A los maestros y padres más malos del mundo
torcuatotaso20 de Mayo de 2013
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A LOS PADRES Y MAESTROS MÁS MALOS DEL MUNDO
Yo tuve los padres más malos del mundo, mientras que los otros niños podían desayunar un refresco y unas papas, yo tenía que comer huevos, fruta, pan tostado, jugo y leche.
Parecía que estaba encarcelado, mis padres insistían en saber dónde y con quién estaba.
Mi madre no me permitía ver la televisión o jugar Nintendo, o fútbol, o dormir toda la tarde, me obligaba a hacer la tarea, a leer, a estudiar, o a hacer cosas tan horripilantes como lavar trastes, asear al perro, tender mi cama, etc., parecía que en las noches, los tres, mi padre, mi madre y mi profesor planearan la serie de actividades que me pondrían al día siguiente.
Insistían en que no dijera malas palabras, que saludara, que respetara a mis mayores, que fuera atento, que hablara siempre con la verdad y nada más que la verdad, que fuera cumplido con mis obligaciones escolares, etc.
Para cuando llegué a la adolescencia mi vida se torno aún más miserable, tenía que solicitar permiso con tiempo, además de dar uno y mil detalles de con quién, cuándo, a dónde y cómo sería el evento al que asistiría. Mis amigos no podían llegar a la casa y únicamente pitar en la moto, silbar, gritar, llamarme por mi nombre, pues, ellos, mis amigos, tenían que ser identificados por mis padres.
Mientras esto sucedía yo contemplaba fascinado como los padres de otros niños daban permisos, concesiones y costosos regalos; no les decían una sola palabra que censurara su vida diaria. Raúl tenía apenas 12 años y ya contaba con su propia moto para desplazarse donde él quisiera; Pepe a los 13 años ya manejaba el auto, la moto o el taxi de su padre para ir a comprarle los cigarrillos o el periódico; Juan iba y venía sin avisar, se desaparecía diariamente, y tan solo contaba con 11 años.
Realmente llegué a pensar que todos ellos eran más felices que yo, que podían disponer de su vida sin trabas ni ataduras, que no era necesario llegar a casa a comer, ni avisar si llegaba tarde. La velocidad, el ruido ensordecedor de la moto de Raúl despertaba y aturdía a los vecinos, ¿él era realmente libre y feliz?...
Pero pronto aprendí que eso no era lo mejor, ya que al poco tiempo vi con tristeza que tantos regalos y concesiones no eran más que formas para deshacerse de ellos, ya que sus padres estaban muy ocupados, haciendo dinero, socializando o tan solo divirtiéndose olvidando que tienen hijos a los cuales deben educar, por los cuales se deben responsabilizar para que no irrespeten a los vecinos, ni a los profesores, ni insulten a la gente, ni roben, ni destruyan la propiedad privada, y que deben dedicarse a estudiar; pues, sin estas mejoras, no llegarán a nada positivo.
A veces pienso que si Raúl hubiera tenido unos padres y unos maestros tan malos como los míos, no se hubiera estrellado y matado aquel domingo; Pepe no habría atropellado a aquel niñito, ni hubiera causado esa tremenda catástrofe, y Juan no estaría en la correccional por robo, lesiones personales, calumnias, injurias, y muchos otros delitos, que él creía, no se los cobrarían por ser menor de edad.
EL TENER UNOS PADRES Y UNOS MAESTROS TAN MALOS COMO LOS MÍOS ME HA OBLIGADO A SER UN JOVEN RESPONSABLE CONMIGO MISMO, CON LA FAMILIA Y CON LA SOCIEDAD EN LA QUE VIVO. ME HE CONCIENTIZADO QUE DEBO RESPETAR A OTROS, QUE DEBO ESTUDIAR PARA LLEGAR A SER ALGUIEN, Y SOBRE TODO, NO PUEDO ADELANTARME A LOS HECHOS DE MI EDAD; YA LLEGARÁ EL MOMENTO EN QUE PUEDA MANEJAR MI MOTO, MI CARRO, MI TIEMPO, Y QUE TENGA CRITERIO Y MADUREZ PARA CONDUCIR MI VIDA COMO YO LO CONSIDERE.
¡GRACIAS, PAPÁS; GRACIAS, MAESTROS, POR HABERSE PREOCUPADO POR MÍ, POR ENSEÑARME A VIVIR RESPONSABLEMENTE...!
ÉSTA, LES ASEGURO, ES
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