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La Miel Silvestre


Enviado por   •  24 de Octubre de 2013  •  1.560 Palabras (7 Páginas)  •  341 Visitas

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Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce

años, y en consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne, dieron

en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al monte. Este

queda a dos leguas de la ciudad. Allí vivirían primitivamente de la

caza y la pesca. Cierto es que los dos muchachos no se habían acordado

particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero de todos modos

el bosque estaba allí, con su libertad como fuente de dicha, y sus

peligros como encanto.

Desgraciadamente, al segundo día fueron hallados por quienes les

buscaban. Estaban bastante atónitos todavía, no poco débiles, y con

gran asombro de sus hermanos menores--iniciados también en Julio

Verne--sabían aún andar en dos pies y recordaban el habla.

Acaso, sin embargo, la aventura de los dos robinsones fuera más

formal, a haber tenido como teatro otro bosque menos dominguero. Las

escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a tal

extremo arrastró a Gabriel Benincasa el orgullo de sus strom-boot.

Benincasa, habiendo concluído sus estudios de contaduría pública,

sintió fulminante deseo de conocer la vida de la selva. No que su

temperamento fuera ese, pues antes bien era un muchacho pacífico,

gordinflón y de cara uniformemente rosada, en razón de gran bienestar.

En consecuencia, lo suficientemente cuerdo para preferir un té con

leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del

bosque. Pero así como el soltero que fué siempre juicioso, cree de su

deber, la víspera de sus bodas, despedirse de la vida libre con una

noche de orgía en compañía de sus amigos, de igual modo Benincasa

quiso honrar su vida aceitada con dos o tres choques de vida intensa.

Y por este motivo remontaba el Paraná hasta un obraje, con sus famosos

strom-boot.

Apenas salido de Corrientes, había calzado sus botas fuertes, pues los

yacarés de la orilla calentaban ya el paisaje. Mas a pesar de ello el

contador público cuidaba mucho de su calzado, evitándole arañazos y

sucios contactos.

De este modo llegó al obraje de su padrino, y a la hora tuvo éste que

contener el desenfado de su ahijado.

--¿A dónde vas ahora?--le había preguntado sorprendido.

--Al monte; quiero recorrerlo un poco--repuso Benincasa, que acababa

de colgarse el winchester al hombro.

--¡Pero infeliz! no vas a poder dar un paso. Sigue la picada, si

quieres... O mejor, deja esa arma y mañana te haré acompañar por

un peón.

Benincasa renunció. No obstante, fué hasta la vera del bosque y se

detuvo. Intentó vagamente un paso adentro, y quedó quieto. Metióse las

manos en los bolsillos, y miró detenidamente aquella inextricable

maraña, silbando débilmente aires truncos. Después de observar de

nuevo el bosque a uno y otro lado, retornó bastante desilusionado.

Al día siguiente, sin embargo, recorrió la picada central por espacio

de una legua, y aunque su fusil volvió profundamente dormido,

Benincasa no deploró el paseo. Las fieras llegarían poco a poco.

Llegaron éstas a la segunda noche--aunque de un carácter singular.

Dormía profundamente, cuando fué despertado por su padrino.

--¡Eh, dormilón! levántate que te van a comer vivo.

Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los

tres faroles de viento que se movían de un lado a otro en la pieza. Su

padrino y dos peones regaban el piso.

--¿Qué hay, qué hay?--preguntó, echándose al suelo.

--Nada... cuidado con los pies; la corrección.

Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que

llamamos _corrección_. Son pequeñas, negras, brillantes, y marchan

velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencialmente carnívoras.

Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: arañas, grillos,

alacranes, sapos, víboras, y a cuanto ser no puede resistirles. No hay

animal, por grande y fuerte que sea, que no huya de ellas. Su entrada

en una casa supone la exterminación absoluta de todo ser viviente,

pues no hay rincón ni agujero profundo donde no se precipite el río

devorador. Los perros aullan, los bueyes mugen, y es forzoso

abandonarles la casa, a trueque de ser roído en diez horas hasta el

esqueleto. Permanecen en el lugar uno, dos, hasta cinco días, según su

riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van.

No resisten sin embargo a la creolina o droga similar, y como en el

obraje abundaba aquella, antes de una hora quedó libre de la

corrección.

Benincasa se observaba muy de cerca en los pies la placa lívida de la

mordedura.

--Pican muy fuerte, realmente--dijo sorprendido, levantando la cabeza

a su padrino.

Este, para quien la observación no tenía ya ningún valor, no

respondió, felicitándose en cambio de haber contenido a tiempo la

invasión. Benincasa reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la

noche por pesadillas tropicales.

Al día siguiente se fué al monte, esta vez con un machete, pues había

concluído por comprender que tal expediente le sería en el monte mucho

más útil que el fusil. Cierto es que su pulso no era maravilloso y su

acierto, mucho menos. Pero de todos modos lograba trozar las ramas,

azotarse

...

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