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Adultos En Crisis, jóvenes A La Deriva


Enviado por   •  31 de Mayo de 2014  •  2.138 Palabras (9 Páginas)  •  173 Visitas

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ADULTOS EN CRISIS, JÓVENES A LA DERIVA. Los muchachos y las chicas de entonces.

SILVIA DI SEGNI DE OBIOLS.

Hombre y mujeres del mañana.

Los adultos clásicos heredaron la educación del siglo XIX; centrado en un único adulto: el hombre. El hombre mayor de edad gozaba de tres derechos esenciales que lo convertían en dueño de su vida: al voto, a la posesión de los bienes y a la patria potestad de los hijos. La mujer era ubicada en el lugar de hija mayor. Estaba a cargo de su marido y de los hijos, incapaz de tener un lugar en el espacio público, de administrar sus propios bienes, de tomar decisiones importantes.

La figura del adulto era de poder y autoridad. Los autores entienden por poder, la posesión de ciertos mecanismos que permiten obligar a otros a hacer lo que se desea, y por autoridad, el derecho a utilizar ese poder.

Los adultos del siglo XIX tenían autoridad, se les concedía derecho a coaccionar la conducta de sus hijos porque la sociedad les atribuía.

La autoridad del hombre era considerablemente mayor ya que también lo era su experiencia de vida en el espacio público, mientras que la mujer sólo se desarrollaba en el espacio privado y se le reconocía alguna autoridad dentro de él. El poder, basado en el dinero lo centralizaba el hombre y delegaba una pequeña cuota en forma de una suma para gastos cotidianos o menores. El hombre otorgaba la fuerza física, era el ejecutor de los mayores castigos a los hijos, mientras que la madre propinaba algunos tirones de pelos o coscorrones.

La madre colaboraba activamente a mantener y acrecentar la autoridad del padre dentro de la familia, autoridad que le servía de respaldo.

Este sistema cristalizado a lo largo de siglos, tuvo sus fisuras desde fines del siglo XVIII. Mujeres que habían comenzado a pelear por sus derechos como las sufragistas o las primeras feministas, y mujeres que, sin pelear, iban descartando el matrimonio y optaban por mantenerse solas e independientes de los hombres. Algunas accedían a estudios terciarios.

A medida que progresaba el siglo XX, era mayor el número de las que lograban estudiar, trabajar y no renunciar a tener su propia familia, una síntesis que aun hoy es dramáticamente completa.

La figura del padre era de un dios omnipotente, frío pero justo; era el modelo social. La madre era más comprensiva, bondadosa y tierna.

Los niños fueron adquiriendo, muy lentamente, algún reconocimiento de sus derechos.

La adolescencia, a la cual primero entraron los varones y mucho después las mujeres, permitiría un período no sólo de formación en instituciones educativas, sino de experimentación de la propia autonomía y la consecuente búsqueda de una identidad definida por uno/a mismo/a.

Los niños aprendían a no contestar, no llevar la contra a las opiniones de los adultos. El peor de los crímenes era “levantarle la mano” a la madre o al padre, era considerado un mal hijo por las “personas de bien”.

Las penitencias y castigos no incluían explicación alguna, no había instancia para el descargo ni para la discusión de lo ocurrido; la palabra del adulto era inapelable. Pedir disculpas o prometer portarse bien podía ser salvoconducto para finalizar el castigo o bien para que la penitencia fuera levantada. Imponían un régimen de terror. Ser castigado cuando se era chico era parte de la vida.

En la adolescencia era una etapa de la vida en la que nadie quería entrar nadie y todo querían salir lo antes posible de ella.

Hasta mediados del siglo XX, la infancia se extendía hasta los 15-16 años, edad en que los varones eran iniciado sexualmente, se les permitía usar pantalones largos, afeitarse y tener la llave de la casa. Las chicas, futuras novias, eran presentadas en sociedad en una fiesta, en la cual se exponían lo mejor posible para conseguir un “buen partido”. Tenían derecho a usar medias de seda, usar polvo en la cara, algo de rubor, poquitísimo rouge, alguna colonia y recibir a su novio en la casa ante la presencia constante de algún chaperon. La adolescencia duraría hasta los 21 o 23 años.

El acceso a la adultez, para ambos sexos, estaba determinado por el matrimonio.

La fisiología era algo sucio y las palabras ligadas a ella también.

Era muy raro que las familiar no tuvieran práctica religiosa.

Una tipología de la vejez

La señora que prolijamente limpiaba la casa y se creía respetada por el brillo de sus pisos pasó a ser considerada una torturadora por sus hijos adolescentes, que querían dormir hasta el medio día y no soportaban el ruido de la lustradora de pisos.

Las personas adultas comenzaron a usar exceso de maquillaje y ropas juveniles en cuerpos envejecidos o con una actitud en exceso seductora en hombres que caen en el calificativo de “viejos verdes”. Estos intentos de rejuvenecimiento en algunos casos muestran un aspecto patético: la incapacidad para aceptar lo inevitable a la vejez. Estos viejos no aceptan serlo y suelen renegar de todo lo que la sociedad delega en ellos. Se corren del lugar de abuelos, no les gusta que los llamen con ese nombre sino con su nombre propio, no quieren tener amigos “viejos” sino que intentan acercarse como fuere a las generaciones más jóvenes y ser aceptados.

El término “viejo” se convirtió en un insulto. Todo lo que caracterizaba al viejo: su lentitud, sus reiteraciones, su pérdida de elasticidad física y mental, es denostado. A estas personas les preocupa perder la capacidad de arreglarse solos, la invalidez, la soledad. La imagen del geriátrico es negativa.

En la modernidad si al chico le iba mal, está claro que era por exclusiva culpa ya que los maestros, como los padres, son solamente buenos y hacen lo mejor que pueden para educarlos.

El auge de la represión.

La educación del siglo XIX se basó en la estimulación abusiva de un mecanismo psicológico central: la represión. El ideal era lograr un perfecto control de todo lo impulsivo y también de algunas funciones fisiológicas. Había una oposición a la obtención del placer.

El autocontrol debía evitar desbordes pasionales agresivos o amorosos.

El psicoanálisis descubrió

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