Chapala En 1984
Luismario1002 de Diciembre de 2012
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Chapala de 1954
Si con toda propiedad decimos que México es uno de los países más hermosos del mundo, rico en paisajes y bellezas naturales; con no menos verdad decimos también que Chapala es uno de los lugares más hermosos de México y la joya más bella del estado de Jalisco
El paisaje
Viniendo de Guadalajara por su ancha y hermosa carretera después de haber recorrido 39 kilómetros hacia el sur, llega el viajero a Ixtlahuacán de los Membrillos, donde termina el valle en que está asentada Guadalajara; se sube al cerro de Ixtlahuacán y en una de las vueltas de la cumbre se descubre el risueño panorama de Chapala.
Enmarcado en el azul del cielo se ve un cordón interminable de montañas que limitan el cristal de las aguas del Lago. De entre las aguas emergen las dos grandes islas, de Mezcala y de Los Alacranes.
En el fondo del paisaje terrestre, antes de llegar al lago, como punto objetivo más interesante aunque diminuto, se ve a lo lejos el cerrito de Sn. Miguel, y recostado en su falda entre las frondas de los árboles un risueño caserío, del que sobresalen las blancas torres de su parroquia, que tiene un cierto parecido, aunque en pequeño, a las de la Catedral de Guadalajara.
En la ribera del otro lado de la laguna, como a 30 o más kilómetros de distancia, se alcanzan a ver los pueblos de Tizapán, Sn. Luis Soyatlán, etc., y por el lado oriente las mismas montañas se pierden en el agua que hace horizonte.
A la vez, quien va por la carretera que pasa por el lado sur del Lago divisa enfrente, como casitas de juguete, como unos artísticos «nacimientos», los pueblos de Chapala, Ajijic, San Juan Cosalá y la cordillera de altas montañas de cuya falda estos se asientan.
La población
Después de caminar 10 kilómetros de carretera desde Ixtlahuacán y bajar la montaña que le sigue, llega el viajero a la risueña población de Chapala, de unos 5,000 habitantes, recostada en la ribera norte del Lago a una altura de 1,650 metros sobre el nivel del mar, con un clima apacible y delicioso que se disfruta casi igual todo el año; ha sido siempre famosa por sus bellezas naturales, pero sobre todo por su Lago, que lleva su mismo nombre y es el más grande de la República. Mide 80 kilómetros de oriente a poniente por 25 de norte a sur y su profundidad es de 12 metros más o menos, aunque es estos últimos años se le ha reducido notablemente.
La carretera, al llegar al puente que está en la orilla de Chapala se divide en dos anchas avenidas por medio de un camellón con arbolado, y continúa así hasta llegar a la Laguna. Ahí hay una glorieta, de la que sigue en línea recta el muelle, que se adentra en el vaso de la Laguna.
Limitando al pueblo corre un ancho malecón de oriente a poniente, y al lado derecho de la carretera está la playa de arena fina en donde atracan las lanchas y que sirve de balneario, cuando la Laguna está en su nivel normal. (1).
Al lado izquierdo hay un amplio paseo con pasto y árboles de sombra (aunque pequeños por ahora) limitado por una barda de cal y canto que sirve de límite a la Laguna y que se extiende, con su respectivo terraplén, hasta la antigua estación del ferrocarril.
Una cuadra antes de terminar la carretera tiene esta una ramificación hacia la derecha: es la excelente carretera que va de Jocotepec (26 kilómetros) para entroncar ahí con la que va de Guadalajara a México.
Ceñido por el ángulo recto que forman estas dos carreteras queda el hermoso cerrito de San Miguel (de unos cien metros de altura, cubierto de arbustos y con una cruz en lo alto).
Fuera del dicho ángulo y en su derredor queda la población de Chapala.
En la avenida principal y al pie del cerrito indicado queda la Presidencia Municipal, enfrente están la plaza de armas y el mercado.
En la cuadra siguiente queda el templo Parroquial, que antes fue, con su convento franciscano, el último edificio, para seguir luego la Laguna. En la cerca de enfrente están los grandes hoteles.
Su población
Formando una escuadra que abraza el cerro, su forman dos barrios, el de El Ixtle o de Lourdes, que se extiende hacia el poniente por la orilla del Lago, y el Barrio Nuevo o de El Carmen, que es más populoso y va hacia el norte; los dos tienen sus propias capillas dedicadas a la Santísima Virgen en las devociones antes dichas. Todavía en la falda misa del cerro de San Miguel hay otro pequeño barrio que es conocido con el nombre de Barrio Alto, todo él poblado de casas de familias pobres pero que gozan del mejor clima y los paisajes más hermosos.
Cuenta la población con un baño de aguas termales, sulfurosas y radioactivas, muy benéficas y saludables.
Las casas de verano de personas acomodadas, y que están casi todas a la orilla de la Laguna, son grandes, bien amuebladas y con deliciosos jardines; las casas de los naturales son casi todas humildes, por lo general limpias y alegres.
La población en general vive del turismo, tanto los dueños de hoteles (que los hay muy buenos) como los comerciantes de distintas clases, los marineros, músicos, empleados y sirvientes, etc., casi sólo quedan fuera de este marco los empleados de oficinas públicas y los agricultores, miembros de la Comunidad Agraria, que son pocos y por lo general pobres. No hay industria ninguna. El nivel cultural era sumamente bajo, pero últimamente (de diez años acá) se ha elevado bastante, al grado de ser raro ya un joven o niño analfabeta, y algunos ya tienden a cultura superior. El nivel moral, relativamente a la región, es muy bueno, el carácter de las personas es pacífico, amable y religioso.
PRIMEROS POBLADORES
El origen de los indios pobladores de Chapala es el que ya conocemos, de todos los indios que habitan el territorio mexicano, a saber: hombres que llegaron del Asia pasando a este continente por algún lugar del norte (por la Atlántida no es posible, pues esta, según los últimos estudios, se afirma que fue anterior al hombre). Otros quizá pasaron del África al Brasil que los separa una distancia corta. Parece que eran de la raza descendiente de Cam, entre quienes fue mayor la degeneración y a la confusión de idiomas. (1 b).
La tradición dice que en el siglo noveno vinieron del Norte, de un lugar llamado Aztlán, siguiendo unos la costa occidental hasta la región de Colima, que luego de ahí entraron a la Mesa Central, pasando por estos lugares y continuando hasta Texcoco, dejando en el trayecto algunas familias; formando así la raza tolteca.
Después, como en el siglo doce, vinieron otros del mismo rumbo, que hablaban idioma parecido al de los anteriores, el azteca o nahuatlaca, pasando por Zacatecas, Nochistlán, etc., hasta poblar en medio del Lago de Texcoco lo que se llamó la Gran Tenochtitlán.
A las tribus que se quedaron en el camino les llamaron rústicos mexicanos, tochos o cazcanes.
Las familias que vinieron primero eran tratables, de buenas costumbres, guardaban la ley natural y no adoraban ídolos o cuando menos no ofrecían sacrificios humanos. (Cfr. Mota Padilla Cap. 1o). Los que vinieron después sí eran idólatras, muy guerreros y ofrecían sacrificios humanos.
Además de estas hubo otras inmigraciones y derivaciones de las mismas y cada una tenía su propio dialecto distinto aunque parecido: así dentro de lo que ahora es el estado de Jalisco se hablaban las lenguas azteca o mexicana, cazcana, coca, tecuexe, cora, tecualme, nayarita, etc.
¿Que cómo se pudo saber esto, atento a que los naturales de esta tierra no tenían letras para escribir su historia?
Además de las tradiciones que el P. Tello recogió de los indios primitivos que es lo que aquí hemos expuesto, podemos citar lo siguientes:
Dice D. Henrico Martínez, en su obra llamada Repertorio de los tiempos e Historia Natural de Nueva España, que él mismo escribió e imprimió el año 1606, (en la página 122) lo siguiente: «Usaban los mexicanos de unas ruedas pintadas que les servían de calendarios, hechas con tal artificio y concierto, que no sólo les servían para contar sus fiestas y tiempo del año; más también de libros, porque en ellos asentaban cualquiera cosa que sucedía con tal claridad que en muchos siglos después se podía ver casi como escrita en un libro.
«Servía, pues, una rueda de éstas por espacio de 52 años, que era un siglo, el cual acabado guardaban aquella rueda con lo que en ella escrito, y hacían otra nueva por otros 52 años. Repartían el año en 18 meses y a cada mes daban 20 días, y los cinco días que faltaban para los 365 eran de fiesta.
«Tenían esto puesto con tal concierto, que cada año, mes y día tenían su figura propia, de conejo, caña, castillo y otras figuras semejantes, por donde era conocido, no porque usasen de tantas figuras diferentes como días hay en el año, porque las figuras principales no eran más de cuatro que servían para los años y otras 18 para los meses, pero acomodábanlas a todo y entendíase la diferencia por medio de un número de manchas o puntos que cada figura junto a sí tenía. Podían pues, por medio de estas ruedas tener noticia de la sustancia de lo acaecido en cualquier tiempo, porque queriendo saber algún suceso pasado, buscaban la rueda del siglo en que había sucedido y en ella hallaban el año, mes y día y la sustancia del suceso, como decir: entre tal y tal rey se dio batalla, murieron tantos, quedó vencedor fulano, hízose con los vencidos o con los vencedores de esta o esta manera, y otras cosas semejantes, que es harta declaración. Algunas cosas estaban pintadas con figuras al modo que habían sucedido, y otras estaban con cifras, de modo que todo se entendía. Yo
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