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Divergente - Visión Cuatro

nule2 de Junio de 2014

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cuenta su historia

No me habría presentado voluntario para entrenar a los

iniciados de no ser por el olor de la sala de entrenamiento: el

aroma a polvo, sudor y metal afilado. Era el único lugar en el

que me había sentido fuerte, y cada vez que respiro este aire

vuelvo a sentirme así.

En un extremo de la habitación hay una plancha de

madera con una diana pintada. Contra la pared hay una mesa

cubierta de cuchillos para aprender a lanzarlos; son feos

instrumentos de metal con un agujero en una punta, perfectos

para los iniciados inexpertos. Alineados frente a mí están los

trasladados de otras facciones que todavía llevan, de un modo u

otro, la marca de su procedencia: el veraz de espalda recta; el

erudito de mirada penetrante; y la estirada, que se apoya sobre

las puntas de los pies, lista para moverse.

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Veronica Roth

—Mañana será el último día de la primera etapa —dice

Eric.

No me mira; ayer lo herí en su orgullo, y no solo

durante la captura de la bandera: Max me llamó en el desayuno

para preguntar cómo iban los iniciados, como si Eric no

estuviese al cargo. Eric se pasó todo el rato en la mesa de al

lado, mirando su magdalena integral con el ceño fruncido.

—Entonces volveréis a luchar —sigue diciendo Eric—.

Hoy aprenderéis a apuntar. Que todo el mundo elija tres

cuchillos. Y prestad atención a la demostración que os hará

Cuatro de la técnica correcta para lanzarlos. —En ese momento

mira a algún punto al norte de mi persona, como si estuviera

por encima de mí. Me enderezo. Odio que me trate como a su

lacayo, como si no le hubiese partido un diente durante nuestra

iniciación—. ¡Ya!

Salen corriendo a por los cuchillos como si fueran críos

sin facción que buscan un trozo de pan, desesperados. Todos

salvo ella, con sus movimientos pausados, que mete la cabeza

entre los hombros de los iniciados más altos. No intenta parecer

cómoda con los cuchillos entre las manos, y eso es lo que me

gusta de ella, que, aun sabiendo que estas armas son

antinaturales, encuentra la manera de empuñarlas.

Eric se acerca a mí, y yo retrocedo por instinto. Intento

que no me asuste, pero soy consciente de lo listo que es y de

que, si me descuido, se dará cuenta de que he estado mirándola,

y eso supondría mi fin. Me vuelvo hacia la diana con un

cuchillo en la mano derecha.

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Veronica Roth

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Veronica Roth

Solicité que este año eliminaran el lanzamiento de

cuchillos del programa de formación, ya que no tiene más

objeto que fomentar las bravuconadas de los osados. Aquí nadie

los usará salvo para impresionar a otra persona, igual que yo los

impresionaré ahora. Eric diría que deslumbrar a los demás

puede resultar útil, que es por lo que rechazó mi propuesta, pero

eso es justo lo que odio de Osadía.

Sostengo el cuchillo por la hoja para equilibrarlo bien.

Mi instructor durante la iniciación, Amar, se dio cuenta de que

yo tenía una mente muy activa, así que me enseñó a acompasar

mis movimientos con la respiración. Inspiro y me fijo en el

centro de la diana. Espiro y lanzo. El cuchillo da en el blanco.

Oigo a algunos iniciados contener el aliento, todos a la vez.

Encuentro el ritmo: inspiro y me paso el cuchillo a la

mano derecha; espiro y le doy la vuelta con las puntas de los

dedos; inspiro y observo el blanco; espiro y lanzo. Todo se

oscurece alrededor del centro de esa tabla. Las otras facciones

nos llaman brutos, como si no usáramos nuestras mentes, pero

en eso consiste precisamente lo que hago aquí.

—¡En fila! —grita Eric, sacándome de mi

ensimismamiento.

Dejo los cuchillos en la tabla, para recordar a los

iniciados que es posible, y me apoyo en la pared de un lado.

Amar también fue el que me dio mi nombre, allá en los días en

los que lo primero que hacían los iniciados al llegar al complejo

de Osadía era pasar por su paisaje del miedo. Era la clase de

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persona que consigue que un apodo se use, una persona tan

agradable que todos lo imitaban.

Ahora está muerto, pero, a veces, en este cuarto,

todavía lo oigo regañarme por contener el aliento.

Ella no lo contiene. Eso es bueno..., un mal hábito

menos que superar. Sin embargo, tiene un brazo torpe, más

nulo que un muslo de pollo.

Los cuchillos vuelan, aunque, la mayor parte del

tiempo, no lo hacen dando vueltas. Ni siquiera Edward lo ha

resuelto, y eso que suele ser el más rápido, con las ansias de

aprender de los eruditos.

——¡Creo que la estirada se ha llevado demasiados

golpes en la cabeza! —dice Peter—. ¡Oye, estirada! ¿Se te ha

olvidado lo que es un cuchillo?

Normalmente no odio a nadie, pero sí que odio a Peter.

Odio que intente menospreciar a los demás, igual que hace Eric.

Tris no responde, se limita a recoger un cuchillo y

lanzarlo, todavía con el mismo brazo torpe, pero funciona: oigo

el ruido de metal contra madera y sonrío.

—Oye, Peter, ¿se te ha olvidado lo que es un blanco?

—dice Tris.

Los observo a todos, intentando no toparme con los

ojos de Eric, que da vueltas detrás de ellos como un animal

enjaulado. Debo admitir que Christina es buena (aunque no me

gusta reconocerles el mérito a los listillos veraces), y también

Peter (aunque no me gusta reconocerles el mérito a los futuros

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psicópatas). Por otro lado, Al no es más que un mazo con patas,

todo potencia sin sutileza.

Qué pena que Eric también se dé cuenta.

—¿Cómo se puede ser tan lento, veraz? ¿Es que

necesitas gafas? ¿Tengo que acercarte más el blanco? —

pregunta en tono forzado.

Resulta que Al el Mazo es sorprendentemente débil por

dentro. La broma lo rompe. Cuando tira de nuevo, el cuchillo

da contra una pared.

—¿Qué ha sido eso, iniciado? —pregunta Eric.

—Se... se me ha resbalado.

—Bueno, pues deberías ir a por él —dice Eric, y los

iniciados dejan de lanzar— ¿Os he dicho que paréis? —añade

Eric, arqueando sus agujereadas cejas.

Esto no va bien.

—¿Que vaya a por él? —pregunta Al—. Pero todo el

mundo está lanzando...

—¿Y?

—Y no quiero que me den.

—Ten por seguro que tus compañeros iniciados tienen

mejor puntería que tú. Ve a por tu cuchillo.

—No.

«El mazo golpea de nuevo», pienso. La respuesta es

señal de tozudez, pero no estrategia. En cualquier caso,

demuestra más valentía diciéndole no a Eric de la que

demuestra Eric obligándolo a que le claven un cuchillo en la

cabeza, cosa que Eric nunca entenderá.

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—¿Por qué no? ¿Tienes miedo?

—¿De que me apuñalen? ¡Claro que sí! —responde Al.

Se me cae el alma a los pies cuando Eric alza la voz y

dice:

—¡Parad todos!

Cuando conocí a Eric llevaba ropa azul y el pelo con la

raya en el medio. Temblaba cuando se acercó a Amar para que

le inyectara en el cuello el suero del paisaje del miedo. Durante

su paisaje, no se movió ni un milímetro; se quedó quieto,

gritando con los dientes apretados, y, de algún modo, logró que

su pulso bajara hasta llegar a un ritmo aceptable usando su

respiración. Yo no sabía que fuera posible controlar el miedo de

tu cuerpo antes de conseguirlo en tu cabeza. Entonces supe que

tendría que tener cuidado con él.

—Salid del círculo —dice Eric, y mira a Al—. Todos

menos tú. Ponte de pie delante del blanco.

Al traga saliva y se arrastra hasta la diana. Me aparto de

la pared; sé lo que va a hacer Eric, y seguramente acabará con

un ojo perdido o un cuello agujereado; acabara con algún

horror, como casi todas las peleas de las que he sido testigo,

momentos que me han ido alejando cada vez más de la facción

que he elegido como refugio.

Sin mirarme, Eric dice:

—Oye, Cuatro, échame una mano, ¿eh?

Parte de mí siente alivio, al menos sé que, si lanzo yo el

cuchillo en vez de Eric, Al tiene menos probabilidades de salir

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herido. Sin embargo, tampoco puedo ser tan cruel y, sin duda,

no quiero ser el que le haga el trabajo sucio a Eric.

Intento actuar como si nada, me rasco la ceja con la

punta de un cuchillo, pero no es así como me siento. Me siento

como si alguien intentara meterme en un molde en el que no

encajo, obligándome a adoptar la forma equivocada.

—Vas a quedarte ahí mientras él te lanza cuchillos,

hasta que aprendas

...

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