Desarrollo Del Sí Mismo
sabrosa103 de Julio de 2014
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EL SÍ MISMO CORPORAL
Probablemente, el primer aspecto del sí mismo que se desarrolla es el sentido del sí mismo corporal. El niño recibe una continua corriente de sensaciones orgánicas procedentes de los órganos internos del cuerpo, de los músculos, las articulaciones y los tendones. Hay un continuo esfuerzo postural, que se nota especialmente en la región cefálica debido a su posición anatómica. Este hecho, conjuntamente con la importancia de los ojos en toda adaptación espacial origina la tendencia a “localizar” el sí mismo en la cabeza, frecuentemente entre las cejas, ligeramente por detrás de los ojos en una especie de “ojo ciclópeo”. Esto es lo que dicen por lo menos la mayoría de los adultos cuando se les pregunta dónde “sienten” que se aloja el “self”.
El sentido del yo corporal se forma y se desarrolla, no solamente a partir de sensaciones orgánicas repetidas, sino también despertad por las frustraciones procedentes del exterior. Durante toda la vida, el sentido del yo corporal constituye el testimonio básico de nuestra existencia. Nuestras sensaciones y nuestros movimientos nos demuestran constantemente que yo soy yo.
En todo el curso de la vida, la sensación del cuerpo propio es un ancla para el sentido de sí mismo. Es cierto que en estado de salud la corriente normal de sensaciones que frecuentemente inadvertida mientras que en estado de enfermedad, de dolor o de privación el sentido corporal e agudamente configurado, pero en todo momento existe el soporte de lo corporal. Los que han sufrido grandes dolores corporales, nos dicen que sentían el dolor, pero sentían también una separación. “Esto le ocurre a mi cuerpo, no a mí. Esto pasará y yo continuaré siendo el mismo, lo que siempre he sido.” De modo que el sentido del sí mismo depende de algo más que del yo corporal.
IDENTIDAD DEL SÍ MISMO
El sentido de la identidad de sí mismo es un fenómeno sorprendente, puesto que el cambio es norma inexorable del crecimiento y de la vida. Cada experiencia origina una modificación en nuestro cerebro, por lo que es imposible que se produzca nuevamente una experiencia idéntica. Por esta razón, todo pensamiento y todo acto cambia con el tiempo, pero la identidad del sí mismo continúa, aunque sabemos que el resto de nuestra personalidad ha cambiado.
Esta particular propiedad del sí mismo o self es considerada algunas veces como constitutiva de la totalidad del problema del sí mismo. Algunos filósofos están tan impresionados con este sentido de identidad personal que suponen en cada personalidad una substancia o alma modificable e imperecedera. Esta substancia garantiza la unidad de la vida de un individuo desde el nacimiento hasta la muerte y probablemente después de la muerte. Otros filósofos no aceptan esta interpretación y afirman que la mera imbricación de sucesivos estados de conciencia y la reproducción o recuerdo de estados vividos son suficientes para explicar el sentido de la identidad del sí mismo.
Sea lo que fuere, conviene observar que un factor psicológico de gran importancia en el establecimiento del sentido de identidad en el segundo año de la vida y en su persistencia ulteriormente es el lenguaje. Un niño toma un objeto, lo deja y lo vuelve a tomar. Estos actos, junto con la repetición del nombre del niño, hacen crecer en él la inferencia de que el yo es e factor continuo en estas intermitentes relaciones. La ayuda más importante es el nombre del niño. Al oir su nombre repetidamente, el niño se ve a sí mismo como punto de referencia distinto de las demás cosas. El nombre adquiere significación para él en el segundo año de vida. Con ello, aparece el darse cuenta de su situación de ser separado en el grupo social.
Incluso después de haberse establecido parcialmente la identidad de sí mismo, fácilmente renuncia a ella el niño en el juego. Puede perderla
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