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El cantaor Diego el Cigala


Enviado por   •  6 de Junio de 2013  •  Ensayos  •  4.419 Palabras (18 Páginas)  •  291 Visitas

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Qué mejor lugar que una casa en la calle Corrientes para el ensayo de un grupo de tangueros. Casualidad o no tanta, en el 938 de Corrientes, en Olivos, el cantaor Diego el Cigala y sus músicos españoles y argentinos preparaban la gira que empezó en Córdoba y que luego, una semana y un par de conciertos después, terminó en una ya histórica grabación en vivo en el teatro Gran Rex de Buenos Aires. Esta Corrientes de Olivos nunca podría ser una meca del tango como su célebre homónima; sin embargo, entre las hojas de sus árboles, la llovizna oportunísima y el piso cubierto de ramas creció la melodía de un arrabal imaginario y real a la vez, que de tan inesperado y bonito abolió todo tipo de fronteras -geográficas, musicales, generacionales- a fuerza de belleza, embrujo y pasión.

Hasta hace unas semanas, el inconfundible aleteo de una voz flamenca se escuchaba cada tarde desde afuera de esa casa. Un lunes, el día siguiente a un tormentón que arrojó minimeteoritos de granizo, la luz de la tarde empañada en la garúa abría paso a esa mansión antigua, profunda, teatral. En uno de los cuartos de la izquierda, entre las cortinas de terciopelo rojo, el Cigala cantaba los últimos versos de "Alfonsina y el mar" acompañado por Jaime Calabuch, "Jumitus", al piano, Diego "El Morao" en la guitarra, el contrabajista cubano Yelsy Heredia, Sabú Suárez en el cajón, y el bandoneonista Néstor Marconi y sus músicos argentinos. Diego sonreía y saludaba mientras cantaba, miraba a los ojos de todos y cada uno de quienes lo rodeaban y de vez en cuando parecía que su atención era directa, auténtica y volátil como la de un niño. Esto último lo sospeché entonces, pero recién lo entendí mucho después. Durante diez días estuve a su lado en los ensayos y conciertos, compartimos las lentejas de una cena casera en Olivos, lo vi perder 1-5 en el FIFA World Player ("Esto no puede ser, tío, ¡cinco goles sólo me hace mi niño!"), nos encerramos juntos en el camerino de Andrés Calamaro apenas terminado el show de Córdoba, lo escuché bromear mientras veía las imágenes del video clip que grabó en la confitería Ideal ("Y ahora, ¡que me llamen los Coen!") y me pregunté, con él, si su osadía de unir el tango y el flamenco no es una de las aventuras más hermosas de nuestra música popular. "De lo que se trata es de respetar las melodías y aportarle el toque Cigala. Para tanguear están los maestros Goyeneche, Julio Sosa, tantos grandes. Yo sólo quiero sumarle el sentimiento flamenco, como en su momento hice con Lágrimas negras . Para mí, es como si hubiera hecho esto mismo toda mi vida", me dijo, para contestar a esa pregunta, pero la respuesta definitiva la obtendría la pasada noche del jueves 29, sobre el escenario del Gran Rex. Y con el tiempo, lo que yo entendí es que el Cigala sólo es feliz si se divierte, para divertirse tiene que estar en familia y, como él mismo contaría más tarde, el tango vibra en la sangre gitana de su dinastía familiar.

"¿No estamos muy rápidos?", preguntó Marconi mientras terminaban "Alfonsina...", y el eco de esa duda decía que, a dos días de la presentación en Córdoba, aún había mucho trabajo por hacer. Como ocurre con las historias mágicas de veras, el origen de este encuentro es incierto y fantasmal. Quizás todo comenzó la tarde en que César Luis Menotti le dijo a su amigo el Cigala que buscara a otro amigo suyo, Néstor Marconi, para encargarle los arreglos de los tangos que Diego quería cantar en versión flamenca. A lo mejor nació entre los CD de Aníbal Troilo, Edmundo Rivero y el "polaco" Goyeneche que los amigos argentinos de Diego le regalaban en Madrid y en Buenos Aires. O tal vez empezó cuando el cantaor decidió, para el legendario Lágrimas negras (2003), atreverse con "Nieblas del Riachuelo", tangazo continuado en el aire arrabalero de "Caruso", del exquisito Dos lágrimas (2008), con Richard Galliano al bandoneón. Según el propio Cigala, en cambio, para entender este proyecto hay que remontarse varias décadas atrás, cuando en la carrera de su padre, cantaor también, irrumpió un jugoso contrato que incluía varias presentaciones en la Argentina. "De regreso, él cantaba tangos en la casa, y a mí me tocó crecer con esas canciones -me explicó Diego-; pero yo era un chaval y por esa época veía cantar a mi tío, Rafael Farina, todo vestido de blanco, con sombrero, ese porte tan suyo y una voz que era un metal... cuando llegó el día de Reyes, yo pedí ser como él y poder cantar las canciones de mi padre". Los Reyes Magos, que según dicen no existen, le cumplieron ambos deseos, y así fue como un lunes de abril el Cigala se encontró en pleno ensayo porteño de "Sus ojos se cerraron", "Las cuarenta", "Tomo y obligo" y "Nostalgias", entre otros clásicos. "Yo no sabía quién era, lo conocí antes de ayer y nunca había escuchado su música -admitió Marconi, en un descanso-, y ahora eso me parece mejor, porque lo importante es conocerlo mientras compartimos todo esto. Lo primero que descubrí es que su voz es impresionante, llega a notas increíbles, y así es más fácil acompañarlo. Y me gustó mucho que él no pretenda cantar el tango como un tanguero; lo interpreta a su manera, con su estilo, y está muy bien que sea así."

-¿Se pueden unir dos géneros en apariencia tan distantes como el tango y el flamenco?

-Y, al principio a mí este proyecto me pareció un poco loco, pero en el fondo cualquier música se puede fusionar. No es una cuestión de este género sí y este género no. Depende de los músicos, de la actitud que tengan y la versatilidad que muestren a la hora de tocar.

Por lo que se veía en la casa de Olivos, esa unión también depende del carácter, el talante y la sencillez desprejuiciada que permite aprender de unos y de otros. Algo de puente tiene este Cigala, que antes unió el bolero y el flamenco y ahora se atreve hasta con tangos que cantaba Gardel. ¿Pero qué hay que tener para ser un puente? ¿Por qué los acordes de este ensayo fueron de un lado al otro del océano y decidieron instalarse en algún lugar del corazón? Vestido con ropa de gimnasia negra y cigarrillo en mano, el único detalle argentino que Diego traía en su indumentaria eran unas sandalias de River. "¡Hostia!, pero si yo soy de Boca", dijo, asustado, cuando se le recordó la identidad patriótica que delataban sus pies. Y se reía, preguntaba de dónde salieron esas sandalias y si realmente el escudo con esa banda roja correspondía al archienemigo. La risa, la curiosidad, el cariño, ¿será que con esos materiales están hechos los puentes? Sin quererlo, Marconi iluminó la cuestión.

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