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Antologia Disney


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2012  •  11.220 Palabras (45 Páginas)  •  321 Visitas

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Índice

Cuentos

o Caperucita Roja – Charles Perrault pag.2

o La sirenita - Hans Christian Andersen pag.5

o La Cenicienta – Hermanos Grimm pag. 11

o Peter Pan – Hermanos Grimm pag. 17

o Blanca Nieves – Hermanos Grimm pag. 19

o Pinochio – Carlo Collodi pag. 28

Biografías

Caperucita Roja

Por: Charles Perrault

Érase una vez una niña de pueblo, la más bonita que se haya podido ver nunca. Su madre la quería con locura, y su abuela aún la quería más. Esta buena mujer le había hecho a su nieta una capa roja con capucha, que le sentaba tan bien a la niña, que por todas partes la llamaban Caperucita Roja.

Un día su madre, que había hecho unos pasteles muy ricos, le dijo:

-Ve a ver cómo se encuentra la abuela, pues me han dicho que está algo enferma, y le llevas unos pastelitos y un tarrito de mantequilla.

Caperucita Roja salió enseguida hacia la casa de su abuela, que vivía en otro pueblo. Al atravesar el bosque se encontró con el compadre lobo, que tenía muchas ganas de comérsela, aunque no se atrevió, pues estaban cerca algunos leñadores. Le preguntó que adónde iba, y la pobre niña, que no sabía que es peligroso pararse a hablar con un lobo, le dijo:

-Voy a ver a mi abuelita, y a llevarle estos pastelitos y este tarrito de mantequilla.

-¿Vive muy lejos? – le dijo el lobo.

-Oh, sí –contestó Caperucita-. ¿Ves aquel molino que se ve allá a lo lejos, pues en cuanto lo pases, en la primera casa del pueblo.

-¡Pues mira por donde!-dijo el lobo-. Yo quiero ir a verla también; voy a ir por este camino y tú lo harás por aquel otro; a ver quién llega antes.

El lobo echó a correr con todas sus fuerzas por el camino más corto, mientras que la niña se fue por el camino más largo, entreteniéndose en coger avellanas, corriendo detrás de las mariposas y haciendo ramilletes con las flores que encontraba.

El lobo no tardó mucho tiempo en llegar a la casa de la abuelita. Llamó a la puerta: Toc. Toc.

-¿Quién es?

-Soy tu nieta, Caperucita Roja –dijo el lobo afinando la voz-, y te traigo unos pastelitos y un tarrito de mantequilla que te manda mi madre.

La pobre abuela, que estaba en la cama porque se encontraba algo enferma, le gritó:

-Tira de la aldabilla y se abrirá la puerta.

El lobo tiró de la aldaba y la puerta se abrió. Se abalanzó entonces sobre la buena de la abuelita, devorándola en un santiamén, pues hacia más de tres días que no probaba bocado. Después cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuelita, esperando la llegada de Caperucita.

La niña llegó poco después y llamó a la puerta: Toc, toc.

-¿Quién es? –dijo el lobo.

Caperucita Roja, al oír el vozarrón del lobo, tuvo miedo al principio, pero, creyendo que su abuelita estaba ronca, respondió:

-Soy tu nieta, Caperucita Roja, y te traigo unos pastelitos y un tarrito de mantequilla, que te envía mi mamá.

El lobo le gritó, endulzando un poco la voz:

-Tira de la aldabilla y se abrirá la puerta.

Caperucita Roja tiró de la aldabilla y la puerta se abrió. El lobo, viéndola entrar, le dijo, ocultándose en la cama bajo las mantas:

-Deja los pastelitos y el tarrito de mantequilla encima de la cómoda y ven a acostarte conmigo.

Caperucita Roja se desnudó y fue a meterse en la cama; pero se quedó muy sorprendida al ver cómo era su abuelita en camisa de dormir, y le dijo:

-Abuelita, ¡qué brazos más grandes tienes!

-Son para abrazarte mejor, hija mía.

-Abuelita, ¡qué piernas más grandes tienes!

-Son para correr mejor, niña mía.

-Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

-Son para oírte mejor, mi niña.

-Abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

-Son para verte mejor, niña mía.

-Abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

-¡Son para comerte!

Y diciendo estas palabras, el lobo malvado se arrojó sobre la pequeña Caperucita y se la comió.

La sirenita

Por: Hans Christian Andersen

En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas.

La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar.

La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas.

-¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!

-Todavía eres demasiado joven -respondió la abuela-. Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para subir a la superficie, como a tus hermanas.

La Sirenita soñaba con el mundo

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