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Economia Politica


Enviado por   •  27 de Abril de 2014  •  1.675 Palabras (7 Páginas)  •  288 Visitas

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Como todo monopolio, engendra inevitablemente una tendencia al estancamiento y a la descomposición. Puesto que se fijan, aunque sea temporalmente, precios monopolistas, desaparecen hasta cierto punto las causas estimulantes del progreso técnico y, por consiguiente, de todo progreso, de todo movimiento hacia adelante, surgiendo así, además, la posibilidad económica de contener artificialmente el progreso técnico.

Desde luego, la posibilidad de disminuir los gastos de producción y de aumentar los beneficios por medio de la introducción de mejoras técnicas obra en favor de las modificaciones. Pero la tendencia al estancamiento y a la descomposición inherente al monopolio, sigue obrando a su vez, y en ciertas ramas de la industria, en ciertos países, por períodos determinados llega a imponerse.

El monopolio de la posesión de colonias particularmente vastas, ricas o favorablemente situadas, obra en el mismo sentido.

El imperialismo es la enorme acumulación en unos pocos países de capital monetario, el cual, como hemos visto, alcanza la suma de 100 a 150 mil millones de francos en valores. De aquí el incremento extraordinario de la clase o, mejor dicho, del sector rentista, esto es, de individuos que viven del “corte del cupón”, completamente alejados de la participación en toda empresa y cuya profesión es la ociosidad. La exportación del capital, una de las bases económicas mas esenciales del imperialismo, acentúa todavía más este divorcio completo del sector rentista respecto a la producción, imprime un sello de parasitismo a todo el país, que vive de la explotación del trabajo de varios países y colonias ultraoceánicos.

Lenin indica las causas y las consecuencias del imperialismo (ejemplificando con InglaterrA). Causas: 1) explotación del mundo entero por dicho país; 2) su situación de monopolio en el mercado mundial; 3) su monopolio colonial. Consecuencias: 1) aburguesamiento de una parte del proletariado inglés; 2) una parte de dicho proletariado se deja dirigir por gentes compradas por la burguesía o, cuando menos, pagadas por la misma. El imperialismo de comienzos del siglo XX terminó el reparto del mundo entre un puñado de Estados, cada uno de los cuales explota actualmente (en el sentido de la obtención de superganancias) una parte “del mundo entero” poco más pequeña que la que explotaba Inglaterra en 1858; cada uno de ellos ocupa una posición de monopolio en el mercado mundial, gracias a los trusts, a los cartels, al capital financiero, a las relaciones entre acreedor y deudor; cada uno de ellos dispone hasta cierto punto de un monopolio colonial (como hemos visto, de los 75 millones de kilómetros cuadrados de todas las colonias del mundo, 65 millones, es decir, el 86%, se hallan concentrados en manos de seis potencias; 61 millones, esto es, el 81%, están concentrados en manos de tres potencias).

El rasgo distintivo de la situación actual consiste en la existencia de condiciones económicas y políticas tales, que forzosamente han tenido que acentuar la inconciliabilidad del oportunismo con los intereses generales y vitales del movimiento obrero: el imperialismo embrionario se ha convertido en un sistema dominante; los monopolios capitalistas han pasado al primer plano en la economía nacional y en la política; el reparto del mundo se ha llevado a su término; pero, por otra parte, en vez del monopolio indiviso de Inglaterra, vemos la lucha por la participación en él entre un pequeño número de potencias imperialistas, lucha que caracteriza todo el comienzo del siglo XX. El oportunismo no puede ahora resultar completamente victorioso en el movimiento obrero de un país durante decenas de años, como triunfó en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XIX, pero, en una serie de países, ha alcanzado su plena madurez, la ha sobrepasado y se ha descompuesto, fundiéndose del todo, bajo la forma del socialchovinismo, con la política burguesa.

Los economistas burgueses, con ingenuidad o mala leche, desarrollan una lógica absurda de defensa y maquillaje del capitalismo en esta etapa.

Las gigantescas proporciones del capital financiero, concentrado en unas pocas manos, que ha creado una red extraordinariamente vasta y densa de relaciones y enlaces, que ha sometido no sólo a la masa de los capitalistas y empresarios medianos y pequeños, sino a los más insignificantes, por una parte, y la exacerbación, por otra, de la lucha con otros grupos nacionales de financieros por el reparto del mundo y por el dominio sobre otros países: todo esto provoca el paso en bloque de todas las clases poseyentes al lado del imperialismo. El signo de nuestro tiempo es el entusiasmo “general” por las perspectivas de este último, la defensa porfiada del mismo, su embellecimiento por todos los medios. La ideología imperialista penetra, incluso, en el seno de la clase obrera, la cual no está separada de las demás clases por una muralla china. Si los jefes del llamado Partido “Socialdemócrata” actual de Alemania han sido con justicia calificados de “socialimperialistas”, esto es, de socialistas de palabra e imperialistas de hecho, Hobson hacía notar ya en 1902 la existencia de “imperialistas fabianos” en Inglaterra, pertenecientes a la oportunista “Sociedad Fabiana”.

Los sabios y los publicistas burgueses ordinariamente defienden el imperialismo en una forma un poco encubierta, velando la dominación completa

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