Economia Colombiana

LA ECONOMÍA COLOMBIANA EN EL NUEVO MILENIO

La llegada del nuevo siglo trajo, no solo para la nuestra sino para todas las naciones de este planeta tierra, un conglomerado de expectativas y transformaciones que han incidido significativamente en el comportamiento de muchos de sus aspectos, especialmente en los campos culturales, políticos, religiosos, infraestructurales, comerciales, diplomáticos y económicos. Es precisamente este último, y para el caso de Colombia, el que me ocupa en el momento, por ser un renglón con altísima incidencia en la confianza, el progreso y el desarrollo social de nuestro país.

Referirme a la economía nacional en lo que va corrido del siglo XXI me exige automáticamente dirigirme al comportamiento en ese aspecto en los dos últimos periodos presidenciales ya concluidos, más exactamente durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, entre el 2002 y el 2010; eso si, sin dejar de un lado la incidencia de los eventos acaecidos en la segunda mitad del Mandato de Andrés Pastrana y lo que hasta ahora lleva en la Casa de Nariño el actual presidente, Juan Manuel Santos.

Habiendo iniciado la primera década de este siglo con enormes alteraciones en las estructuras poblacionales y una tasa de desempleo por encima del 20%, muestras de los efectos negativos que habían dejado la recesión económica de 1999 y la alta inestabilidad de los convulsionados mercados de capitales internacionales, el sector económico nacional se vio abocado a continuar el afianzamiento y la estabilización del modelo de desarrollo altamente dependiente de las explotaciones de nuestros yacimientos minerales y de hidrocarburos, aumentando la inversión extranjera y los excedentes financieros, sin que esto fuera suficiente para cambiar sustancialmente el mapa de las desigualdades o la tasa de desocupación galopante en ese momento; ni mucho menos que se finiquitara el supuesto regreso al predominio del sector primario de nuestra economía; sector sobre el cual se notaba una gran influencia y control de grupos ilegales (tanto de izquierda como de extrema derecha) al servicio del narcotráfico, lo que naturalmente generaba desconfianza a nivel internacional sobre el manejo de nuestros recursos, impidiendo que se alcanzaran los pronósticos de inversión externa y llegando incluso a desembocar en la llamada fuga de capitales .

Descartando la apertura de nuestra economía (proceso iniciado desde la pasada década) como la gran gestadora del anhelado proceso de crecimiento estable y sostenible, en medio de una enorme polarización, los colombianos presenciamos con asombro y escepticismo el resurgimiento de algunos sectores con la llegada al poder de Álvaro Uribe Vélez y su seguridad democrática en el 2002; quién enfocó la economía hacia el sector primario, logrando desestancar y aumentar en forma deslumbrante la inversión extranjera, resultando favorecidos principalmente los sectores mineros y de hidrocarburos, al igual que sus exportaciones; lo que paralelamente abría un debate sobre la sostenibilidad ambiental de esta actividades y dejaba al descubierto la otra cara de la moneda: la marcada degradación del mercado laboral del país por el auge de actividades de capital intensivo y escasa generación de empleo. Todos estos efectos inversos se sumaron al descenso en el aporte al PIB de otros sectores que resultaron perjudicados, lo que ubicó la competitividad colombiana en un gran distanciamiento en relación con sus pares del continente, mientras que se desmejoraba el bienestar del trabajador colombiano, a la vez que su salario perdía capacidad adquisitiva, con el agravante de haber visto afectados sus intereses con la aprobación de la reforma laboral del 2002, la cual logró apenas reducir y mantener la tasa

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