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CRISIS ECONOMICA MUNDIAL

mimimp2212 de Mayo de 2014

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Después de la crisis:

orígenes, causas y perspectivas actuales

Prof. Dr. Carlos Hoevel

Pontificia Universidad Católica Argentina

1. Orígenes inmediatos

Como se sabe el origen inmediato de la última gran crisis financiera fue la llamada “burbuja” de las hipotecas subprime en los EE.UU. Durante los años anteriores a la crisis, miles de millones de dólares habían sido destinados a créditos para viviendas más allá de la capacidad de muchos norteamericanos para devolverlos. Estos préstamos de altísimo riesgo fueron después reempaquetados y de algún modo ocultados mediante sofisticados instrumentos financieros en forma de valores respaldados por activos, apalancados y vendidos en todas partes del mundo. Todo esto se dio, por otra parte, en el contexto de una política monetaria con muy bajas tasas de interés, y el patrocinio por parte del gobierno de instituciones como Fannie Mae y Freddie Mac. Pero el aumento sorpresivo de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal y la incapacidad de los deudores para pagar sus créditos provocaron la caída de los precios de las viviendas. Como consecuencia, no sólo cayeron los valores de los activos financieros que ocultaban las subprime sino también los bancos comenzaron a tener graves problemas de liquidez, y el valor de las acciones de los mismos bancos también cayó. Finalmente, como consecuencia de la propagación de la desconfianza, el sistema de créditos se bloqueó, incluidos los préstamos interbancarios. Sólo a partir de los rescates masivos encarados por los gobiernos fue posible, después de largos meses de incertidumbre, detener la caída y restablecer un frágil clima de confianza. Por lo demás, las consecuencias en la economía real han sido realmente muy importantes, especialmente por el inicio de una profunda recesión especialmente en Europa y Estados Unidos, con una enorme pérdida de empleos y problemas en el financiamiento de los Estados que todavía no vemos claramente cuándo terminará.

La mayoría de los analistas coinciden en que, si bien la crisis de hipotecas subprime ha sido importante, su volumen no explica de ningún modo la crisis financiera de tamaña dimensión que se sucedió luego de ella. En una palabra, las subprime han sido solamente el disparador de una enfermedad que el sistema financiero global ya venía incubando dentro de sí mismo que lo tornaba extremadamente frágil e inestable. De este modo, la única manera de evitar la repetición de este fenómeno es a través de la investigación profunda de las causas estructurales de la crisis que existían en el sistema. El objetivo de este artículo es precisamente el de explorar dichas causas en el nivel económico, institucional, epistemológico y ético-cultural. Por otro lado, intentaré también presentar algunas propuestas que, a partir del análisis de la crisis, abran perspectivas hacia el futuro.

2. Causas estructurales

Desregulación, liberalización y financierización de la economía

Según analistas tan famosos como Josef Stiglitz o Francis Fukuyama, una de las causas estructurales de la crisis ha sido el paradigma de la liberalización y desregulación de las actividades financieras, entendido no ya como una medida prudencial para determinadas situaciones y tiempos, sino como dogma absoluto válido en toda circunstancia y lugar. “Las autoridades no deberían interferir con las abejas polinizadoras de Wall Street” sostenía Alan Greenspan ex-presidente de la Reserva Federal de los EE.UU en su biografía. Según esta postura, las crisis financieras se producen siempre por un desequilibrio entre la oferta y la demanda producto del intervencionismo estatal (política monetaria discrecional, exceso de regulaciones) que es la que termina creando las burbujas. La única forma de prevenirlas consistía, por tanto, siempre en más liberalización y desregulación que permitiría la autorregulación automática o espontánea de los mercados.

La consecuencia de esta filosofía económica en el campo financiero fue el desmantelamiento de una serie de regulaciones establecidas especialmente después de la crisis del treinta. La más importante, como sabemos, fue la abolición en 1999 de la separación entre la banca tradicional y la banca de inversión establecida por la Glass-Steagall Act en 1933 con el fin de proteger los ahorros de las personas de ser invertidos en activos de alto riesgo. Con esta medida –realizada por otra parte con la anuencia tanto de republicanos como de demócratas con el auspicio de la industria financiera y la vista gorda de la agencia SEC (Securities and Exchange Comission) comisionada por el Congreso norteamericano para vigilar - los bancos de depósito tradicionales fueron integrados a los bancos de inversión que vendían todo tipo de productos nuevos y sofisticados y, por cierto, nada transparentes.

Otra medida desregulatoria clave fue precisamente la autorización de la proliferación de la llamada “finanza creativa”. Especialmente a partir de los años 90 se desarrolló fuertemente el proceso de securitización por el cual proliferaron instrumentos financieros sofisticados denominados derivados como los CDO (Collaterized Debt Obligations) o CDS (Credit Default Swap) que nacieron originalmente como modo de financiar a quienes no tuvieran fácil acceso al crédito, pero terminaron siendo la fuente para una gigantesca y altamente riesgosa actividad especulativa. De representar 100.000 millones de dólares en 2001 los derivados pasaron a más de 600.000 millones a fines del 2007. En términos relativos los que más crecieron fueron los CDS (Credit default swap) que pasaron en el mismo período de 750 millones de dólares a cerca de 59.000 millones de dólares.

A lo ya señalado hay que sumarle la posibilidad dada a los bancos de inversión de comprar títulos no usando el capital del banco, sino simplemente endeudándose a brevísimo término. Cuando las cosas iban bien, una ganancia de 100 dólares sobre un capital invertido de 1 dólar produjo un rendimiento extraordinario. Pero cuando las cosas en el mercado inmobiliario comenzaron a andar mal, los bancos de inversión no tuvieron el suficiente capital para soportar las pérdidas ya que no podían tomar a préstamo liquidez del banco central. Lo mismo ocurrió con otras compañías de aseguración como Fannie Mae y Freddie Mac. Si bien los mutuos subprime representaban sólo un 10% de los mutuos inmobiliarios en los Estados Unidos, éstos fueron comprados por numerosos bancos por medio de un endeudamiento superior a su capital.

Por otra parte, la liberalización del sistema financiero se vio también en la delegación de la regulación a agencias calificadoras que otorgaron irresponsablemente la triple A a actividades financieras de enorme riesgo. Pero, ¿podía esperarse otra cosa de un sistema de control en que el controlador recibe su pago por controlar de aquel que es controlado? Más aún, muchas de las actividades financieras sofisticadas ni siquiera tuvieron el control de las agencias calificadoras por lo cual constituyeron un verdadero agujero negro del sistema financiero. Algo que devela el exagerado optimismo en la desregulación que reinó en esos años fue la confesión del propio Alan Greenspan después de la crisis cuando declaró ante el Congreso norteamericano que “aquellos que hemos confiado en el interés propio de las instituciones prestamistas para proteger el capital de los accionistas –me incluyo– estamos en un estado de incredulidad atónita”.

Por lo demás, este proceso de desregulación y liberalización de las finanzas que llevó a la crisis en los Estados Unidos no fue un hecho aislado sino que formó parte de un proceso de liberalización y globalización mucho más amplio de toda la economía mundial, iniciado en tiempos de Reagan y Thatcher, que llevó a un tipo de capitalismo financiero cada vez más centrado sobre sí mismo, desterritorializado y cuyo volumen de transacciones en el mundo superaba ampliamente las realizadas en la economía real. Si bien hay que reconocer que esta liberalización de los capitales financieros posibilitó un importante aumento de la productividad, una serie de booms innovadores y un aumento prodigioso y continuo de la riqueza durante más de dos décadas, también es cierto que la exagerada libertad dada a los capitales y agentes en busca de ganancias generó una economía financiera sobredimensionada, con cada vez menor relación con el mundo del trabajo y de la producción y cuya lógica especulativa provocó una sucesión de falsos procesos de crecimiento o “burbujas” como las de las punto com., la de los países emergentes, y finalmente ésta última de las hipotecas, todas con terribles consecuencias económicas y sociales.

Especialmente durante la década del noventa muchas voces se alzaron para mostrar con gran dramatismo los graves riesgos económicos, sociales y éticos que planteaba este tipo de economía. En obras como “Falso amanecer” de John Gray, “Turbocapitalismo” de Edward Luttwak y también en una larga serie de mensajes y documentos papales sobre el tema, se advertía que una liberalización indiscriminada de las finanzas en particular y de la economía en general implicaba un tipo de capitalismo extremo, fuertemente erosivo del tejido social, éticamente cuestionable y sin posibilidades de ser sostenible en el tiempo. Sin embargo, la euforia “mercadista” no se detuvo y sus profetas anunciaban una prosperidad indefinida en el tiempo.

La ideología del

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