Niños, padres y maestros, hoy
Carolina ValdezInforme1 de Septiembre de 2021
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Sujeto de la Educación Primaria
2º “I”, “II” y “III” - Año 2015
[pic 1]Número 10 – Año 2007
Niños, padres y maestros, hoy
Juan Vasen*
En las inconsistencias, apoyarse.
Paul Celan
Esta reflexión intenta aportar a un pensamiento sobre las modalidades actuales de criar y educar. Prácticas de crianza, formación y cuidado determinantes y a la vez determinadas desde lo epocal. El "piso" de estas prácticas fundantes de la subjetividad no ha sido el mismo a lo largo de la historia. Y ahora parece que se mueve.
Ayer
En sus albores, la descendencia humana no alcanzó un estatuto que la diferenciara sensiblemente del hecho biológico. El pasaje que la llevaría desde la cría al hijo es inseparable de la configuración de una dimensión adulta cada vez menos accesible. En las hordas primitivas los chicos participaban al unísono con los grandes de tareas y rituales, todos como hijos de dioses y tótems. A medida que los adultos comenzaron a tomar parte del destino en sus manos, inscribieron, ya como padres, a sus crías en la condición universal de hijos.1
El lenguaje constituyó la materia de ese puente entre los adultos y sus cachorros. Una brecha que ya no se llenaba solamente por vía madurativa. El período de indefensión se fue extendiendo a medida que los circuitos instintivos quedaban en falta. La fijeza se debilitaba para dar cabida a una variabilidad de experiencias que requerían para su transmisión soportes ya no genéticos, sino culturales.
Las crecientes posibilidades de que fuera garantizada su subsistencia, hicieron de los niños soportes más consistentes de los anhelos de trascendencia. La inversión educativa, material y simbólica que supone la transmisión, es correlativa de la libidinal. La infancia es hija contradictoria del narcisismo parental y, al unísono, de las determinaciones históricas que lo posibilitan.
El arte medieval anterior al siglo XII era "incapaz de representar un niño salvo como un hombre en menor escala". Es Durero quien realiza el primer estudio de las proporciones corporales del niño. Tampoco las palabras que representaban al niño lo hacían de modo discriminado. "Garçon" era equivalente tanto a niño como a criado. Recién a partir del Renacimiento se hace posible pasar del estatuto de hijo al de niño.2
El siglo XVIII es el punto angular para la formación en Occidente de una "esfera" infantil. Separados trabajo y vivienda, a la infancia se le asignan espacios propios donde permanecer. Surgen los cuartos de los niños y las plazas de juegos, así como una vestimenta particular que diferencia más nítidamente edades y también a las nenas de los varoncitos. Comienza la masificación de los juguetes y el auge de una literatura específicamente infantil.
De la gran casa feudal llegamos este hogar-nido, un remanso de paz, pero también de intrusión. La presión de la socialización comienza a abarcar todas las expresiones vitales del niño y determina así, en última instancia, las reglas de decencia que convienen. Y esto significa determinar, al mismo tiempo, las fronteras del juego. En este sentido el combate contra la masturbación fue un paradigma por los niveles de crueldad que alcanzó. Se convirtió en el punto de arranque para la eliminación de la actitud "indeseable"que entraña, a saber: la autosuficiencia y el placer del juego con el propio cuerpo. Ambas costumbres debían rechazarse por improductivas. La entrega al disfrute del momento entraba en contradicción con la actitud de previsión sistemática, a largo plazo, con que la ascética burguesa en ascenso quería derrotar a la decadente moral de la aristocracia.
Pero, una vez consolidada como clase, el objetivo predominante de la burguesía pasó a ser la estimulación de la "industriosidad". Más que coartado, el juego debía ser instrumentado. Entonces, a través de una pedagogía de la simulación de determinadas operaciones sociales, se impuso el "como si". Más que ascéticos, los pequeños debían ser hábiles, optimistas, comunicativos y conocedores de las cosas prácticas; moderados, flexibles, adaptables y diestros en fin en el trato social.3 A las niñas se las entrenaba para el rol de recatadas esposas y futuras madres.
Un piso que se mueve
Perdimos estabilidad, no sabemos de qué lado,
vamos a quedar parados.
Andrés Calamaro
La familia compartió, en Occidente y durante siglos, su espacio formativo con la Iglesia. Actualmente ocupa un escenario decreciente en relación a otros ámbitos de socialización formales (escuela) e informales (medios masivos de comunicación). Una niñita preguntaba a su mamá, mientras veía el programa de Galán:"Mami, para casarse, ¿hay que ir a la tele?".
Esta vivencia de disolución de la familia es registrada por algunos pensadores de nuestro tiempo, como George Duby:
"Así la familia pierde progresivamente sus funciones que hacían de ella una microsociedad. La socialización de los niños ha abandonado totalmente la esfera doméstica. La familia deja pues de ser una institución para convertirse en simple lugar de encuentro de vidas privadas".4
Parecería que si la familia ya no es lo que era, ya no es. Lo que nos dificulta inteligir sus transformaciones.
Familia y escuela, como instituciones, creían ser "fundadoras" de diferentes marcas generadoras de distintos tipos de lazo social. Esta función determinante velaba su condición de determinadas por la sociedad, la cultura y la época. Y lo que ha cambiado en el pasaje de la modernidad a la que solemos llamar posmodernidad es la relación entre los estados nacionales y el mercado internacional.
Podemos apreciar el reflejo de esta situación en la tapa de nuestros DNI, donde formar parte del Mercosur como consumidor está por encima de ser ciudadano argentino.5 Este contrapunto ciudadano-consumidor con el creciente predominio del lazo que el consumo instituye, marca aquel pasaje. Y lo hace porque produce dos subjetividades distintas. La instituida por el estado y la instituida por los medios y el consumo. Si antes los estados se proponían ser naciones y regular sus mercados internos formando ciudadanos futuros para el ejercicio de esas funciones, ahora los estados ya no saben ser naciones y tampoco saben si quieren. Esta determinación que podría considerarse "exterior" y lejana a los niños de hoy produce efectos trascendentes tanto en la escuela como en la crianza. Lo que antes parecía instituido sólidamente pasó a ser un piso de características fluidas como el movimiento de los capitales, que se mueve. El consumo es una práctica instituyente de subjetividad, desbordante y difícil de limitar. No solo en otros, en cada quien. Una práctica que aparenta incluir pero en rigor excluye y fragmenta. Si los ciudadanos son iguales ante la ley, los consumidores son claramente desiguales según su capacidad adquisitiva. El consumo (mediado por la publicidad) produce marcas que también marcan y establecen formas de linaje. Una desesperada pertenencia ante una licuadora excluyente. Si hasta los más pobres al acceder al consumo se desesperan por mostrar las marcas a las que pueden acceder, tal como ocurre en las "villas" con los jovencitos que venden drogas y se visten con las mejores marcas de ropa o zapatillas.
Las relaciones que el consumo instituye no igualan pero simetrizan. No hay que construir un saber estructurado como en la escuela, no hay que esperar a ser grande. El consumo es ahora. La inundación de gadgets lleva a una suerte de homogeneización y borramiento de las diferencias entre niños y adultos en relación a los consumos. "Los juguetes de los niños de hoy son también los 'juguetes' de los adultos. Y los juguetes de los adultos (teléfonos móviles, laptops, autos, iPods, etcétera) tienen cada vez más un diseño infantil".6 Si los chicos juegan a ser grandes porque hay una distancia a recorrer y un deseo de hacerlo cuando esta se instaura, y si los grandes juegan como chicos (peor, en realidad, pues los chicos son mucho más rápidos para absorber las novedades), ¿por qué crecer?
Por otra parte, esa incidencia del consumo nunca ha alcanzado tanta intensidad. Se ha instaurado una especie de insaciable "carrera armamentista" en la que juguetes cada vez más caros envejecen cada vez más rápido. Como los autos y los celulares. Y nos hipnotizan, a los que consumimos y a los que quedan con la "ñata" contra el vidrio.
La publicidad es quien se encarga de dar imagen y significación a las marcas que marcan ese territorio profundo que llamamos ingenuamente "uno mismo", donde parecen haberse alojado no solo las huellas de experiencias vitales sino también las marcas de las marcas comerciales. Nuestra subjetividad ya no alberga solamente los arrorroes y mimos, los olores y las voces, los nombres y apellidos. También ha sido colonizada por las marcas.7 Horadada la roca moderna del hogar nido, nuestra intimidad se ha tornado cada vez más ex-timidad.8
James McNeal describe en su libro de marketing para niños el proceso de socialización en la sociedad de consumo de un modo contundente:"Cuando llega el momento en que el niño puede estar sentado derecho, se lo instala en su puesto de observación culturalmente definido: el changuito del supermercado". Luego, dice, caminará a un costado.
Claro que criar en el consumo no es fácil. Ir al "súper" hoy, para muchos, tampoco. Si no resiste la miseria, resisten los padres. Paciente, McNeal alecciona:
"A menudo sucede que los padres no hagan caso o rechacen la demanda de sus hijos. Los niños pueden tener problemas con esas reacciones. Puede haber enfrentamientos, discusiones, palizas y rabietas, todo lo cual puede resultar fastidioso para ambas partes. Hay maneras de prevenir esos resultados y maneras de manejarlos, en particular si los padres confían en la ayuda de los comerciantes interesados". 9
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