El niño de la pedagogía
micaela1418Resumen15 de Octubre de 2015
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El niño de la pedagogía
por Estanislao Antelo
Como es sabido, cada campo disciplinar inventa su propio niño. Existe el niño de la pediatría, del psicoanálisis, de la literatura, de la psicología, de la puericultura, de la filosofía o de la autoayuda. En esta ocasión me voy a ocupar brevemente de “nuestro” niño, el de la pedagogía. Quisiera proponer como introducción una verdad de Perogrullo: no parece haber pedagogía sin un niño cerca. Voy a utilizar tres verbos para ordenar las ideas: nacer, criar y crecer.
Nacer
Como educadores nos intriga la llegada al mundo de unos nuevos. Porque nacer es llegar, aparecer, brotar, salir de, y dejarse ver. De un huevo, una semilla, un vientre, un deseo o un laboratorio. Nos intrigan los problemas del inicio o el origen, el principio, el comienzo, lo que empieza. Dicen que en la Biblia se afirma lo siguiente: Nos ha nacido un niño (1). Y, al parecer, mientras nazcan niños tenemos tarea.
Pero los chicos, ¿nacen o se hacen? Dice una voz popular que a los chicos los hacen los padres (2). Si los chicos se hacen es porque no vienen hechos. Nadie nace siendo niño, niño se hace. La pedagogía es de alguna manera la historia de lo que se hace con lo que nace; historia acerca de cómo el niño que se hace hombre deberá primero hacerse (ser hecho) hijo y niño. Tal vez la secuencia sea la siguiente: Cría-hijo-niño. Es probable que esa sea la causa por la que hemos terminado por familiarizarnos con las siguientes preguntas: ¿De dónde vienen? ¿Cómo, de qué manera y para qué se hace un niño? ¿Qué los trae hasta aquí?, y ¿quién y qué lo trae al mundo?
Podríamos probar llamar educación al trayecto que media entre el nacer y el ser hecho por, es decir, la distancia entre lo que arriba y un niño, entre un montón de pelos, carne y uñas, y un “hijo del hombre”, entre una cría -soporte material indeterminado- y un ejemplar sapiens, entre lo natural y lo artificial, entre el arribo de un inconcluso e inmaduro -pura carne o sustrato biológico- y la institución de un ser.
Como es sabido, los llamados insectos sociales que viven en comunidades/colonias, como buena parte de los seres vivos, requieren alimento, refugio y pareja. Ese descubrimiento nos ha sido instructivo a la hora de avanzar sobre lo que los biólogos denominan “pistas químicas” que hacen posible la obtención del alimento. Dice bien Ignacio Lewcowicz (es de él el vocabulario del párrafo anterior) que cualquier organismo vivo decodifica sin dificultades lo necesario (los alimentos, los abrigos, los peligros); lo que no entra en esas categorizaciones ni siquiera existe: no perturba ni exige una respuesta (2000:207). En el caso del unfinished cachorro humano, su inermidad lo condena a la inanición. Rousseau dice en Emilio que el cachorro humano al nacer es una tortuga dada vuelta.
Educar es entonces el nombre del trabajo con los recién llegados, es decir, el gesto milenario de intervenir sobre otro/s para introducirlos al mundo. Es sobre el fondo del nacimiento y la llegada de un cachorro siempre prematuro que la máquina de educar se activa y un niño podrá ser producido como tal. La fábrica de hacer niños se nos ha vuelto familiar. El nacimiento se nos presenta natural. Lo que nace, nace aquí, ahora y siempre. Basta un encuentro repetido desde el fin de los tiempos, inscripto en la naturaleza de lo que somos, la naturaleza humana. Pero no existe nada parecido a esa naturaleza humana, más allá del resultado práctico y perfectamente histórico de un número infinito de intervenciones contingentes sobre la cría. Nadie nace sólo. Se viene de otro, se sale de otro. Nadie -dice Meirieu- está presente en su propio origen. Llegamos a un mundo que nos antecede, lleno de viejos y muertos. Ninguno de nosotros, hasta nuevo aviso, proviene del encuentro entre un óvulo y un espermatozoide. O, como decía el genial Oscar Masotta, sólo para una madre psicótica su hijo es un feto. Se nace incluso entonces antes del encuentro natural, en un mundo de anhelos y palabras. El nacer (el hacer nacer) comporta un enorme esfuerzo, una iniciación y un artificio. Una definición precisa, académica y española, ayuda: Nacer: dicho de una cosa: empezar desde otra, como saliendo de ella. Nos gusta decir de los nuevos ejemplares que se incorporan a la familia lo siguiente: ¿A quién sale?
Y, ¿qué trae (además de pan bajo el brazo) el que nace? ¿Qué noticia? ¿Qué novedad? Algunos dicen esperanza. Se afirma que hay esperanza porque vienen niños al mundo. Lo contrario es lo infértil, una fotografía posible de nuestro presente. El arribo de un niño constata un trabajo respecto a la decisión de reproducir, dar continuidad y perpetuar la especie. Engendrar (3) es en cierta forma procrear, propagar y dar forma a la especie. Engendrar es suponer herencia, linaje y descendencia. La fábrica de niños está abierta las 24 hs. La pedagogía, si aspira a la supervivencia, precisa involucrarse con unas teorías de la recepción, la hospitalidad y el amparo. Del nacer, nacerá una reunión destinada a cobijar. La reunión alrededor de lo que nace es la familia (así la define con belleza Jacques Derrida) y es por eso que los problemas actuales relativos a la transformación, reinvención y desorden de la familia, son problemas educativos.
Es cierto que para otros, nacer es un problema, la reproducción es un problema, el problema. Son los que se interrogan por lo que no nace, por lo que no debería nacer, por la renuncia a hacer nacer. Fernando Vallejo, escritor y polemista de tiempo completo, señala un litigio: compitiendo las ansias de matar con la furia reproductora. (…) Yo no sé, yo no hice este mundo, cuando aterricé ya estaba hecho. Es que la vida es así: cosa grave, parcero. Por eso vuelvo y repito: no hay que andar imponiéndola. Que el que nazca, nazca solo, por su propia cuenta y riesgo y generación espontánea (4).
Es cierto que todo este asunto del nacer parece estar patas para arriba. Las coordenadas básicas de la procreación y la natalidad, los debates sobre el aborto y la eutanasia así como otros temas conexos ligados a la biotecnología y a la farmacología han pasado a ser problemas de interés pedagógico. Asistimos a la proliferación de fantasías poco fantásticas de niños nacidos fuera del cuerpo de una madre biológica, en un útero prestado y por medio de un semen que ya no es el del padre (5). Asistimos atónitos a un aluvión de novedades acerca de lo que se hace con lo que nace.
Volvamos a las preguntas. ¿Será todo niño nacido, nacido para educar? No sabemos, pero sí sabemos que sin nuevos por llegar no hay niños por venir, y sin niños en el porvenir no hay trabajo educativo por hacer. ¿O sí?
Cuidar - Criar
Si el desamparo (6), la inermidad o la falta de ser están en el nacimiento de la vida anímica, un niño introduce en la reflexión pedagógica problemas asociados al reconocimiento y la acogida (ambas prácticas de registro e inscripción) a la vez que propone otro tipo de problemas relativos a las modalidades del auxilio ajeno, la asistencia, la intervención y la responsabilidad entendida como una forma privilegiada de cuidado. Si el cachorro deviene humano en el instante mismo en el que al registrarlo se lo cuenta, es preciso luego inscribirlo en los cuadros sociales que serán, para él y los suyos, sus soportes principales. La institución de humanidad se produce mediante la inscripción de la carne humana en un cuadro genealógico (Lewkowicz, 2000:168). Esos cuadros genealógicos remiten a lo que Dufour ha llamado “anterioridad fundadora” (7). Cualquier progenitor digno de tal nombre sale de la sala de parto con esa tarea en su cabeza.
El cuidado del que (en el inicio) no puede cuidarse solo, constata la subordinación y dependencia del cachorro. Lo que nace, nace inmaduro, virgen, inerme, inútil. El recién llegado no puede solo. Vive de otro, como un obstinado parásito que se alimenta sin fin hasta encontrar a tientas el camino de la frágil autonomía. Rara economía la que produce niños. Si ningún nuevo viene hecho niño (en tanto ni “niñez” ni “humanidad” están en potencia en la cría), la operación pedagógica toca la institución y la transformación misma del ser (8).
Crianza es entonces lo que se pone en juego una vez arribado, recibido, siempre adoptado (recordemos que mientras la adopción es para Lewcowicz un fenómeno absolutamente general, co-extensivo con las sociedades humanas, para Fariña es la autonomía que existe entre la acción biológica de la procreación –que compartimos con las demás especies animales- y la función de filiar, eminentemente humana) entre pares, afiliado y emprendido su cuidado, sumado el esfuerzo enorme de sostén, acarreo o transporte y manutención. Conocemos, por ejemplo, los vaivenes entre tener un hijo y acogerlo. En la Roma imperial, alzar al hijo varón, tomarlo entre las manos -actividad vedada a la madre- luego de exámenes médicos que evaluaban su correcta hechura, era el signo inequívoco de que no sería abandonado (Rouselle, 1989:67). Marrou ilustra la complejidad de la carga y el traslado, esta vez en Esparta: Apenas nacido el niño debe ser presentado ante una comisión de Ancianos de la Leche: el futuro ciudadano sólo queda aceptado si es bello, bien conformado y robusto; los enclenques y contrahechos son condenados a ser arrojados a los Apotetas, depósitos de residuos (Marrou, 1985:39). Carga y abandono, exposición y acogida han mantenido en el interior de la reflexión pedagógica una permanente discusión. La cuestión es: ¿Cargar o no cargar? ¿Hasta cuándo? Y, ¿cuándo descargar? Cargar el y con el encargo, porque los niños se encargan... Lo cierto es que no parece haber pedagogía sin niño que cargar ni pedagogo que no sea en un punto changarín, estibador, conductor, acompañante, custodio, peón, arriero, pastor, patovica, reponedor, inspector de tránsito, guía turístico, supervisor de aduanas, transportador.
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