Robbins
allanzinhoTesis10 de Octubre de 2013
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El presente texto aborda las contradicciones del concepto de modernidad tardía acuñado en la teoría crítica y como éste necesariamente debe ser reinterpretado a la luz de la globalización. En este sentido, se analiza las principales diferencias entre las características de la modernidad tardía -con sus matices weberianos, totalitarios, de ampliación de la racionalidad instrumental y estatalmente dirigida- y como deberíamos entenderla a partir del carácter crecientemente fluido, multicultural y de primado del mercado sobre la realidad social. También se estudia como la globalización expande las condiciones distópicas de la modernidad tardía, que son radicalmente diferentes de las promesas modernas de seguridad y estabilidad.
Abstract
The present paper deals with the contradictions of the concept of Late Modernity coined by the Critical Theory and how this concept must be reinterpreted in the perspective of globalization. First, the main characteristics of the Late Modernity are analysed, taking special account of its weberian and totalitarian features, as well as the extension of its instrumental rationality. Secondly, the incompatibities between those characteristics and the increasing social fluidity, multicultural condition and primacy of the market on the social reality. Finally, the way by which globalization expands the distopic conditions of Late Modernity, which are radically different from the modern promises of safety and stability.
Palabras clave
Teoría crítica, fluidez ontológica, sociedad red, modernización, Giovanni Arrighi, Ulrich Beck, Zygmunt Bauman.
Keywords
Critical theory, ontological fluency, society net, modernization, Giovanni Arrighi, Ulrich Beck, Zygmunt Bauman.
La globalización en el contexto de la modernidad tardía.
La crisis de la modernidad supone tener que redefinir los términos tradicionales con los que la hemos pensado y la necesidad de crear nuevos conceptos que sean más adecuados a la situación en que vivimos. Uno de esos nuevos términos que parecen describir antiguos fenómenos es el de globalización. Existe consenso respecto de que la globalización tiene una raíz económica y que sus definiciones pueden partir desde allí, pero cuando se trata de fijar sus límites los problemas se multiplican ya que podemos coincidir en la existencia de unas globalizaciones culturales, sociales, políticas, de los derechos humanos, de la guerra, etc. De este modo, el término al volverse tan polisémico se torna inútil. Por otra parte, el fenómeno de la globalización encuentra todas sus contradicciones cuando se trata de abordar sus efectos sociales y la construcción de identidades, ya que allí chocan los paradigmas de la ciudadanía moderna con los del multiculturalismo, lo que ciertamente tiene unos resultados que tienen que ver directamente con la violencia, el racismo y la xenofobia. Ello se solapa a las tradicionales luchas de clases, lo que genera a su vez nuevas paradojas.
1. La globalización en el contexto moderno.
La globalización se percibió primeramente como un fenómeno económico con amplias repercusiones y que genera -en un efecto de cascada- nuevas globalizaciones sociales, culturales y políticas. Giovanni Arrighi, de modo muy documentado, señala que desde el punto de vista estrictamente económico la globalización no es un proceso nuevo. Por el contrario, está relacionado con los procesos de acumulación de capital y con el reordenamiento del capitalismo a escala mundial. Siguiendo el modelo de “sistema-mundo” de Immanuel Wallerstein, expone un modelo evolutivo y gradual, que desestima las perspectivas que indican que la globalización constituye una revolución sin precedentes2. Incluso la novedad de las innovaciones informáticas es relativa si se le compara con otras revoluciones científico-tecnológicas modernas, como el cableado submarino del telégrafo que ya en 1860 permitió una virtualización de la economía a nivel intercontinental. Otros indicadores muestran también elementos de continuidad, siendo la diferencia económica más relevante la creciente importancia de los mercados financieros mundiales, que fueron los primeros en globalizarse3. La arquitectura económica global de Breton Woods, jerárquicamente gestionada por EE.UU. dejó paso a otro sistema -también global- más descentralizado y coordinado por el mercado creando una mayor volatilidad e inestabilidad financiera. Los cambios económicos deben, por tanto, ser considerados en su escala, alcance y complejidad. Arrighi señala que la investigación con horizontes temporales más amplios permite ver cuatro ciclos sistémicos de acumulación capitalista en la modernidad. Dichos ciclos culminan en una crisis de sobreacumulación que inicia un período de mayor competencia, expansión financiera y el fin de las estructuras ordenadoras del comercio y la producción. En palabras de Arrighi;
“Es el tiempo en el que el líder de la expansión anterior del comercio mundial cosecha los frutos de su liderazgo en virtud de su posición de mando sobre los procesos de acumulación de capital a escala mundial. Pero es también el tiempo en el que el mismo líder es desplazado gradualmente de las alturas del mando del capitalismo mundial por un emergente nuevo liderazgo. Ésta ha sido la experiencia de Gran Bretaña entre el final del siglo diecinueve y el comienzo del veinte; de Holanda en el siglo dieciocho, y de la diáspora capitalista genovesa en la segunda mitad del siglo dieciséis4.”
En efecto, el líder cosecha los frutos al mismo tiempo que comienza su declive. En el caso estadounidense su hegemonía económica se debe más a las beneficiosas coyunturas derivadas de la Guerra Fría, en su predominio en las instituciones internacionales y la expansión de sus empresas a escala mundial, que a los resultados actuales de la globalización. En esta perspectiva, los períodos de sobreacumulación implican turbulencias que desestabilizan los centros organizadores. Ello genera incertidumbres en nuevos ámbitos, más allá de los económicos, haciendo peligrar las estructuras políticas que el mismo liberalismo había acuñado, lo que hace insostenible la afirmación dogmática de los mercados autorregulados. Dicha afirmación, siguiendo al autor, nunca ha resultado verificada en los ciclos sistémicos de acumulación. Por el contrario, las crisis y sus inestabilidades parecen indicar que el poder hegemónico declinante no pudiera controlar ni la velocidad ni la dirección de su poder. La reconducción del capitalismo hacia caminos más creativos que destructivos siempre ha necesitado de vehículos tendedores de vías. De este modo, el capitalismo ha transitado durante la modernidad por varios caminos, que llevan a nuevos centros organizadores y que permiten la continuidad del sistema más allá de la pérdida de influencias de los antiguos ejes.
“La formación de un sistema capitalista mundial, y su transformación subsiguiente de ser un mundo entre muchos mundos hasta llegar a ser el sistema socio-histórico del mundo entero, se ha basado en la construcción de organizaciones territoriales capaces de regular la vida social y económica y de monopolizar los medios de coacción y violencia. Estas organizaciones territoriales son los Estados, cuya soberanía se ha dicho que va a ser socavada por la ola actual de expansión financiera5.”
En todas las expansiones financieras los Estados que han sido tendedores de vías han perdido poder en beneficio de otros que los han relevado de su función. Cada nuevo relevo se caracteriza por un mayor alcance territorial, complejidad y poder que sus antecesores. De este modo Arrighi nos muestra que las crisis de los Estados son connaturales al desarrollo del capitalismo en su camino a la expansión. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en los tratados de Westfalia que consagraron los principios según los cuales los Estados independientes reconocen su mutua autonomía jurídica y su integridad territorial conviviendo en un único sistema político. Esto se plasmó en el principio de la soberanía estatal moderna y que generó una ley internacional de regulación del poder entre Estados. Dicho contexto propició una paz relativa, un equilibrio de poder y el control intraestatal por parte de las elites. Las guerras del período fueron crecientemente intensivas en capital y permitieron la expansión europea más allá de sus fronteras continentales. El sistema de Westfalia sufrió una inflexión producto de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, ya que bajo la conducción británica su alcance incluyó a los Estados americanos. Sin embargo, los principios westfalianos cambiaron. Las relaciones entre Estados fueron desplazadas por la tutoría de la extensa red imperial británica sobre ellos. El costo de la precaria paz westfaliana fue pagado por los Estados que no eran parte de aquellos principios, las zonas de dominio colonial o en vías de serlo. Luego de la Segunda Guerra Mundial este orden fue reforzado por la primacía de los EE.UU., extendiéndose al resto del mundo, proceso paralelo a la descolonización, pero al mismo tiempo su contenido fue disminuido y reinterpretado. El nuevo actor hegemónico elevó sus principios constitucionales6 al rango de normas universales para que su poder se consolidara por sobre los demás Estados, lo que se apoya en su inédita y extensa red mundial de bases militares.
Esto ya queda establecido en la estructura de las Naciones Unidas que expresa las desigualdades de los Estados miembros. En efecto, la inmensa mayoría recorta su soberanía, a diferencia de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad7. Este cambio es de tal magnitud que el autor
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