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El sentimiento de soledad en el niño, desde lo intrapsíquico a la realidad cotidiana


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2017  •  Ensayos  •  1.856 Palabras (8 Páginas)  •  282 Visitas

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El sentimiento de soledad en el niño, desde lo intrapsíquico a la realidad cotidiana.

                                                                     Nombre: Lysette Acuña Sáez.

                                                             Profesora: María Millán.

                                                                                  Fecha de entrega: viernes 05 de mayo.

                                                                          Clase: Psicodiagnóstico aplicado.

El sentimiento de soledad en el niño, desde lo intrapsíquico a la realidad cotidiana.

    La crianza de un niño tiene repercusiones para el resto de su vida, el amor y la confianza entregadas por los cuidadores forja cómo el infante se enfrentará a los momentos de angustia y desesperación presentes en su vida, como también a los momentos de soledad. Estas herramientas son información acerca del mundo, cómo deben y pueden relacionarse con él, con las personas que formen parte de su vida y con sus propios conflictos internos. En nuestra sociedad muchos niños tienen diversos cuidadores a lo largo de su infancia, generalmente parientes o vecinos, generándose diversos tipos de vínculos con éstos. Cada uno es importante para el desarrollo de la forma en cómo nos relacionaremos con el mundo y las personas en la adultez. Pero, también es importante mencionar que la manera de relacionarnos estará determinada por la forma en que introyectamos los objetos amorosos en nuestra primera infancia. Como plantea Melanie Klein (1963) “el yo existe y actúa desde el momento del nacimiento”. Así, el objeto primero, el pecho de la madre, o como sucede en muchos casos, el biberón introyectado como un objeto gratificante y bueno es el comienzo de la formación del sentimiento de seguridad del bebé hacia el mundo.

     Esta sensación, como sabemos, va cambiando y transformándose de acuerdo a la gratificación e insatisfacción vivenciada por éste. La introyección del objeto bueno, “implica un estrecho contacto entre el inconsciente de la madre y el del niño; esto constituye el principio fundamental de la más plena experiencia de ser comprendido y está esencialmente vinculado a la etapa pre verbal” (Klein, 1963), la comunicación de los propios sentimientos a un otro, subsiste en la existencia de la comunicación primera, en la cual no hay palabras, sino un sentimiento de ser entendido y querido, vivenciado como un vínculo gratificante y la sensación de no estar solo en el mundo. La insatisfacción y las ansiedades paranoides del bebé generan complicaciones en éste vínculo, el “pecho malo” se torna una dificultad en la relación con éste, generando sentimientos de soledad. El conflicto entre los instintos de vida y de muerte debe tender a la integración de los elementos persecutorios como de los elementos gratificantes, del pecho bueno y malo escindidos a un objeto total, alcanzando la posición depresiva. Justamente es la integración lo más complejo pues la unión de impulsos destructivos y amorosos despierta temor acerca de la sofocación de los sentimientos amorosos por parte de los destructivos poniendo en peligro el objeto bueno. La integración se produce en forma gradual, y es posible que varíe durante toda la vida. Nunca se llega a una integración permanente, pues los conflictos de pulsión de vida y de muerte siguen siendo la causa más profunda. Así, nunca es posible aceptar todas nuestras emociones, fantasías y ansiedades, y esto es un factor importante dentro de la sensación de soledad, pues nunca nos sentiremos totalmente comprendido ni amados, sobre todo, si los factores externos apoyan esta tesis. Es posible que las partes escindidas y proyectadas a otras personas generen la sensación de incompletud del sí-mismo, y que éstas partes también se sienten solas, incomprendidas y aisladas.

     Nuestras relaciones primordiales dejan huellas en la psique. La manera en que integremos la realidad externa y así también la integración de nuestras propias emociones, angustias, fantasías y ansiedades depende en gran medida del soporte de éstas figuras. Es su labor ser los “traductores” de lo que sucede en el entorno y de cómo reaccionamos a éste. Para Diego, un pequeño de 5 años y 9 meses, atendido en el Centro de atención psicológica de cierta universidad, las dificultades de comprender qué sucede en su mundo interno se hace dificultosa, pues por lo que conocemos, ni su madre o su padre fueron figuras que ayudaran al niño a integrar los sucesos externos con los sentimientos, emociones o fantasías vivenciadas por él respectos a los acontecimientos. Vivió durante los primeros 3 años de su vida con su madre, y poco podemos conocer acerca de este tiempo, pero identificamos que la separación de ella conlleva comportamientos disruptivos, como aseguran en su colegio, y en sesiones realizadas en el centro, dificultad para lidiar con aspectos agresivos que emergen en el juego, acompañado de una necesidad de negar ciertas situaciones evitando enfrentarse a ellas. Es posible que Diego no hubiese integrado efectivamente los impulsos destructivos y amorosos, sino que por temor proteja el objeto bueno (su madre), de manera de no ser afectado ni dañado por los impulsos agresivos que lo abordan al no poder estar con ella. Así, Diego evita hablar de su madre en sesión, no la dibuja, ni juega a que ella está presente, quizás porque efectivamente ésta no lo está, o se hipotetiza que así la aleja de ese espacio que le produce ansiedad y lo enfrenta a lo que ha sucedido en su colegio y a su misma soledad.

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