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El Mito de la Diosa Fortuna


Enviado por   •  5 de Agosto de 2013  •  Ensayos  •  1.254 Palabras (6 Páginas)  •  593 Visitas

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El Mito de la Diosa Fortuna

Hubo una época en que los destinos de la humanidad dependían de los caprichos de los dioses.

El Olimpo era el templo en donde se cocinaban los más bellos y los más horrendos sucesos del mundo terrenal.

Terremotos, guerras, amores trágicos y monstruos invencibles eran creados, enviados y decididos por la comunidad mitológica.

De entre todos, Zeus era el más imponente. Jefe y padre de de todos los demás, gobernaba con mano dura y hacia valer su voluntad y capricho sobre cada suceso, cada hecho, cada instante.

Como todos los dioses griegos, Zeus distaba mucho de ser moralmente correcto, éticamente respetable o políticamente justo. Más bien se le describe como irascible, caprichoso y autoritario.

Pero además Zeus era famoso por su insaciable apetito sexual. Siempre estaba enamorándose, conquistando o llevando a la cama a alguna hembra, algún jovencito y alguno que otro animalejo simpático y seductor.

De sus aventuras sexuales, (no eran épocas de preservativos ni de cálculos controladores de natalidad), nacieron algunos dioses, varios semidioses y unas cuantas criaturas extrañas.

Una noche, borracho de vino y de pasión, Zeus se acostó con la hermosa Thetis, diosa de lo legal y lo justo, a la que hacía tiempo, le había echado el ojo.

De esa unión entre lo anárquico y lo que debe de ser, nació Thyké (para los romanos Fortuna), hermosa muchacha que gozaba de los favores de su padre (cosa bastante poco frecuente en la vida de Zeus).

Cuenta la leyenda que ya desde pequeñita, Zeus la mandaba a buscar y la hacía conducir a su presencia para que permaneciera cerca de él.

Para intentar entretenerla, el dios supremo pidió a cada uno de los habitantes del Olimpo que enseñara algo a su hija preferida.

A Mercurio, específicamente, le encomendó que la entrenara para correr más rápido que nadie.

Ya a los ocho años, Fortuna movía los pies más rápido que los alados tobillos de Mercurio y era capaz de ganarle una carrera a cualquiera: dios, humano o bestia.

A Deméter le pidió que le enseñara todo sobre la cosecha y los árboles frutales. Fortuna sabía diferenciar, con velocidad y precisión, cada una de las especies vegetales de Grecia. Sabía dónde crecía cada arbusto, cuándo florecía cada plantita y cómo cosechar cada siembra.

A Hera, su legítima esposa, Zeus no le pidió nada. Quizá por celos, la diosa de la estabilidad, y la familia, no quería ni ver a Fortuna.

De hecho, cuando Thyké cumplió los quince años, Hera impuso en el Olimpo una regla de moralidad:

- “nada de hijos bastardos entre los dioses.”

Aquellos que no fueran hijos de una unión pura, debían morar entre los humanos . . . sin embargo ya era tarde para contrariar a Zeus, el astuto jefe había urdido un plan para que Fortuna, por fuerza, se quedara entre los dioses, y no solamente no fuera rechazada, sino todavía más cuidada y mimada por todos.

Para ser un dios, como se sabe, hay que ser inmortal, sano, joven y bello de forma permanente. Esto se conseguía bebiendo cada mañana la cantidad necesaria de néctar y comiendo la dosis imprescindible de ambrosía, los alimentos sagrados que otorgaban esos dones.

Cuando el entrenamiento de Mercurio y Deméter hubo terminado, Zeus anunció cambios en el Olimpo.

A partir de aquel día, el néctar y la ambrosía no aparecerían mágicamente en una botella en la cesta de sus desayunos, sino que se encontrarían en los primeros frutos de cada mañana de los árboles de la tierra.

Las primeras manzanas, los primeros melocotones, las primeras fresas de cada día llevarían en su pulpa los nutrientes mágicos para mantener a los habitantes del Olimpo jóvenes y saludables, y por lo tanto, inmortales y por lo tanto, dioses.

Para evitar que los humanos comieran de esos poderosos elixires, Zeús dictaminó que el más

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