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Historias en rebelion

Victoria MatheusTarea17 de Abril de 2020

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I

Llora. Con el alma destrozada, llora.

En su ordenador, cientos de cuentas de tuiter repiten las imágenes: un joven usando una gorra al revés, una franela azul y un tapaboca, cae al suelo, herido. Su última expresión la capta con precisión la cámara, sorpresa, incredulidad. Acaba de ver cómo apenas a dos metros de distancia un policía militar le disparó desde adentro una base aérea en el este de Caracas. Al pecho. Dos veces. Fulminante. Certero.

Llora sin consuelo, también impactado.

¿Es que acaso la reja de hierro macizo que separa la instalación militar de la autopista, donde miles de jóvenes protestan y se rebelan ante la represión criminal de las fuerzas militares, no era suficiente protección para el comando militar que acaba de asesinarlo?

¿Es que la vida de un joven de 23 años, dedicada hasta ese día a salvar vidas como enfermero, merecía un final así?

A sus casi cincuenta años, solo en la casa que otrora era el hogar de sus hijos, no para de llorar de la tristeza y frustración por ese asesinato cruel, sin sentido, que solo se conoce por las redes sociales. Que la televisión calla, esconde. Que disimula con concursos y películas extranjeras

La vida de gran parte de una sociedad, al menos dos generaciones, ha sido destrozada. Algunos se dan cuenta y sufren por ello; otros, no. Hay un grupo, pequeño en comparación, que ha aprovechado su oportunidad. La vida les sonrió, consiguieron fortunas fáciles, inimaginables, a costa del inmenso mal ajeno.

-No puedo más. No puedo más ¡Tanta maldad; tanto sufrimiento; tanta injusticia!

-¿Pero qué vas a hacer, Antonio?- Se pregunta una y otra vez.

-Seguir. No hay otra opción que seguir...

II

Amanece.

Pájaros cantan; ruidos de calle; el sol se escabulle entre las persianas.

Un café. Siempre un café al despertar.

Va a la cocina y encuentra el desastre de anoche.

Ollas, platos, tazas y vasos por doquier. No lavó ayer, ni anteayer. Ni antes en toda la semana.

Hace cuatro días que no toma café.

Se le acabó el último kilo que le había dejado en casa la hermana.

No se consigue café, ni leche, tampoco azúcar. Menos pasta, arroz o aceite

Solo en el mercado negro, y a precios imposibles de pagar para quien no tenga dólares y gane en la devaluada moneda del país, podría conseguir darse el lujo de beber su café en las mañanas, al despertar, como se ha mal acostumbrado desde que dejó la casa de su mamá, en el centro del país, y fue a estudiar a la capital, a la universidad, periodismo.

-No puedo más. No puedo más.

-Vengo de una familia humilde, que apostó por la educación y superación. Fui ejemplar. Siempre pude vivir bien de mi trabajo. Pensé que había triunfado... Ahora no tengo ni para un café-. Se repite una y otra vez.

Vuelve a su cuarto moviendo la cabeza. Frustrada. Llora.

Cierra mejor la persiana. Abre la gaveta de la mesita al lado de su cama y se toma la última pastilla para dormir.

Llora. Llora contra la almohada. A sus casi cuarenta años, sin fe. Sin saber qué hará. Llora sin consuelo.

III

Viernes. Al fin, viernes.

Las noches del viernes son diferentes.

Se puede oir el animo de la gente.

Algunas personas, extenuadas, solo piensan en volver a su madriguera. Compartir con los suyos un momento de paz y amor. Comer y beber algo; beber. Descansar.

Otros escuecen por salir: calle, fiesta, alcohol y baile.

Desde la ventana de su pequeña habitación, al lado del Metro, puede ver el correr de la gente; se oye el barullo, sube y baja una y otra vez. Madrid no duerme.

El movil suena: -¿A donde vamos?

-"Yo tengo que estudiar", piensa.

Apenas un segundo mas tarde, se sincera: -"No tienes dinero, Diego. Debes cuidar las quince pelas que te quedan hasta fin de mes".

-No iré. Tengo que terminar el proyecto. Que disfruten. Me cuentas mañana.

Sabe bien que es un privilegiado por no estar expuesto a la guerra diaria en su país.

Sabe muy bien los sacrificios que todos en su familia ha hecho para garantizarle una vida mejor.

Esta consciente de que es una fortuna quedar margen de la violencia, la injusticia y la miseria que tiñen de rojo las calles donde creció y vivía su niñez, donde conoció por primera ve el amor.

Pero es duro. La soledad desgasta. Vivir al día, evitando gastar, también desgasta.

Abre un libro que ya ha marcado por entero, vuelve a leerlo.

Al rato, llora, por lo que dejo, por lo que su familia ha dejado al enviarlo lejos, al salvarlo.

IV

-Hijo, es muy temprano. Ya te vas?

- Si, mamá. Debemos estar es quince minutos en la avenida. Hay que montar la barricada. Nadie pasara,  trancaremos toda la ciudad.

-cuídate, Ismael. Ayer los malditos guardias mataron a un muchacho. Esto se volvió una guerra y ustedes apenas se protegen con escudos de cartón.

-Yo lo se, mamá. Lo se muy bien. Mataron a un chamo que conocí una vez. Le dispararon como un perro. Por eso justamente vamos a salir mas temprano hoy. No podemos traicionarlo.

Agarró dos rodajas de pan, un trozo de queso blanco, una botella de agua, su casco de beisbol, un trapo para taparse la boca, el escudo de madera que el mismo había cortado y pintado de blanco y rojo días atrás, y se dirigió a la puerta de salida. La abrió, pero regreso a su madre, la abrazo y beso en la frente, diciéndole que volvería al anochecer.

-Dile a Chachi cuando se despierte que la quiero mucho.

Cerro la puerta con cuidado, para no despertar a su hermana.

El vacío en el pecho de Luisa hacia mas fuerte el sonido de su corazón. Retumbaba. ese ruido pudo haber despertado a todo el vecindario.

Rezo. Rezo por su hijo; por sus compañeros de lucha; por los que día a día enfrentan la maldad uniformada.

Puso a calentar agua para un te de manzanilla. Toma te desde que empezaron las protestas. Siente que le calman la ansiedad, quizá el sufrimiento. Se sentó en la silla de la cocina y empezó a llorar.

Lloró desconsolada, con miedo de no volver a ver a su hijo al anochecer.

V

La noche está fría.

No el frío del invierno, que llega hasta los huesos. Es un fresco agradable, con mucha brisa, propio del trópico.

Caracas tiene un clima estupendo. Su ubicación hace que nunca sea muy frío; su altura, que nunca sea muy caluroso.

Emanuela no para de moverse.

-"Esta muchacha es un terremoto; es tan inquieta  cuando duerme como cuando esta despierta"-, dice para sus adentros Gabriela, con cierta satisfacción más que con resignación.

Se da la vuelta  bruscamente, de nuevo, y deja la pierna clavada en el vientre de la madre.

-"Imposible seguir durmiendo con ella!- piensa mientras la arrima delicadamente. -"Menos mal que ya va a ser hora de levantarme-".

Siguieron ambas su peculiar baile nocturno hasta el amanecer.

Gabriela se levanta de golpe cuando ve la luz del

día por doquier.

Arropa a su pequeña y empieza ahora su también diario baile matutino.

En un tris está ya en la cocina preparando el desayuno y las loncheras.

-Mami-  llega diciendo Emanuela de sorpresa en plena faena, y antes de ser interrumpida soltó

-Esa foto que me enseñaste anoche me da miedo. No quiero que vuelvas a hacerlo más nunca. Pueden hacerte daño. Eres todo lo que tengo"-

Gabriela queda impactada. Pero pronto reacciona:

-Mi hija, tenía que mostrártelas. Quiero que sepas lo que he estado haciendo estás semanas-, le responde. Y continua:

-Es lo menos que puedo hacer, por mi, por ti, por nuestro futuro, si es que queremos tener un lugar propio donde vivir en paz-

-"Si, mami. Pero si te encarcelan no podremos estar mas nunca juntas. Te pueden hacer cosas horribles. Rodolfo me contó que los guardias detuvieron a un niño de su edificio y lo golpearon fuerte, casi lo matan. Tuvieron que llevarlo al hospital y todo-.

-Ema, no pueden hacerme nada por estar parada en la autopista con los brazos arriba mostrando un cartel a los guardias. No soy un peligro para ellos. Apenas peso 43 kilos!, - le responde.

-Ese afiche lo hiciste con las hojas del bloc de dibujo que me regalaste? Lo busque ayer y no estaba en mi cuarto. -

-Si. Arranqué y usé varias páginas. Pensé que no te darías cuenta. También tomé prestados tus marcadores. Te los devolveré, están en mi armario.- le responde para evitar que continúe con la inquisición.

-Mami, y no tenías miedo?

-Estaba aterrada. Solo atisbe a rezar, una y otra vez. Pensaba en ti, que lo hacía por ti-

-Ay mami, como lo siento-, lo dijo casi llorando, al tiempo que se abalanzó sobre ella en un abrazo. A los minutos, le pregunto:

-Y que decía el afiche que le mostrabas a los guardias?

-"Nuestros hijos tienen hambre".

Quedaron ambas calladas, viendo al piso.

Al rato volvieron a su danza de todas las mañanas para salir a la escuela.

Ya en camino, frente a la escuela, Emanuela le comenta con algo de picardía:

...

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