Elaborar las categorías necesarias para la comprensión de los procesos culturales en Argentina y América latina
Julieta AriasMonografía8 de Abril de 2018
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UNIDAD 1: INTERROGANTES SOBRE ARGENTINA
BOLILLA 1: CULTURA E IDENTIDAD: LA PROBLEMÁTICA EN ARGENTINA
Elaborar las categorías necesarias para la comprensión de los procesos culturales en Argentina y América latina
Reconocer el carácter distintivo de América Latina en cuanto contexto geocultural, generador de una identidad particular, la que se expresa y manifiesta en formas alternativas a la homogeneidad del racionalismo occidental –primero- y a la globalidad del imperio hoy.
Identificar el proceso cultural argentino en el dinamismo y la particularidad propios de su desarrollo.
Los tiempos: La Modernidad. Los espacios. Latinoamérica.
PÉREZ SOLER, EDUARDO– CENTRO Y PERIFERIA
Arte Europeo: Los artistas tienen una fascinación por las culturas no occidentales. Hacia finales del siglo XIX y principios del XX las relaciones entre la modernidad artística de América Latina y el vanguardismo europeo se estrechan gracias a la fascinación de los artistas occidentales por culturas diferentes a la propia.
En el fondo, esta atracción por todo aquello que era distinto a la cultura occidental era consecuencia de un cierto desencanto respecto a la propia tradición. Las formas artísticas de África, Oceanía y de los diversos grupos de aborígenes de América, eran a los ojos de muchos creadores europeos el producto de unas culturas en las que primaba la espontaneidad y en la que los individuos vivían en armonía con sus semejantes y con el entorno natural que les rodeaba. Las obras de arte no europeo aparecen así como los vestigios de unas culturas que eran ajenas a la moralidad estricta y al utilitarismo de las sociedades occidentales. Así, pues la supuesta inocencia y naturalidad, como un modelo que se oponía al mundo occidental, caracterizado como alienante.
Sin embargo, hay que decir que la creencia en la bondad de las sociedades no occidentales no era otra cosa que la actualización del mito del buen salvaje, tan popular siglo XVIII, según el cual los hombres primitivos estaban orientados esencialmente hacia el bien, en la medida en que aún no estaban corrompidos por los principios de la sociedad moderna, fundada en la desigualdad, la explotación y la hipocresía.
Lo que pretendían los artistas modernos cuando se apropiaban del vocabulario formal de los productos de las culturas distintas a las suyas era imbuirse de los atributos asociados a ellas.
Las llamadas culturas salvajes o primitivas formaban un territorio mítico, depositario de una pureza primordial que el hombre occidental había perdido. La utilización de sus elementos artísticos era entonces una vía para recuperar alguna manera esa pureza originaria, que implicaba la posibilidad de ser nuevamente ingenuos y naturales.
Muchos artistas modernos se valieron del arte exótico para cuestionar la cultura propia. Se trataba de ofrecer modelos culturales distintos al de la civilización occidental, que había entrado en crisis. Lo qué se pretendía era proponer la multiplicidad ahí donde imperaba la univocidad. Por esta razón, resulta chocante constatar que la mayoría de los movimientos de vanguardia promovieron el universalismo que tendió a ignorar la diferencia. Esta idea parece contradictoria, pero está en la verdadera esencia del pensamiento vanguardista.
El arte de vanguardia aparece como un movimiento de ruptura total. De hecho el blanco de los ataques de los creadores vanguardistas fue dirigido a toda la tradición Ilustración del pensamiento burgués que tuvo su origen en el siglo XVIII y que otorgó plena confianza a las capacidades de una racionalidad humana universal para otorgar sentido al mundo real.
El pensamiento de raíz ilustrada concibió a la historia como un tiempo único; eliminó la posibilidad de existencia de una diversidad de historias y afirmo la vigencia de una sola: la de sujeto racional y autónomo. La Vanguardia, entonces dirigió sus ataques al pensamiento racional.
Tanto el romanticismo como el vanguardismo “son rebeliones contra la razón, sus construcciones, sus pasiones y sus valores; en ambos el cuerpo, sus pasiones y sus visones ocupan un lugar cardinal; ambos son tentativas por destruir una realidad visible, para encontrar o inventar otra mágica, sobrenatural, superreal”. Los creadores vanguardistas como habían hecho (anteriormente los románticos) pretendieron subvertir las normas y valores de una cultura cada vez mas racionalizada.
Y entre otras cosas recelaron de la idea de un tiempo lineal y único que se había instaurado en el pensamiento europeo. De ahí muchos artistas europeos hayan recurrido a menudo a motivos del arte de otras culturas para llevar a cabo sus propuestas.
Desafortunadamente todos los intentos vanguardistas de relativizar un tiempo único y progresivo propio del pensamiento moderno de Occidente fueron puramente superficiales. Ellos mismos al final tendieron a percibir los cambios históricos como si estuvieran inscritos en una temporalidad única. Detrás de las pretensiones de muchos creadores modernos de hacer el arte un instrumento de emancipación de todo el género humano resuenan los ecos de un pensamiento totalitarista.
La utilización del arte no europeo aparece entonces más como un acto de dominio sobre las culturas excéntricas que como el resultado de un esfuerzo sincero por oponer los valores de estas al pensamiento hegemónico de Occidente. Lo único que lograron estos artistas al presentar esos productos, fuera de su contexto original fue despojarlos por completo de su valor simbólico primitivo. Lo que en principio podía parecer un intento por poner en cuestión la idea de un tiempo histórico único y una apelación a la diferencia significo a fin de cuentas, una depredación de lo que era distinto y su incorporación forzada al gran relato de la modernidad.
El arte latinoamericano y sus paradojas
Lo primero que hay que reconocer si se quiere elaborar un análisis de lo que conocemos como arte latinoamericano es el hecho de que ha estado en una estrecha relación de dependencia respecto del arte europeo desde la conquista de América.
Aun a comienzos del siglo XX las academias latinoamericanas se ocupan de adaptar los modelos artísticos que llegaban de forma periódica de Europa. Estas academias por lo tanto adquirieron el carácter de centros de recepción de los distintos centros experimentados y consagrados en Europa.
Una revisión superficial de los trabajos de un buen número de creadores latinoamericanos podría hacernos creer que durante el siglo XX se comenzó a forjar una tradición artística bien diferenciada de la que se cultivaba en Europa y cuyas raíces estaba en perfecta sintonía con las distintas identidades locales.
Es cierto que muchas corrientes artísticas modernas de América Latina promovieron una recuperación de los valores locales. Por ejemplo: el muralismo mexicano.
No obstante sería erróneo pensar que el interés de pintores y escultores modernos de Latinoamérica por los valores y formas artísticas locales nació espontáneamente o que fue el resultado de un proceso de introspección propio. Sucedió, en realidad que el interés por el arte no occidental propio de la tradición moderna europea se allanó el camino para que los artistas latinoamericanos pudiesen centrar su atención en las formas artísticas del continente (imitación). En resumen, el arte de América pudo contemplarse a sí mismo por que otros ojos lo habían comenzado a descubrir anteriormente.
Desde este punto de vista el arte moderno de Latinoamérica aparece como una rama singular y algo marginal del arte moderno occidental y en cierto sentido como su consecuencia.
Los artistas latinoamericanos dieron continuidad a las concepciones del arte europeo, como lenguaje específico y autosuficiente, basado en una contemplación estética desinteresada. El arte moderno latinoamericano compartió con el arte europeo que le era contemporáneo las mismas estrategias de legitimación institucional y lo mismos sistemas de categorías. Esto explica el hecho de que en Latinoamérica se hayan conservado de forma tajante las distinciones entre el llamado arte oculto y las artes aplicadas, las artesanías y las artes populares. Ya se ha señalado que los artistas latinoamericanos modernos recuperaron las formas de la cultura tradicional y popular de sus países de origen. Tanto las representaciones de carácter indigenista como las formas del arte tradicional se volvieron un lugar común en las obras de muchos creadores de nuestro continente durante el siglo XX. Pero los trabajos de los creadores vinculados al saber y ala culturas tradicionales o las obras de artistas indígenas rara vez han adquirido verdadero estatus de culto, sino que fueron agrupados bajo la denominación de “arte popular”.
Es cierto que la historia de arte ha solido escribirse desde planteamientos eurocéntricos y que, por este motivo, el arte latinoamericano ocupa un lugar periférico en ella. Pero también es verdad que en Latinoamérica se han aceptado tácitamente las reglas que han dado a ese estado de cosas.
Identidades difusas
La identidad es algo que se construye y reconstruye en los intercambios sociales. Es una relación con el otro. De allí la coincidencia de identificación y diferenciación entre la auto identidad (propia) y la heteroidentidad (la de los otros). Por eso podemos definirla como situacional y relacional. Una construcción de los agentes sociales en un marco determinado, en una situación particular. De esto deriva su fluctuabilidad. Por la complejidad de lo social que define su carácter multidimensional y dinámico.
Los artistas
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