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La importancia del vínculo afectivo

“El amor es vacío de ego; el ego es vacío de amor” (Sri Aurobindo)

El amor que recibimos de los demás es uno de los factores más decisivos del desarrollo y el equilibrio de la persona. Se puede decir más alto pero no más claro. La conciencia de uno mismo como sujeto personal se percibe cuando somos reconocidos como tales por los demás. Uno descubre su dignidad cuando es tratado dignamente. Uno descubre el amor cuando es amado.

Que nuestras vidas dependen del afecto es una realidad incontestable, tanto por los beneficios que reporta como los riesgos y malestares que genera su ausencia o pérdida. El afecto es algo más que una caricia, algo más que una actitud positiva, algo más que una tendencia hacia el otro. El afecto nos humaniza, nos une, nos llena, nos da vida. Su falta permanente puede acarrear la muerte. Así de radical, así de duro.

Cuenta Paul Watzlawick que se puede calificar de humana a una sociedad en la medida en que sus miembros se confirman recíprocamente. Esa confirmación de persona a persona pasa sin duda por las muestras de afecto como caricias, abrazos o besos, sean manifiestos o virtuales; sean de cerca o de lejos; sean verbales o en silencio. No hay mayor reconocimiento de otro ser humano que su afecto en nuestra propia piel. Al final la piel acaba siendo lo más íntimo entre el tú y el yo.

El mismo Watzlawick citó un ejemplo terrible de falta de afecto a través de los hechos que testificó en su momento el padre Selimbene de Parma, cronista de Federico II. Por lo visto al emperador no se le ocurrió otra cosa que investigar cuál sería el lenguaje primitivo y natural de los hombres. Con este fin ordenó que se pusiera un cierto número de recién nacidos bajo los cuidados de nodrizas a las que se dio la orden estricta de atender con esmero a los niños de modo que nada les faltara, pero cuidando mucho de no dirigirles nunca la palabra ni de hablar con otros en su presencia. El emperador esperaba poder certificar así qué lenguaje espontáneo nacía de sus bocas, si griego, latín o hebreo.

Por desgracia el experimento no llevó a ninguna conclusión: todos los niños murieron. Tuvieron que pasar siete siglos para comprender lo que había sucedido realmente: un marasmo, es decir, la desnutrición energética. Aquellas criaturas no dispusieron de estímulo afectivo alguno. La deficiencia calórica no provenía de una malnutrición, sino del abandono afectivo.

Aunque desde puntos de vista diferentes, la mayoría de disciplinas que estudian al ser humano concluyen que el vínculo afectivo es una necesidad tan primaria como lo es la alimentación. La tendencia al contacto que tiene el bebé, la búsqueda

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