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Diván


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2014  •  Síntesis  •  2.004 Palabras (9 Páginas)  •  143 Visitas

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Una de las muchas preguntas que Cristina Fontana responde en su libro “Todo lo que usted nunca quiso saber sobre el psicoanálisis”, es la que dice así: “¿Es necesario para analizarse emplear siempre la técnica del diván?”. La pregunta en cuestión, así como la didáctica respuesta de la autora, me animaron a desempolvar unas viejas reflexiones sobre la utilización del diván en la cura analítica y tratar de reescribirlas. Ese interrogante aparentemente simple puede desplegarse de un modo más plural. ¿Por qué en el análisis suele utilizarse el diván?. ¿Es posible hablar de cara-a-cara analítico?. En caso afirmativo, ¿qué dificultades teórico-prácticas comporta?. Y, por último, ¿cómo interviene la mirada en la conducción de una cura, tanto si se trata de un tratamiento cara-a-cara como en el caso del dispositivo analítico más tradicional?.

Cuando Freud trataba de justificar la utilización del diván en la cura analítica, recordaba que se trata, en parte, de un resto del tratamiento hipnótico partiendo del cual se desarrolló el psicoanálisis. Pero dicho resto, continuaba diciendo Freud, merece conservarse por razones más profundas. Resumiendo su argumentación, el padre del psicoanálisis considera preferible ubicarse fuera de la mirada del paciente y a su vez no influir con la suya propia en el discurso de la asociación libre. Permanecer

fuera del alcance de la vista del analizante favorece la atención flotante del analista y simultáneamente permite aislar mejor la transferencia simbólica del lado del analizante.

Está claro que no podemos equiparar demasiado a la ligera la mirada con lo imaginario, y la palabra con lo simbólico, resolviendo entonces todos nuestros interrogantes a base de afirmar que el campo del cara-a-cara es imaginario y el dispositivo analítico de naturaleza simbólica. Sería un error hacerlo así. Es importante no olvidar que la mirada tiene que ver con los tres registros lacanianos (real, simbólico e imaginario) o incluso, en tanto objeto privilegiado de la pulsión, con el anudamiento de los mismos. Pero, a la vez, la palabra, si evocamos a un primer Lacan, puede ser vacía o plena, y sus efectos no son siempre los que definen el acto analítico. Por todo ello, tanto la palabra como la mirada van a intervenir en ambos casos (diván y cara-a-cara) aunque de una forma distinta que hay que precisar.

En el diván el analizante puede creerse mirado pero no ve la mirada de la que cree ser objeto. A veces el paciente, puede intentar provocar la mirada del analista, diciendo “me duele aquí” o “X me tocó aquí”, al tiempo que señala una parte de su cuerpo. En una situación de esas características es fundamental no dejarse atrapar por el signo implícito en lo

señalado, por el gesto dado a ver. Una posible respuesta sería “¿donde es aquí?” o bien “¿cómo llama usted a esa parte de su cuerpo?”. Se puede llevar uno ciertas sorpresas interesantes, dado que la anatomía significante no suele coincidir con la imagen corporal.

Oscar Masota gustaba de insistir en cierta incompatibilidad esencial entre el ojo y la palabra, lo que significa ni más ni menos que ahí donde se pone el ojo se ejerce un obstáculo para el surgimiento de la palabra verdadera y, por el contrario, donde hay palabra que hace acto no es raro que se produzca cierto borramiento de la mirada. En el caso de la joven homosexual relatado por Freud, hallamos a un padre que trata de censurar con su mirada al cruzarse en la calle con su hija y la amante de ésta, pero, sin embargo, no puede intervenir de manera eficaz en el plano de las palabras. Mira, pero no dice nada. Por el contrario, el astuto Dupin, en “La carta robada” de Edgar Allan Poe, nos dice que los asuntos importantes deben examinarse en la oscuridad y, más tarde, cuando acude a casa del ministro a buscar la famosa carta, lo primero que hace es colocarse unos anteojos ahumados que imposibilitan ver su mirada.

Adelantemos una respuesta a la pregunta inicial acerca de si es posible un análisis cara-a-cara. Es posible, sin lugar a dudas, pero implica ciertas dificultades que

hay que conocer. El que haya o no análisis dependerá, en última instancia, de la instalación precisa de unos elementos en unos lugares discursivos (el llamado discurso analítico) pero ello no está vinculado, al menos no de una manera absoluta ni radical, a las circunstancias de la escena real. Hay numerosos testimonios clínicos que así lo demuestran. No olvidemos además el psicoanálisis con niños o incluso el psicodrama analítico.

Así pues, está claro que si un analista se pone frente a un paciente ello no garantiza que lo que allí vaya a ocurrir sea del orden de lo analítico, pero tampoco que, por el hecho de mediar la mirada, no lo sea. Y así tampoco, el hecho de estirar a un paciente e invitarle a asociar sobre un diván no garantiza en absoluto que lo que allí se produzca vaya a ser un análisis. Puede haber, en determinadas circunstancias, discurso analítico sin dispositivo tradicional, y, por supuesto, en ocasiones hay dispositivo tradicional sin discurso analítico.

El analista, en la escena analítica clásica, puede mirar al analizante. Otra cuestión distinta es si debe o no debe hacerlo. Poniendo en juego la útil distinción entre el ver y el mirar, y acentuando el voyeurismo del lado del mirar, diremos que el analista ve al analizante pero no lo mira (a veces ni siquiera lo ve), no tiene un interés especial en mirarle, en

recorrer con la mirada su cuerpo yaciente. Tampoco tiene que caer en la obsesión contra-fóbica de tratar de no mirarlo a toda costa.

La situación es completamente distinta del lado del analizante. Éste ni ve ni mira al analista y ninguna mirada le sirve de punto de referencia a menos que se mire a sí mismo. El analista queda entonces ubicado en un lugar que, forzando un poco las cosas, puede asemejarse fantasmáticamente al de la mirada de Dios, una mirada que se supone pero que no es visible. La presencia del analista se vehicula en la sesión a través de la voz, pero en la fantasía del analizante puede aparecer como una mirada omnipresente.

Otra cuestión interesante a tener en cuenta es la asimetría posicional que

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