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La Noche De Tlatelolco


Enviado por   •  27 de Junio de 2015  •  2.597 Palabras (11 Páginas)  •  301 Visitas

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Es indudable que, con sus desmanes callejeros e intraescolares, los estudiantes universitarios y politécnicos dieron motivo para una intervención de las autoridades policíacas. Los atracos estudiantiles se repetían con frecuencia. Las advertencias y aun las amenazas públicas sobre posibles castigos habían perdido valor y efectividad. La disciplina interna en las escuelas era prácticamente nula. Obviamente, el "triunfo" estudiantil que motivó la renuncia del rector Ignacio Chávez provocó dentro de la Universidad Nacional una densa y demagógica atmósfera que hacía dominar la implícita pero operante política de "al estudiante la razón, aunque no la tenga". Muchos de nosotros, recordamos có- mo un ministro de la Suprema Corte de Justicia, que a la vez era presidente en turno de la Junta de Gobierno de la Universidad, Lic.. José Caso Estrada, había declarado refiriéndose al grupo de fósiles y gangsteriles líderes universitarios que a los vencedores (el vencido era el rector Chávez) históricamente siempre se les otorga un premio. El premio en este caso debía ser, de hecho, el control de la Universidad. Las nuevas autoridades universitarias tenderían indiscriminadamente a congraciarse con el sector estudiantil. La Reforma Universitaria se anunciaba como una panacea y los aprendices de brujo calentaban probetas y calderos, hacían sus mágicas mixturas, proclamaban la democracia con base estudiantil, hacían llamados a los jóvenes para que éstos dieran sus luces en programas de estudios, proyectos de mejoramiento, selección de profesores y directores. Hasta se llegó a plantear: "¿Por qué no habría de ser rector un estudiante?" Toda regla disciplinaría se consideraba de antemano como antipedagógica. Había que ser comprensivos, condescendientes, dóciles ante una juventud cuyos posibles defectos o desorientación eran sólo resultado de los pecados y aturdimientos de los viejos. Había que pagar cristianamente nuestras culpas. Sonaba la hora del arrepentimiento. Los padres tienen los hijos que se merecen. Mea culpa, mea culpa, mea culpa. Gerardo Hernández Ponce, maestro de la Preparatoria número 2 de la UNAM Mi papá toda la vida se la pasa diciéndome que él fue muy buen hijo y eso... Entonces yo me pongo a pensar: Caray, ¿qué, yo soy un ser raro o neurótico, o qué? En su afán de crearnos arquetipos, los adultos nos presentan unas formas abstractas totalmente perfectas y, ¡zas!, se corta la comunicación. Yo me pongo a pensar: Caray, mi jefe, según él, todo lo hizo bien, y yo, según él, todo lo hago mal. Por eso yo tengo mala comunicación con mi papá por más que lo intento. Cuando mi jefe empieza con su Yo, a tu edad y las arañas, me dan ganas de echarme a dormir. Los cuatro líderes del Movimiento eran Raúl Alvarez Carín de Físico-Matemáticas del IPN y Sócrates Campos Lemus, de Economía del IPN, Marcelino Perelló de Ciencias de la UNAM y Gilberto Guevara Niebla, también de Ciencias de la UNAM. De los cuatro, los más accesibles eran Sócrates y Marcelino. Los otros dos que traté un poco eran hoscos, broncos, autosuficientes. Guardaban las distancias, y Raúl, sobre todo era tajante. ¡Ésas eran las apariencias! Pero, para caer en una perogrullada, las apariencias engañan. ¿Quiénes quedan a la larga? A la hora de la verdad ¿quiénes dieron la medida? Raúl y Gilberto Los otros dos no valen. Marcelino fue una vedette y Sócrates, pues todo el mundo sabe ya lo que es. El 18 de septiembre el ejército tomó la Ciudad Universitaria sorpresivamente. Cuando empezaron a pasar los tanques y transportes de paracaidistas rumbo al sur, el teléfono no cesó de repiquetear: "Gracias, señora, no se preocupe. Sí, señor, vamos a evacuar. Señora, nos pondremos a salvo, gracias. Señorita, le agradecemos su atención. Gracias compañero Cómo no, compañera" Total, en todas las Escuelas y Facultades recibimos el aviso de que el ejército venía para CU, pero nadie se preocupó por sacudir al CNH, que acababa de iniciar su reunión haciéndole una severa crítica a los delegados ausentes y a los impuntuales. Cuando ya estaban en las puertas de la UNAM los primeros tanques un muchacho corrió hasta el auditorio de Medicina y, pasando por encima de los cuates que le exigían su pase de delegado, entró hasta la sala de sesiones e hizo el anuncio estrepitosamente. El Consejo entero se indignó: "¡Bastante molesto es empezar la noche con sólo unos cuantos delegados para que, además, ni siquiera se pueda trabajar en paz y sin interrupciones!" El mensajero salió estupefacto. Los delegados siguieron hablando pinche mil cosas. Diez minutos más tarde entró Durante los quince días de la ocupación de CU por el ejército se quedó encerrada en un baño de la Universidad una muchacha: Alcira. Se aterró. No pudo escapar o no quiso. Al ver a los soldados, lo primero que se le ocurrió fue encerrarse con llave. Fue horrible. Uno de los empleados que hacen la limpieza la encontró medio muerta, tirada en el mosaico del baño. ¡Quince días después! Ha de haber sido espantoso vivir así, hora tras hora, tomando sólo agua de la llave del lavabo. Se la pasó entre los lavabos y los excusados allí dormía, tirada en ese pasillo, en el piso de mosaico y se asomaba por una mirilla para ver a los soldados recargados en sus tanques, bostezando, o recostados adormilados en los yips ¡Era tal su terror que nunca se movió del baño! Después de que los soldados me dieron el balazo en CU el 19 de septiembre de 1968 me lo dieron en el fémur y por pocos milímetros me rompen la femoral, estuve dos meses internado en el hospital 20 de Noviembre y jamás traté abiertamente el tema de mi herida, ni siquiera con otros muchachos que me visitaban porque se decía que había "orejas" y "chivatos" en todas partes y reinaba un ambiente de temor, de absoluta desconfianza. Todas las escuelas estaban convencidas de que no había otro camino de solución que el diálogo público. Esto era indiscutible. La corrupción no había logrado penetrar al Consejo y las maniobras gubernamentales fueron previstas y eludidas a tiempo. El presidente jugó su última carta hablando desde la más alta tribuna del país para amenazar con la represión total, y no surtió el efecto esperado. Ahora sólo les quedaba a los funcionarios hacer a un lado las vías tradicionales tan conocidas por el gobierno mexicano; se enfrentaban a un movimiento que no se podía corromper ni desvirtuar. Tampoco entendían que no hubiera personajes de la política nacional patrocinando y dando directrices tras bambalinas. ¿Acaso no tenía trasfondo el pliego petitorio? ¿Sólo se pedía la solución de los seis puntos? El gobierno no lo podía creer y seguía buscando conjuras y fantasmas. Un régimen acostumbrado al doble juego de las insinuaciones, nunca a las exigencias rotundas y claras, no tenía la capacidad para

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