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Transformación personal: El poder de los hábitos

evagonre24 de Enero de 2013

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Tercer hábito

Establezca primero lo primero

Principios de administración personal

Lo que importa más nunca debe estar a merced

de lo que importa menos.

GOETHE

¿Puede el lector tomarse un momento y redactar una breve res¬puesta para cada una de las dos preguntas siguientes? Esas respues¬tas le resultarán importantes cuando empiece a trabajar con el tercer hábito.

Pregunta 1: ¿Qué puede hacer usted, que no esté haciendo ahora y que, si lo hiciera regularmente, representaría una tremenda dife¬rencia positiva en su vida personal?

Pregunta 2: ¿Qué produciría resultados similares en su vida pro¬fesional o en su empresa?

Volveremos a estas respuestas más adelante. Pero comencemos por situar el tercer hábito en perspectiva.

El tercer hábito es el fruto personal, la realización práctica del primero y el segundo.

El primer hábito dice: «Tú eres el creador. Tú estás a cargo de todo». Se basa en los cuatro privilegios humanos de la imaginación, la conciencia moral, la voluntad independiente y, en particular, la autoconciencia. Nos permite decir: «Éste es un programa deficiente que yo recibí en mi infancia procedente de mi espejo social. No me gusta ese guión inefectivo. Puedo cambiar».

El segundo hábito es la creación primera o mental. Se basa en la imaginación (la capacidad para visualizar, para ver lo potencial, para crear con nuestras mentes lo que en el presente no podemos ver con nuestros ojos) y en la conciencia moral (que es la capacidad para de¬tectar nuestra propia singularidad y las directrices personales, morales y éticas que nos permiten llevarla felizmente a cabo). Supone el contacto profundo con nuestros paradigmas y valores básicos, y la visión de aquello en lo que podemos convertirnos.

El tercer hábito es la segunda creación, la creación física. Es la realización, la actualización, la aparición natural del primero y el se¬gundo hábito. Es el ejercicio de la voluntad independiente que pasa a ser centrado en principios. Es la puesta en práctica incesante, mo¬mento a momento.

El primero y segundo hábitos son absolutamente esenciales y prerrequisitos del tercero. Uno no puede pasar a centrarse en princi¬pios sin tomar primero conciencia de su propia naturaleza proactiva, y desarrollarla. No se puede pasar a los principios sin tomar primero conciencia de los propios paradigmas y sin comprender cómo hay que cambiarlos y alinearlos con los principios. No se puede pasar a los principios sin una visión de la contribución singular que a uno le corresponde realizar, y sin ponerla en el centro de todo.

Pero con esos cimientos se puede pasar ya a los principios, de modo incesante, momento a momento, viviendo el tercer hábito: practicando una autoadministración efectiva.

Recuérdese que la administración es claramente distinta del liderazgo. El liderazgo es primordialmente una actividad que absorbe su energía del cerebro derecho. Tiene mucho de arte y se basa en una fi¬losofía. Cuando se afrontan problemas de liderazgo, tiene que plan¬tearse los interrogantes últimos de la vida.

Pero una vez abordados esos problemas, después de haberlos re¬suelto, tiene que administrarse con efectividad para crear una vida congruente con sus respuestas. Si uno no está en la «selva correcta», la capacidad para administrarse bien no supondrá una gran diferen¬cia. Pero si uno está en la selva correcta, la diferencia será radical. De hecho, la capacidad para administrar bien determina la calidad e in¬cluso la existencia de la segunda creación. La administración es la fragmentación, el análisis, la secuencia, la aplicación específica, el aspecto cerebral izquierdo, ligado al tiempo, del autogobierno efec¬tivo. Mi propia máxima de la efectividad personal es la siguiente: Administra desde la izquierda; lidera desde la derecha.

El poder de la voluntad independiente

Además de la autoconciencia, la imaginación y la conciencia moral, es el cuarto privilegio humano —la voluntad independiente— el que realmente hace posible la autoadministración efectiva. Se tra¬ta de la capacidad para tomar decisiones y elegir, y después actuar en consecuencia. Significa actuar en lugar de «ser actuado», llevar pro-activamente a cabo el programa que hemos desarrollado a través de los otros tres dones.

La voluntad humana es asombrosa. Una y otra vez se ha impues¬to sobre adversidades increíbles. Los Helen Keller de este mundo dan prueba, de modo espectacular, del valor y el poder de la volun¬tad independiente.

Pero cuando examinamos este don en el contexto de la autoad¬ministración efectiva, comprendemos que por lo general no es el es¬fuerzo dramático, visible, que se realiza hasta el extremo una vez en la vida, el que procura un éxito duradero. El poder se adquiere apren¬diendo a usar ese gran don en las decisiones que tomamos día tras día.

El grado en que hemos desarrollado nuestra voluntad indepen¬diente en la vida cotidiana se mide por nuestra integridad personal. Fundamentalmente, la integridad es el valor que nos asignamos a no¬sotros mismos. Es nuestra capacidad para comprometernos a mante¬ner los compromisos con nosotros mismos, de «hacer lo que deci¬mos». Es respetarse a uno mismo, una parte fundamental de la ética del carácter, la esencia del desarrollo proactivo.

La administración efectiva consiste en empezar por lo primero. Mientras que el liderazgo decide qué es «lo primero», la administra¬ción le va asignando el primer lugar día tras día, momento a mo¬mento. La administración es disciplina, puesta en práctica.

«Disciplina» deriva de «discípulo»: discípulo de una filosofía, de un conjunto de valores, de un propósito supremo, de una meta supe¬rior o de la persona que la representa.

En otras palabras, si uno es un administrador efectivo de sí mis¬mo, la disciplina proviene del interior; es una función de la voluntad independiente. Uno es discípulo, un seguidor de los propios valores profundos y sus fuentes. Y tiene la voluntad, la integridad, de subor¬dinar a esos valores todos los sentimientos, impulsos y estados de ánimo.

Uno de mis ensayos favoritos es The Common Denominator of Success, escrito por E. M. Gray. Este autor pasó su vida buscando el denominador que comparten todas las personas de éxito. Encontró que ese denominador común no era el trabajo duro, la buena suerte ni la habilidad para relacionarse, aunque todos esos factores tenían importancia. El factor que parecía trascender a todos los otros mate¬rializa la esencia del tercer hábito: empezar por lo primero.

«La persona de éxito tiene el hábito de hacer las cosas que a quie¬nes fracasan no les gusta hacer», observó. «No necesariamente le gusta hacerlas. Pero su disgusto está subordinado a la fuerza de sus propósitos.»

Esa subordinación requiere un propósito, una misión, un claro sentido de dirección y valor establecido por el segundo hábito, un ar¬diente «¡Sí!» interior que hace posible decir «No» a otras cosas. También requiere voluntad independiente, el poder de hacer algo cuando uno no quiere hacerlo, y depender de los valores y no del im¬pulso o deseo del momento. Es el poder de actuar con integridad res¬pecto de la primera creación proactiva.

Cuatro generaciones de la administración del tiempo

En el tercer hábito abordamos muchas de las cuestiones concer¬nientes al campo de la administración de la vida y el tiempo. Como estudioso desde hace mucho tiempo de este campo fascinante, estoy personalmente convencido de que la esencia del mejor pensamiento del área de la administración del tiempo puede captarse en una úni¬ca frase: Organizar y ejecutar según prioridades. Esa frase repre¬senta la evolución de tres generaciones de la teoría de la adminis¬tración del tiempo, y el mejor modo de proceder en consonancia con ella constituye el centro de una amplia variedad de enfoques y ma¬teriales.

La administración personal ha evolucionado siguiendo una pau¬ta similar a la de muchas otras áreas del esfuerzo humano.

Los más grandes impulsos de desarrollo (u «olas», según los de¬nomina Alvin Toffler) se siguen secuencialmente, y cada uno de ellos añade una nueva dimensión vital. Por ejemplo, en el desarrollo social, después de la revolución agrícola vino la revolución industrial, seguida a su turno por la revolución informática. Cada una de las olas sucesivas creó una ola de progreso social y personal.

De modo análogo, en el área de la administración del tiempo, cada generación toma como base la anterior, y nos acerca a un mayor control de nuestra vida. La primera ola o generación podría caracte¬rizarse por las notas y listas de tareas, que tendían a proporcionar cierto reconocimiento y totalidad a los múltiples requerimientos planteados a nuestro tiempo y nuestra energía.

La segunda generación podría caracterizarse por agendas. Esta ola refleja el intento de mirar hacia adelante, programar los aconteci¬mientos y actividades del futuro.

La tercera generación refleja el campo actual de la administra¬ción del tiempo. Suma a las generaciones precedentes la idea esen¬cial de priorizar, de clarificar valores,

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