El texto "¿Dónde está Talita Echaurren?"
Cherry ClownResumen24 de Septiembre de 2025
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I ¿Dónde Está Talita Echaurren? 1 Estaba de regreso después de estar seis años fuera de Chile. Cuando salí por la puerta del aeropuerto, sentí ese aire familiar de Santiago por la mañana: frío, sucio y brillante, esa mezcla que dice mucho de la ciudad. Tomé un taxi y le indiqué que subiera por Pajaritos hacia la Alameda, con calma, porque queria ver todo lo que en seis años debió haber cambiado. Tenía veinticinco años y creía que entraba a una edad de decisiones, de palabras importantes, de planes definitivos. El taxi aceleró después de dejar atrás Estación Central, Como en una película rápida, pasó por la torre Entel, La Moneda, el antiguo Diego Portales, ahora convertido en un centro cultural. Sentía, por primera vez esa mañana de mi regreso, que todo había cambiado en mi ausencia, aunque aparentemente nada lo hiciera. Le pedí al taxista que doblara por Vicuña Mackenna hacia el sur. Al menos estaba seguro dónde quiera ir. En todos esos años me había convertido en algo diferente —o eso creía—, en algo que cuando tenía 19 años veía distante. Puede ser que todo esto que digo ahora parezca poco claro; supongo que se debe a que estoy tratando de dar explicaciones para entender qué ocurrió conmigo y con mis amigos en ese tiempo. Cuando el chofer volvió a preguntarme el lugar exacto donde quería ir, respiré con fuerza y le dije: —Siga hacia el sur por Vicuña hasta llegar a mi barrio, Santa Familia. 2 Deshice la maleta en el cuartito de la residencia de las hermanas Bremer.
A ellas las conocía. Eran dos alemanas viejas, solteronas, que hablaban en su idioma y cocinaban muy bien. De niño comentábamos en el barrio que habían sido novias de Hitler. Cuando en una ocasión se lo dijimos en broma a Olga, esta se quedó quieta, sin decir una palabra mientras sudaba. Después nos enteramos de que las dos pasaron un año y medio en un campo de concentración durante la guerra. Luego de ducharme y tratar de quitarme el largo viaje, bajé a almorzar. Olga era más vieja y Henkel más sorda. No me acuerdo mucho de usted, Javi, y yo de memoria al menos soy buena. Henkel dice que tengo memoria para los detalles insignificantes, por eso nunca me acuerdo de los importantes. Tenía al frente, en la mesa, una sopa de arvejas, y hablé mientras comía. «Hace seis años que estoy fuera. —Y volvió ahora? —preguntó Olga desde el otro lado de la mesa. —Mi papá se quedó en Madrid; se instaló con una zapatería y no creo que quiera volver porque le va muy bien. —Mucha gente ha pasado por Santa Familia, es difícil acordarse, —Vivíamos en la calle Glorias Navales —dije. —Pero de esa calle queda tan poco —siguió Olga—, todo lo han echado abajo para levantar edificios. Aquí en Valledor hemos tenido suerte con Henkel De que no vengan a botar la casa. —Algo noté cuando llegué —dije con cierta tristeza. Afuera, el callejón de Valledor cortaba con Irazú, la calle principal. Mi casa estaba en el callejón siguiente, junto a la fábrica de calzados Jarman. Henkel, que hablaba poco, siguió hacia la cocina. Olga se interesó y permaneció en la mesa limpiando las migas de pan y mirando como yo comía. —¿le gustó la sopa? Es una receta alemana, pero muy achilenada si se puede decir así. —Rica y sustanciosa —confirmé. —No me ha dicho a qué volvió, porque nadie que se va vuelve sin una razón después de seis años. La pregunta me atoró, sentí el calor de la sopa en mi estómago. Sabía la respuesta a esa pregunta, pero me paralizó responderla. —Busco a mis compañeros de curso. —«¿Del Liceo Makario Cotapos? Ahí estudié toda la enseñanza media. Olga se rio suavecito, como abuela, y dijo: —Pierde el tiempo, Javi. Aquí la gente joven termina de estudiar y se va para otra parte, nadie se queda en el barrio; para eso Santiago es gunda, Me amargó pensar que tenía toda la razón, que no podía contradecirla. Miré por la ventana, como si el día domingo pudiera ayudarme con su calorcito tranquilo y sosegado —Necesito hablar con alguno de mis compañeros dije—, saber de ellos, en qué están. Como estuve lejos, perdí el contacto con todos —Y en ese tiempo, ¿se podría saber qué hizo? preguntó Olga susurrando, como si la respuesta fuera secreta. escapé con mi papá de Chile a principios del 2004, Mi padre empezaba otra vez su vida y quiso que lo acompañara. Vivimos juntos hasta hace un año, momento en que arrendé una buhardilla en Madrid. ¿Pero trabajó en algo? —Ayudaba en la zapatería. También estudié cine en un instituto. Hace más de un año egresé y gasté todos mis ahorros haciendo una película con la que obtuve mi título. olga abrió los ojos y quiso llamar a Henkel, que trabajaba ruidosamente en la cocina, ¿Una película de cine? Un largometraje —respondí, pero Olga no pareció entender. No puedo creerlo. Una película usted solo; se ve tan nuevito como para hacer algo asi. Henkel demoró en responder, mientras desde la cocina —Sí —respondí avergonzado. del plato de carne asada llegó un exquisito aroma que —Dígame, entonces, ¿cuándo vamos a ver esa película que usted cuenta que hizo? en se barrio que quebró hace años, pero dicen que en el centro ahora se han instalado muchas salas. Con Henkel siempre estamos por ir a ver una buena película, pero nunca nos decidimos. Imagínese, en un solo lugar hay veinte salas. Y a mí las películas siempre me han gustado, —Bueno, lo que yo... —Mexicanas, esas eran mis preferidas. Ahora ya no hay. Ahí tenemos un problema, porque hoy casi todas son en inglés, con letras abajo para entender el idioma; y para qué le voy a mentir, sOy corta de vista, así no alcanzo a enterarme de lo que está pasando en la pantalla. —No creo que aquí se interesen en mi película. —No diga eso. ¿Cómo la tituló? Eso es importante, el título. Es como el nombre que llevamos todos. —Cuarto A. Como mi último año de colegio. Por eso también busco a mis amigos, para contarles que hice una película con ese título, Olga se dobló en su silla y se golpeó el mentón con sus dedos antes de hablar. —Raro el título, no le voy a mentir. Con razón está pesimista con la exhibición, una película que se llame de esa forma no motiva mucho, Henkel apareció desde la cocina con el asado alemán servido en el plato, Olga le dijo: —Javi hizo una película, es director de cine. Adivina cómo tituló su película. 3 Caminé hasta la placita del Alférez Mayor, donde se reunían los escolares a conversar y a fumar. Como era domingo, solo encontré parejas abrazadas y niños jugando en los cuadrados de pasto. Presentía lo que vería en Glorias Navales, la calle de mi antigua casa. Mi padre había viajado dos años antes al entierro de uno de mis abuelos, el último que me quedaba, y me advirtió de los cambios. La cuadra entera había cambiado. Donde estuvo mí Casa con su jardincito de begonias, repisas de cemento y un peral viejo y Maco, se levantaba una pared de piedra, que más allá mostraba la entrada de un centro comercial. También estaba distinta con el estacionamiento subterráneo. Era preciso el lugar donde estaba la puerta de salida. Había vivido 19 años allí. En esa cuadra jugabamos a la pelota, imitando a Iván Zamorano tenis, imitando al Chino Ríos. En seis años pero se había perdido como si nunca me hubiera ido, como si una ciudad nueva creciera sobre esta vieja y desechada. Regresé cansado a la pensión de las hermanas Bremer en Valledor. Tenía el cuerpo seco por los recuerdos y por el largo viaje en avión. Antes de las nueve de la noche me encerré en mi pieza. Escuché las noticias en la televisión, sin mirar, tendido en la cama. Henkel Bremer apareció en la puerta, me dejó un té con limón sobre el velador y dijo antes de salir: —Me acordé de usted, Javi, cuando chico. Me vino a la memoria al revisar fotografías viejas. Y le digo: harto malo era de niño, usted y sus amigos. Nos pegaban el timbre aquí en la casa con sus juegos. Pero déjeme decirle algo, lo perdonamos con Olga porque era un niño. —Gracias —dije con una voz quebrada. Las palabras de Henkel me golpearon con emoción, como si necesitara escuchar esa voz amable del pasado. Dejé enfriar el té. Abrí otra vez la maleta y encontré el Dvd con una etiqueta de papel donde se leía: “Cuarto A, director: Javier Pelale. 2008". Pensé en todo el tiempo que había pasado. Me estiré otra vez en la cama sin desvestirme y cerré los ojos. Antes de dormir profundamente, apareció en mi cabeza Talita Echaurren, el rostro que recordaba de ella, dibujado despacio, sonriente, lejano y hermoso. 4 Al día siguiente comencé la búsqueda. Desayuné temprano. Henkel apareció en el comedor con un trozo de strudel y una leche con café caliente. Calorías es lo que necesita, no me lo niegue dijo y desapareció. Henkel hablaba lo necesario; todo lo contrario a Olga. Salí de la casa de madera de Valledor y bajé hasta Irazu. Seguí por la calle principal hasta Ulloa. Tres cuadras hacia el poniente estaba la avenida de castaños que llenaban la la del Liceo Makario Cotapos de Santa Familia.. Desde afuera parecía viejo y
deteriorado. cuando vi a los primeros estudiantes entrar por la puerta de metal, me pareció que todo volvía al pasado. De inmediato reconocí a algunos profesores y auxiliares Un momento escuché el timbre del recreo los uniformes invadieron las canchas se pasearon por las galerías, riendo, gritando, corriendo. Sentí entonces que había vuelto, que nunca me había ido de ese lugar. Esperé en la puerta de la sala de profesores hasta que vi bajar por la escalera a Menchor Gallardo. El mismo: panzón, canoso, con los lentes resbalándole por la nariz demasiado pequeña. Lo detuve antes de que entrara a la sala. No fué necesario decir nada. Estiró los brazos adelante y gritó: —Javi, ¿pero qué estás haciendo aquí? Nos abrazamos emocionados. Hablamos rápido y nerviosos. Nos contamos miles de años en pocas frases y al final preferimos encontrarnos al siguiente recreo. Gallardo no tenía clases la hora posterior y podríamos conversar más tranquilos. Cuando acabó el recreo, di algunas vueltas por las canchas y los patios. Entré al baño de los hombres y quise encender un cigarrillo en el mismo rincón donde fumábamos asustados. Entré en la biblioteca del colegio en el tercer piso. El bibliotecario no era el mismo que yo conocía. Caminé lentamente por las mesas hasta sentarme én una de ellas. Se veían desde allí, a través de los grandes ventanales, el patio y el piso de los cursos Superiores. En esa biblioteca había pasado horas leyendo, soñando que algún día escribiría un libro o que
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