y “emancipación” colectiva (Giroux, 1994; McLaren, 1998). Por el contrario, en la Europa continental el debate en general no se ha enfocado hacia las necesidades identitarias de las minorías, sino que ahí la reivindicación de una educación intercultural se ha justificado con la ya manifiesta incapacidad de la sociedad mayoritaria de hacer frente a los nuevos retos que generan la creciente heterogeneidad de los alumnos, y la - cada vez mayor - complejidad socio-cultural de las relaciones mayoría-minoría. En general, la diversidad se esta concibiendo ahora como una característica nuclear de las futuras sociedades europeas (Gogolin, 2002b; Krüger-Potratz, 2005).

A continuación, tras una breve introducción conceptual sobre este paradigma emergente de la diversidad cultural, rastrearemos sus orígenes en relación con el multiculturalismo y su proceso de institucionalización, así como la concomitante “academización” de los discursos teóricos y de los programas educativos que reconocen el valor intrínseco de la diversidad cultural en la educación, en cuyo transcurso, entraron los enfoques sobre diversidad al campo pedagógico. Luego se presentarán y debatirán las diferentes “soluciones” conceptuales desarrolladas para hacer frente al reto de la diversidad etno-cultural, tanto en relación con la necesaria redefinición de lo diverso en términos de hibridación e interseccionalidad, como también a partir de programas concretos de “anti-discriminación” y “gestión de la diversidad”. Por último, se discutirán las consecuencias de las aplicaciones actuales del paradigma de la diversidad cultural en relación con su potencial aportación a la investigación educativa, así como a las políticas y prácticas educativas.

Definiendo la diversidad cultural

En los debates actuales sobre multiculturalismo, políticas de identidad y políticas de anti- discriminación, en diferentes contextos educativos internacionales el término de diversidad se usa de manera bastante ambigua (Brewster et al., 2002; Vertovec & Wessendorf, 2004). Inclusive, en ocasiones parece que el discurso de la diversidad abarcara cualquier enfoque que reconozca las diferencias; por ejemplo, en el ámbito educativo Prengel (1995) distingue entre una educación

feminista, una educación intercultural y una educación integradora, cada una dirigida respectivamente al género, la inmigración y la discapacidad, como fuentes de la “diferencia”. No obstante, este particular énfasis en la diferencia rápidamente se encuentra con el problema de cómo incluir las otras “fuentes de diferencia”, aquellas no relacionadas con el género, la migración o la discapacidad, y cómo abarcar y actuar frente a posibles intersecciones, solapamientos y refuerzos mutuos entre cada una de dichas fuentes de diferencia (Krüger-Potratz

& Lutz, 2002).

Por ello, el concepto de diferencia, que sugiere la posibilidad de distinguir de forma nítida, incluso a menudo “binaria” entre sus características o indicadores respectivos, está siendo sustituida gradualmente por la noción de diversidad, misma que, por el contrario, enfatiza la multiplicidad, el traslape y el cruce entre distintas fuentes de variabilidad humana. En este sentido, el término de diversidad cultural se emplea y se define, cada vez con mayor frecuencia, con relación a la variabilidad social y cultural, de la misma manera en que se recurre a “biodiversidad” para referirse a las variaciones en hábitats y ecosistemas biológicos y/o ecológicos. Un intento de definir explícitamente la diversidad a través de esta óptica consiste en entenderla de forma amplia como “una situación que representa una multiplicidad (en casos ideales una totalidad) de grupos dentro de un ambiente específico, tal como una universidad o un lugar de trabajo. Este término por lo regular se refiere a las diferencias entre grupos culturales, aunque también se usa para describir las diferencias dentro de grupos culturales, por ejemplo la diversidad interna a la cultura asiático-americana, que abarca a coreanos-americanos tanto como a japoneses-americanos. Al término de diversidad subyace la idea de aceptar y respetar que ninguna cultura es intrínsecamente superior a otra” (Diversity Dictionary [s.f.]).

Como se ejemplifica en esta definición, la “diversidad” tiende a equipararse con la “diversidad cultural”, en el sentido de una creciente diversidad de mundos vivenciales, estilos de vida e identidades que ya no se pueden separar en un mundo “globalizado”, sino que acaban mezclándose e hibridizándose unos a otros (Van Londen & De Ruijter, 2003). Por otra parte, el discurso sobre la diversidad tiende a incluir no sólo una dimensión descriptiva – cómo se estructuran las culturas, grupos y sociedades de manera diversa y cómo manejan la heterogeneidad -, sino también suele abarcar una dimensión prescriptiva – cómo las culturas, los grupos y las sociedades deberían interactuar hacia su interior y con las demás.

Este sesgo normativo se hace más visible en el continuo proceso de reconocer legalmente la valía y la contribución internacional de la diversidad cultural, empezando por una redefinición y ampliación de la noción de “herencia cultural”, que hoy en día incluye bienes y elementos no materiales, intangibles. Particularmente, la UNESCO ha evolucionado de una definición de cultura esencialista, estática y elitista a una mucho más inclusiva, que redefine la herencia cultural en términos de cambios, mezclas y diversidades de culturas y pueblos (UNESCO, 2003). De modo que, en su “Declaración Universal sobre Diversidad Cultural”, aprobada en París en 2001 como una reacción específica en contra de la expansión del predominio mediático y cultural de los EE.UU., la diversidad cultural se ha definido como una “herencia común de la humanidad”, según la cual “la cultura toma diversas formas a través del tiempo y el espacio. Esta diversidad está personificada por la singularidad y pluralidad de las identidades de grupos y sociedades que conforman la humanidad. Como una fuente de intercambio, innovación y creatividad, la diversidad cultural es tan necesaria como la biodiversidad para la naturaleza” (UNESCO, 2002: 4).

Algunos autores, reflejando esta postura normativa especialmente en el campo educativo, han transformado la diversidad de una categoría analítica a un “imperativo” que obliga a los actores políticos y educativos a reaccionar a “la creciente heterogeneidad étnica que sucede en los estados contemporáneos” (Johnson, 2003:18). Por lo tanto, el reconocimiento de la diversidad se ha convertido en un postulado político, en

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