EL BANCO CENTRAL DEL ECUADOR Y LA POLÍTICA MONETARIA EN UNA ECONOMÍA DOLARIZADA
JANETH LOORTarea6 de Febrero de 2022
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EL BANCO CENTRAL DEL ECUADOR Y LA POLÍTICA MONETARIA EN UNA ECONOMÍA DOLARIZADA
La literatura académica sobre la dolarización en general y de forma particular la que trata el caso del Ecuador, propone muchas veces extensiones a los conceptos convencionales de la teoría monetaria sin considerar elementos presentes en la dinámica monetaria y financiera de la economía ecuatoriana. Al pasarse por alto estos elementos, los análisis y conclusiones a las que llegan estos estudios distan mucho de la realidad y es en ese contexto que la adopción del dólar como moneda de curso legal aparece como una renuncia total a la posibilidad de realizar política monetaria, lo cual casi que anularía el papel de un banco central. Pero la realidad demuestra lo contrario y no solo que existe un espacio para la política monetaria, sino que ésta es indispensable precisamente para contrarrestar los efectos exógenos de la propia dolarización y para atender las necesidades del crecimiento y desarrollo económico. En este contexto, el papel del Banco Central del Ecuador es fundamental para la implementación de esa política monetaria con sus características particulares, evidentemente, y fundamentada en la RECIRCULACIÓN DE LA LIQUIDEZ PARA ORIENTAR RECURSOS HACIA EL FINANCIAMIENTO PRODUCTIVO.
I.- INTRODUCCIÓN:
La naturaleza y dinámica del dinero en la economía ecuatoriana, así como su análisis, revisten consideraciones particulares con la adopción del dólar de los Estados Unidos de América como moneda de curso legal, o dolarización, desde el año 2000. Por ello, los elementos teóricos y conceptuales convencionales en los ámbitos monetario y financiero requieren de su adaptación e interpretación a la realidad de una economía que no cuenta con una moneda de emisión propia.
Esta situación va más allá de los marcos teóricos y conceptuales convencionales generalmente utilizados para comprender la dinámica monetaria y financiera de economía con moneda propia. A esto se suma el aporte de las definiciones, institucionalidad y reformulación teórica surgidas a partir del tratado de Bretton Woods (1944) que configuraron el sistema monetario internacional luego de la segunda guerra mundial, y cuyas características fundamentales han sobrevivido al paso del tiempo y a grandes transformaciones en lo monetario y financiero, aun cuando las dinámicas actuales distan mucho de las condiciones imperantes en el siglo pasado.
Estas limitaciones en la comprensión de lo monetario y financiero, derivadas de una teoría distante de la realidad, en gran medida por la necesidad de legitimar prácticas y conceptos que favorecían a intereses particulares, aportaron a configurar las condiciones en las que se desató la crisis financiera internacional de 2008. Esta situación, por tanto, exige del desarrollo de nuevas visiones con mayor amplitud y apertura que, rompiendo en ocasiones con los paradigmas dominantes, permitan no solo la comprensión cabal del desempeño monetario y financiero de las economías modernas y en particular, de casos como la dolarización en el Ecuador, sino la posibilidad de generar e implementar herramientas y políticas que propendan, desde el manejo de estos espacios, a la consecución de los objetivos económicos y sociales planteados.
II.- UNA VISIÓN TEÓRICA Y CONCEPTUAL DE LA DOLARIZACIÓN:
La dolarización, desde su conceptualización más básica, entendida como la adopción por una economía de una moneda extranjera como propia, apenas puede entenderse desde el concepto de zona monetaria óptima de Mundell aunque, en este caso, tratándose del dólar de los Estados Unidos de América (USA), las cosas pueden resultar muy diferentes. En una aproximación más adecuada en cuanto a esta particularidad existe alguna literatura, principalmente basada en la progresiva “dolarización de pasivos” como llama Calvo a la utilización del dólar como unidad de cuenta y medio de pago para las obligaciones internas y externas, tanto de agentes privados como del Estado, en varios países latinoamericanos.
Si bien, este paso de la economía hacia la denominación de buena parte de sus pasivos en dólares fue un fenómeno evidenciado en el Ecuador desde mucho antes de la dolarización, el que se explica principalmente como una vía para evitar el “impuesto inflacionario” asociado al uso de la moneda local, todavía le faltaba consolidarse en una dolarización “de facto”, con la transformación de los activos a la moneda estadounidense. Esto ocurrió durante la segunda mitad de los años noventa y se profundizó en el marco de la crisis económica que vivió el país desde finales de 1998, alcanzando su peor momento en 1999. La transformación de activos a dólares, principalmente de activos financieros, adquirió gran relevancia con el proceso de liberalización financiera impulsado desde la Ley General de Instituciones del Sistema Financiero de 1994, que dejó completamente abiertas las puertas a la banca para un ejercicio sin controles y con la posibilidad de intermediación en dólares.
Fue precisamente la crisis de 1999 la que completó el escenario que permitió dolarizar “de jure” a la economía con el establecimiento del dólar como moneda de curso legal en el Ecuador, no por que esta fuese la secuencia obligada de los acontecimientos previos, sino, fundamentalmente, por factores políticos gracias a la coincidencia de intereses de los principales grupos de poder en el país.
En este contexto, es importante evaluar las consideraciones técnicas expuestas en torno a la dolarización como una alternativa para economías con problemas monetarios endémicos y caracterizados por altos niveles inflacionarios, desequilibrios financieros internos y externos, bajas tasas de crecimiento, déficit fiscales y alto endeudamiento público interno y externo. En este sentido, es importante destacar que la dolarización no es un fenómeno reciente ni particular al Ecuador y El Salvador, al menos en la región. Precisamente una historia previa de varias experiencias que configuran un primer nivel de reflexión sobre la viabilidad de este esquema monetario y sus verdaderas posibilidades de incidir en los problemas económicos descritos.
El primer caso de una dolarización oficial en América Latina es el de Panamá, cuando con su independencia en 1903 y los acuerdos firmados con los Estados Unidos para la construcción del Canal, establecieron una paridad fija y equivalente entre el balboa y el dólar, en un entorno en el que en el territorio panameño ya existía una gran cantidad de dólares en circulación, precisamente por la presencia estadounidense en la zona. Esta situación derivó en que la emisión local de balboas sea innecesaria y la economía panameña hasta ahora opere con la moneda estadounidense.
En la literatura académica se encuentran diversas menciones al caso panameño como un éxito de la dolarización, en cuanto a que esa economía disfruta de tasas bajas de inflación e intereses, un crecimiento razonable de su PIB en el largo plazo y otras aparentes ventajas económicas derivadas del esquema monetario. Pero asimismo, varios estudios refutan esta posibilidad estableciendo como fundamento de este buen desempeño económico a las características del sistema financiero panameño, completamente internacionalizado y a una economía altamente dependiente de una fuente de ingresos sui-géneris: el Canal, poco sensible a los ciclos económicos, condiciones medioambientales y otros factores que inciden negativamente en economías agroexportadoras o industriales.
Curiosamente, Cuba constituye otro ejemplo de dolarización en el pasado. La Ley Monetaria de 1914 permitió la co-circulación del dólar estadounidense junto al peso cubano. En la década de 1920 se discutió seriamente la posibilidad de instalar en la Habana una sucursal del Banco de la Reserva Federal de Atlanta, en vista de que Cuba no tenía un banco central. De esta manera, fue una oficina de la FED en Cuba la que proveyó de circulante en ese país hasta 1938, para 1947 la mitad de la oferta monetaria en ese país, tanto en efectivo como en depósitos, era dólares.
Por su parte México fue, por unos años, un ejemplo de dolarización no oficial, o “de facto”. Luego de un breve período de estabilidad monetaria, cuando desde 1905 se adoptó el patrón oro desde un esquema previo basado en la plata, para 1913, en el marco de la Revolución Mexicana, varios grupos de insurgentes emitían su propia moneda, con lo que hasta veinte monedas diferentes circularon en esa época. Durante varios años, hasta mediados de la década de 1920, este caos monetario impulsó el uso y aceptación generalizada del dólar de los Estados Unidos, principalmente en moneda de plata. Para 1933, casi un tercio de los depósitos en México estaban denominados en dólares, reduciéndose notablemente en los años siguientes en paralelo con los flujos de esa moneda hacia la economía mexicana, pero repuntaron para 1937 y volvieron a caer para 1940, alcanzando un 6%.
Estas tres experiencias sugieren que los procesos de dolarización se desarrollan y se mantienen, principalmente, por la disponibilidad de dólares en las economías que adoptan esta moneda, a lo que se suman situaciones de inestabilidad de los sistemas financieros y el beneplácito de los gobiernos respecto a su uso.
A partir de estos elementos y volviendo a las líneas definidas en el marco de las zonas monetarias óptimas, los procesos de adopción de una moneda común entre varios países (o del dólar de forma unilateral por algunos) tendrían que obedecer, fundamentalmente, a una reducción notable de los costos de transacción en su comercio exterior, lo que es consistente con una tendencia mundial que va desde la lógica de un país-una moneda, a la de varios países-una moneda. Con ello, la dolarización tendría lugar, principalmente, en economías con una fuerte relación comercial con los Estados Unidos y con ciclos económicos co-variantes.
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