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Crecer, Grandes Y Pequeños

SoyIreri.21047 de Junio de 2015

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CRECER.

Los escolares viven en una continuidad relativa su estatuto de niño y su estatuto de alumno, los colegiales hacen la experiencia de ruptura entre el alumno y el adolescente. Con la adolescencia se forma un “sí” mismo no escolar, una subjetividad y una vida colectiva independientes de la escuela, que “afectan” a la vida escolar misma.

GRANDES Y PEQUEÑOS.

La adolescencia está definida por la influencia de los interrogantes sobre el hecho de “crecer”, además de ser constantemente reforzada por las actitudes de los adultos.

Los colegiales están presos entre los desajustes constantes de la infancia y la adolescencia, y son siempre demasiado grandes o demasiado pequeños. Toda su existencia está sometida a los cambios de las órdenes de crecimiento en función de las situaciones y los interlocutores.

Es en el colegio donde se experimentan más claramente estas disparidades de “tamaño”, lo cual habla también de las jerarquías subjetivas de la madurez. El grado de madurez juega como signo de distinción personal en el seno del universo colegial. En la desorganización general de los “tamaños”, los colegiales son siempre “inadaptados”, juegan en falso y nunca se sienten en el lugar donde deberían estar exactamente.

El hecho de volverse mayor se asocia a una serie de caracteres positivos: se tiene más “seguridad”, se es más “razonables”, más “independiente”.

El deseo de seguir siendo pequeño y crecer a la vez invade a los colegiales. Las chicas cambian sus maneras de vestir de un día para otro, las parejas de alumnos que se sientan juntos se hacen y se deshacen según la madurez de cada uno, otros se acercan a un camarada que se ha quedado pequeño para ser su protector; así enmarcan la grandeza. Contra las tenciones múltiples y cambiantes se encierran en el presente frente a un futuro inquietante. Quieren crecer pero se expresan abiertamente al miedo a hacerlo.

EL ROSTRO Y LOS SENTIMIENTOS.

La amistad. La amistad adolescente está marcada por el sello de la confianza. La buena compañera es “aquella a quien se le puede contar todo, todo se le puede decir y no lo repetirá por ahí”. Convoca a la confidencia. Al fin de cuentas el verdadero amigo es aquel que sabe que el otro está, ante todo, definido por su dificultad de aceptarse, el que conoce el carácter tan aleatorio de su subjetividad. A esta amistad “pasiva” hay que oponer una amistad “activa”, la que participa del proceso de construcción de la subjetividad gracias a la “crítica”. Al criticar a un amigo, definido por una muy fuerte vulnerabilidad a la mirada de los otros, pero dándole al mismo tiempo pruebas de amistad, se constituye una subjetividad más autónoma porque es capaz de afirmarse frente a los demás.

El adolescente tiene amigos para aprender a resistir el juicio de los otros. De ahí el carácter conflictivo de la amistad adolescente. El amigo niega la falsa autenticidad para obligar al otro a individualizarse, lo que explica la inestabilidad de las amistades colegiales. En el seno de este universo hay que reubicar el arte de la crítica colegial. La buena pareja de amigos no deja de criticarse constantemente. Pero a través de este juego de la crítica amistosa, los colegiales construyen un mundo personal, privado, más autónomo pues se despega de la influencia del conformismo cultural del adolescente.

El amor. La debilidad de la subjetividad del adolescente torna particularmente difícil la expresión del sentimiento amoroso. Por el amor el adolescente recorre los extremos de la subjetividad. Aquí el individuo quiere ser amado y reconocido, pero teme ser abandonado. La pena del amor precede al amor, con la timidez, el miedo a declararse, el miedo a ser abandonado, la búsqueda de pruebas de amor, el miedo de caer en ridículo. El miedo a desvelarse comanda el conjunto

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