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Suplico- El Cuerpo De Los Condenadios Cap 1


Enviado por   •  2 de Abril de 2014  •  9.200 Palabras (37 Páginas)  •  339 Visitas

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SUPLICIO

I. EL CUERPO DE LOS CONDENADOS.

Damiens, quien ha dado la muerte a parte de su familia, por lo que debe ser castigado ante los ojos de la sociedad. Se le ubica en medio de un lugar público, con el fin de que su sufrimiento sea visto por todos, y los métodos no pasan desapercibidos ante los ciudadanos. Lo descuartizan, lo queman, lo tironean, lo matan de la forma física más dolorosa que se ha podido relatar. Se espera que ante estos métodos punitivos el condenado suplique perdón, ya que se aguarda que mediante este castigo se cure a la persona y se le perdone por sus pecados y errores cometidos. Era la historia de Damians, esto no sucedió, el relato termina con su cuerpo convertido en cenizas.

Tres cuartos de siglo más tarde, León Faucher redacta un reglamento para la casa de jóvenes delincuentes de Paris. En él se especifica la conducta que deberán llevar los jóvenes carcelarios. Dejando en claro la sobreexplotación del periodo laboral que ellos tendrán, ya que de esta forma, se extingue la libertad del individuo.

Foucault nos dice ‟he aquí, pues, un suplicio y un empleo del tiempo. No sancionan los mismos delitos, no castigan el mismo género de delincuentes. Menos de un siglo los separa”. Es la época de la justicia, en la cual hay una desaparición de los suplicios, desaparece el cuerpo supliciado.

Poco a poco el castigo paso a ser teatro, era un espectáculo más que dar a la sociedad, esto obviamente tendría una repercusión negativa… tal rito cerraba el delito, pero este mismo era sobrepasado con tal salvajismo que a los espectadores los llenaba de ferocidad. De ahí el castigo pasa a convertirse en la parte oculta del proceso penal, ahora se desea castigar la conciencia abstracta, no el cuerpo; se desea imponer reglas libres de dolor. Dándole nombre como la sobriedad punitiva (siglo XIX). De todas formas hay que remarcar que Foucault nos dice que ‟la prisión en sus dispositivos más explícitos ha procurado siempre cierta medida de sufrimiento corporal”. Sin embargo el predominio del castigo a estas alturas queda claro que no es el cuerpo, ahora es el alma. Esto ha traído una evolución de la locura dentro de las cárceles.

Es por qué los suplicios han desaparecido, es fatal ser castigado, pero no es nada favorable castigar. Por eso es que se castiga sin tocar, así es que entran en juego la prisión y todo lo que esta institución implica; privación de la libertad, racionamiento alimenticio, privación sexual, golpes, celdas.

El cuerpo esta situación en un campo político, que el mismo opera sobre el exigiéndole, marcándole y dominándole… Dentro del tópico del poder, el autor señala que este no sería un beneficio de clase dominante, sino que invade a todos los individuos, ya que las relaciones de poder desciendes densamente a lo largo del espesor social. Se trata de una serie de puntos de enfrentamientos, focos de inestabilidad, luchas, etc.

Luego se refiere al saber, al plantear que hay que alejarse de la tradición que en la que el saber se desarrolla al margen de las relaciones de poder, al contrario, se trataría de poder y saber se implican el uno al otro.

II. LA RESONANCIA DE LOS SUPLICIOS.

La Ordenanza de 1670 había regido, hasta la Revolución, las formas generales de la práctica penal.

He aquí la jerarquía de los castigos que prescribía: "La muerte (de todo género), el tormento con reserva de pruebas, las galeras por un tiempo determinado, el látigo, la retractación pública y el destierro."

Y Soulatges, como de pasada, añade que existen también penas ligeras, de las que la Ordenanza no habla: satisfacción a la persona ofendida, admonición, censura, prisión por un tiempo determinado, abstención de ir a determinado lugar, y finalmente las penas pecuniarias: multas o confiscación de bienes.

Una pena para ser un suplicio debe responder a tres criterios principales:

1. Debe de producir cierta cantidad de sufrimiento que se pueda apreciar, comparar y jerarquizar.

2. Debe descansar sobre todo en un arte cuantitativo del sufrimiento.

3. El suplicio debe ser resonante.

En Francia, como en la mayoría de los países europeos —con la notable excepción de Inglaterra—, todo el procedimiento criminal, hasta la sentencia, se mantenía secreto: es decir opaco no sólo para el público sino para el propio acusado. Se desarrollaba sin él, o al menos sin que él pudiese conocer la acusación, los cargos, las declaraciones y las pruebas. No veían al acusado más que una vez para interrogarlo antes de dictar su sentencia (Página 34).

Y para que la culpabilidad fue indudable, el juez necesitaba la confesión del presunto culpable, la cual se obtenía por medio de dos métodos: la amenaza de perjurio y la tortura.

"El tormento es un medio peligroso para llegar al conocimiento de la verdad; por eso los jueces no deben recurrir a él sin reflexionar. Hay culpables con la firmeza suficiente para ocultar un crimen verdadero...; otros, inocentes, a quienes la intensidad de los tormentos hace confesar crímenes de los que no son culpables."

Debido a que las leyes son prescritas por un soberano, el rompimiento de alguna es una directa ofensa al soberano y por lo tanto un desafío que no puede ser perdonado por la corte.

El derecho de castigar será, pues, como un aspecto del derecho del soberano a hacer la guerra a sus enemigos. (Página 46)

El suplicio desempeña, pues, una función jurídico-política. Se trata de un ceremonial que tiene por objeto reconstituir la soberanía por un instante ultrajada: la restaura manifestándola en todo su esplendor. (Página 46)

Al quebrantar la ley, el infractor ha atentado contra la persona misma del príncipe; es ella —o al menos aquellos en quienes ha delegado su fuerza— la que se apodera del cuerpo del condenado para mostrarlo marcado, vencido, roto. La ceremonia punitiva es, pues, en suma, "aterrorizante". (Página 47)

Ahora bien, este ceremonial escrupuloso es, de una manera muy explícita, no sólo judicial sino militar. La justicia del rey se muestra como una justicia armada. El acero que castiga al culpable es también el que destruye a los enemigos.

Todo un aparato militar rodea el suplicio: jefes de la ronda, arqueros, exentos, soldados. Se trata desde luego de impedir toda evasión o acto de violencia; se trata también de prevenir, de parte del pueblo, un arranque de simpatía para salvar a los condenados.

En las ceremonias del suplicio, el personaje principal es el pueblo, cuya presencia real e inmediata está requerida por su realización. Un suplicio que hubiese sido

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