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El ensayo sobre el gobierno civil de John Locke

cdgg_91Síntesis1 de Diciembre de 2015

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UNIVERSIDAD LIBRE – SECCIONAL PEREIRA

FACULTAD DE DERECHO

 FILOSOFIA  DEL DERECHO  

Lectura obligatoria

Prof. Jorge Alberto Díaz Cadavid

“ EL ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL"

DE JOHN LOCKE

(1690)

Nunca hubo, quizá, un espíritu más sabio ... que Monsieur Locke.

(VOLTAIRE.)

Inglaterra, que, en medio del siglo XVII, había dado a la literatura política el Leviathan, la muy grande obra del individualista autoritario que fue Tomás Hobbes, le da ahora, al final del mismo siglo, el Ensayo sobre el gobierno civil, debido a John Locke, individualista liberal. Hay, comenzando por el Leviathan, obras políticas más potentes que el Ensayo, pero apenas hay una cuya influencia haya sido tan profunda y tan durable sobre el pensamiento político. La obra de Locke  le da al absolutismo los primeros golpes serios, si no los más furiosos, correspondiendo el mérito de estos últimos al pastor francés Jurieu en sus Cartas pastorales, refutadas por Bossuet. Estos golpes comienzan a estremecer el edificio absolutista, a abrir en él amplias fisuras, que vendrán a ensanchar los demoledores del siglo siguiente.

        Locke había nacido en 1632, cincuenta años después que Hobbes, y, como él mismo escribe, apenas había tomado conciencia de su existencia en el mundo cuando se encontró metido en una tempestad que debía durar hasta 1660, fecha de la restauración de los Estuardos (para recomenzar después, por lo demás). El padre de Locke, notario, puritano ferviente, tomó, a título de tal, el partido del Parlamento durante la guerra civil y combatió como capitán de Caballería. Locke, alumno del colegio de Westminster y después estudiante en Oxford, creció en medio de la extraordinaria fermentación intelectual, a la vez religiosa, filosófica y política, de las universidades inglesas de la época. Lleno de entusiasmo, al principio, por Cromwell y los puritanos, acabó por sentirse fatigado, como le ocurrió a Hobbes, por las querellas de las sectas. En 1660 saluda con alivio la restauración de Carlos II Estuardo. Cree entonces que, al fin, la tempestad ha terminado de veras.

        Hombre de estudio, de salud delicada, débil del pecho, sufriendo de asma, al que el aire de Londres no favorecía nada, Locke estaba visiblemente hecho para la vida contemplativa. La filosofía  le atraía, sobre todo desde que había leído a Descartes ( porque encontraba que escribía con mucha claridad»). Sin embargo, al "  final fue la medicina su profesión: esta le permitía servir a la Humanidad, al mismo tiempo que se dedicaba a investigaciones  “científicas” y, más ampliamente, intelectuales. La medicina, por medio de largos y curiosos rodeos, debía permitir a Locke realizar su verdadera vocación, la de pensador y hombre de letras, destinado a llegar a ser ilustre entre los ilustres. He aquí cómo ocurrió esto:

         Como médico, conoció a lord Ashley, muy pronto conde de Shaftesbury, uno de los hombres políticos más atrayentes  y  engañosos de la Restauración.  Este apreció al médico filósofo e hizo de él su hombre de confianza. A los treinta y cinco años, en 1667, Locke se encontró de este modo situado en la escuela  de  los hechos y de los hombres, arrojado en la política compleja en un período decisivo de la historia inglesa. Carlos II, el antiguo alumno de Hobbes, acabó por enemistarse después de algunos años de buena armonía con el Parlamento. La lucha entre los tories, partidarios de la extensión de la prerrogativa regia  y los whigs, adversarios de esta extensión,  comenzó a enconarse. Shaftesbury  rompió con Carlos II, de quien había sido consejero omnipotente, y se convirtió en uno de los principales jefes whigs, con Locke a la zaga. Entre 1672 y 1680 la atmosfera inglesa estuvo cargada de complots, reales o presumidos: complots protestantes atribuidos a los whigs, complots papistas atribuídos a los jesuitas, al Papa y al rey de Francia. Shaftesbury en su encarnizada lucha con el rey, fue vencido. Acusado de conspiración, compareció en juicio y fue absuelto, pero tuvo que desterrarse a Holanda, donde murió en 1683. El mismo año, Locke, por prudencia, tomaba también el camino de Holanda; iba  a pasar en este país, hospitalario para los perseguidos, cinco años, que fueron decisivos para su formación de filósofo político  y de filósofo sin más.

        El calvinismo europeo parecía entonces en peligro de muerte. La revocación del Edicto de Nantes en 1685 daba la señal de la cruel persecución de los protestantes franceses y de su éxodo, que iba a estar cargado de consecuencias para la monarquía absoluta. En 1685, también, moría Carlos II; su hermano y sucesor, Jacobo II, se declaraba abiertamente católico, desafiando los sentimientos más poderos de la mayoría del pueblo inglés. Locke, colocado en el centro de n calvinismo en cierto modo replegado tras la frágil y suprema muralla de la pequeña Holanda, se inflamaba de odio hacia estos tiranos, apoyados en un pretendido derecho divino, cuyo tipo, a sus ojos, era Luis XIV. Rompía para  siempre en su corazón con los Estuardo, cómplices del rey de Francia, sospechosos de querer establecer en Inglaterra, para complacerle, la detestada religión romana. En esta disposición de ánimo  fue presentado Locke a Guillermo de Orange yerno de Jacobo II , «apasionadamente holandés y protestante», que encarnaría en lo sucesivo todas las esperanzas de el  calvinismo europeo contra Luis XIV y el catolicismo.

         En noviembre de 1688, Guillermo llamado por la inmensa mayoría del pueblo inglés y por la misma Iglesia oficial, llevando seiscientos navíos y quince mil soldados desembarca en las costas de Inglaterra. Por la libertad, por la religión protestante por el Parlamento: tales son las palabras inscritas en las banderas del príncipe de Orange. No encuentra ninguna resistencia seria. La partida está definitivamente perdida para los Estuardo. Está definitivamente ganada por el Parlamento, que planteará sus condiciones al nuevo rey Guillermo. El protestantismo y  el liberalismo Wigs han prevalecido sobre el catolicismo a lo Bossuet, sobre el absolutismo de derecho divino a lo Luis XIV, sobre la soberanía  absoluta y no compartida. ¿Cómo sorprenderse de que Bossuet escriba, en diciembre  de 1688, a un abate: «No hago más que gemir por Inglaterra»?

          Cuando la princesa Mary, hija del destronado Jacobo II y mujer de  Guillermo de Orange, abandona Holanda en febrero de 1689 para reunirse con su marido y para ser coronada al mismo tiempo que él, el barco que la conduce a Inglaterra lleva también a John Locke  y su fortuna. Entendemos por su fortuna los manuscritos de las dos obras que le harán célebre: la obra filosófica Ensayo sobre el entendimiento humano  y la obra política titulada Ensayo sobre el gobierno Civil, que es el objeto de este ensayo.

         El  título exacto del libro es el siguiente: Segundo tratado del  gobierno civil...: Ensayo sobre el verdadero origen, la extensión   y el fin del gobierno civil. Lo de segundo tratado se debe a que, en un primer tratado (publicado, por lo demás, al mismo tiempo) Locke se había impuesto como tarea refutar los falsos principios de una obra del escritor absolutista sir Robert Filmer, el Patriarcha, que hacía reposar el derecho divino de los reyes en los derechos de Adán y de los patriarcas.

        En el segundo tratado o Ensayo, el propósito de Locke es exponer, después de muchas otras, su teoría del Estado, buscando los  fundamentos de la asociación política (gobierno civil), delimitando  su dominio, extrayendo las leyes de su conservación o de su disolución. ¡Austero y científico propósito! Pero, más profundamente, ¿qué quiere Locke, cuál es su sed»?_

        Se cuenta que Maurice Barres, recibiendo un día a un joven escritor, que deseaba explicarles  sus Ideas, le dijo: «Sí, ya sé sus ideas, pero ¿cuál es su sed? Es decir, su deseo profundo, su impulso efectivo, del  cual las ideas no son más que la traducción intelectual.» La sed de Hobbes era, recuérdese, la autoridad absoluta, sin  fisuras, que elimina todo riesgo de anarquía, aun exponiéndose a sacrificar la libertad. La sed de Locke, que explican su formación religiosa, las peripecias de su existencia, sus decepciones después de la Restauración y, en fin, su estancia en Holanda, es el antiabsolutismo el deseo violento de la autoridad contenida, limitada por el consentimiento del pueblo, por el derecho natural, a fin  de eliminar el riesgo de despotismo, de arbitrariedad, aun  exponiéndose a abrir una brecha a la anarquía. Esta sed antiabsolutista entraña la voluntad intelectual de demoler, de una vez para siempre, la doctrina del derecho divino, detestable invención de los Estuardo y de sus satélites, pérfida obra maestra de cierta teología, a la vez católica y anglicana, que cubre con el manto divino los peores excesos de la autoridad (como la persecución de los protestantes ), tachando de crimen de lesa majestad divina toda revuelta  de los súbditos, ¡Cómo¡Los súbditos habrían de sufrirlo todo pacientemente, so pretexto de que los soberanos sacan de Dios inmediatamente  su autoridad y de que solo Dios tiene derecho a pedirles cuenta de su conducta ¡ Esta doctrina del derecho divino era un verdadero veneno de la política. ¡Era urgente encontrarle un antídoto, un contraveneno.

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