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Eternos Adolescentes

julissahernandez13 de Noviembre de 2011

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REPORTAJE: DE LOS 10 A LOS 40

Retrato del eterno adolescente

LUZ SÁNCHEZ-MELLADO 09/10/2011

Los niños quieren dejar de serlo. Los adultos no se ven como tales. La infancia se acorta. La adolescencia se estira. La juventud se eterniza. Las fronteras entre edades se difuminan. Las nuevas tecnologías, la crisis económica, el aumento de la esperanza vital y el hedonista estilo de vida moderno redefinen las etapas de la existencia. Cada cual diseña su ciclo biográfico como quiere. O como puede. Hablamos con un puñado de adolescentes de todas las edades.

Un enjambre de helicópteros tele-dirigidos zumba entre las cabezas del personal en la típica nave diáfana de oficinas. Hace calor, y los bermudas, las minifaldas y las camisetas son lo más parecido a un uniforme. Proyectiles diversos -pelotillas, clips, bolígrafos- vuelan por doquier. Se diría que han soltado a un hatajo de mocosos. Pero no. En la productora 7 y Acción, lo s gamberros están en nómina. Son los más veteranos, respetados y mejor pagados del staff. Juan Ibáñez, Trancas; Damián Moyá, Barrancas, y el resto de treintañeros y cuarentones de El hormiguero, dirigidos por Pablo Motos, de 46 años, ya no son adolescentes. Pero lo parecen. Por su actitud, por su lenguaje, por sus pintas. Aunque superan varios lustros los años atribuidos a esa etapa entre la niñez y la edad adulta, no les molesta la etiqueta. Es más, la reivindican, y a mucha honra.

La provisionalidad y el juego no les son ajenos. Son sus señas de identidad

Ya no hay edades estanco sino edades yo-yó. Se va y se viene en la vida

En El hormiguero se trabaja a destajo. Aquí se concibe, se gesta y se pare un programa diario que acredita picos de audiencia del 23%. Pero no está mal visto hacer el tonto. Al contrario. De los juegos, las pullas, el vacile entre colegas surge la materia prima de su producto. Un talk-showbasado en entrevistas graciosas, experimentos entre lo científico y lo circense y bromas de patio de colegio que lleva cinco años convocando a un público fiel entre los 5 y los 50 años. "El programa atrae a los críos porque se ríen. Y a los mayores porque hacemos cosas que les gustaría hacer pero no se atreven. Lo pasamos bomba, y se nota. Claro que el ambiente es de juego: no puedes escribir tonterías de 8 a 8 sin levantarte de la silla", justifica Juan Ibáñez, alma de la hormiga Trancas y uno de los pilotos de los helicópteros.

"Sé que ya soy mayorcito, pero no me veo como un adulto", reconoce Juan, Juanito para todos, camisa hawaiana, barba bíblica, rizos en coleta, 31 años cumplidos en agosto. "Relaciono la adultez con ser triste, tenerlo todo firmado, casarse, tener hijos, un chalé y un todoterreno, escribir listas y hacer la declaración de la renta. Así nos la han vendido: saber lo que vas a hacer todos los días, una cárcel vital. No hay necesidad de entrar en eso. Prefiero no ser adulto nunca".

No puede decirse que a Ibáñez, al que le quedan siete asignaturas para terminar Publicidad, sea un niñato que se niegue a crecer ni un tarambana o un desafortunado que no quiera, no sepa o no pueda buscarse la vida. Se la gana "de puta madre" trabajando en lo que le gusta desde los 20 años, se fue de casa a los 25 y vive con su novia en un piso recién comprado con una hipoteca a ni siquiera sabe cuántos años. Pero aunque se considera "hiperresponsable" en el trabajo, no quiere más obligaciones, no hace planes a más de dos meses vista, y su futuro son "las próximas vacaciones".

Juanito es, por talante y estilo de vida, un preadulto, un kidult, un miembro de laemerging adulthood -algo así como la nueva edad adulta-, según el término acuñado en 2000 por el psicólogo estadounidense Jeffrey Jensen Arnett en la revista American Psychologist para definir la nueva etapa vital que atraviesan muchas personas entre los 18 y los 40 años en los países desarrollados. El nuevo escenario social y económico -más esperanza de vida, prolongación de los estudios, dificultad para iniciar la vida laboral, eclosión de las nuevas tecnologías, cultura del hedonismo, mayor tolerancia familiar- determina que los hitos que marcaban el ingreso en la adultez -empezar a trabajar, irse de casa, casarse, tener hijos- se retrasen, de media, una década. Si es que se traspasan. Esos nuevos 10 o 15 años, de los 25 a los 40, plena madurez en el siglo XX, son los que muchos continúan dedicando en el XXI a la experimentación que solía asociarse con la adolescencia y la primera juventud. En todos los terrenos. Las relaciones personales, el trabajo, la propia imagen, la vida.

No es asunto exclusivo de una clase social, una cosa de pijos. Los nuevos adultos pueden estar en el paro o trabajando a tope como Ibáñez. Malviviendo de empleos precarios o estudiando el tercer máster costeado por papá. Viviendo con los padres, solos o compartiendo piso. Son mayores de hecho y derecho. Pero por obligación y/o por vocación, su ocio, su consumo, sus gustos en moda y su modo de vida se asemejan al de los adolescentes. La diversión, el juego, la provisionalidad, el ensayo y error, el vivir al minuto, no les son ajenos. Son sus señas de identidad. Puede que esa sea una de las claves del éxito de audiencia de El hormiguero.

Los mayores se resisten a dejar de ser niños. Y a la vez "los niños quieren dejar de parecer niños y hacer cosas de niños cada vez más niños", en palabras del antropólogo de la Universidad de Lleida Carles Feixa. Ya en 1982, el pensador Neil Postman profetizaba, en su obra El fin de la infancia, el acortamiento de la niñez con el cambio de siglo basándose en la influencia de la televisión en el consumo y el modo de vida de los pequeños. "Hoy vemos que se quedó corto, porque no previó el impacto de la revolución digital", explica Feixa, para quien las nuevas tecnologías "facilitan enormemente el proceso de semiemancipación infantil cada vez antes". Los publicistas llaman tweens a los críos de entre 8 y 12 años, un nuevo nicho de mercado que sabe lo que quiere, lo pide y lo compra. Si la idea de la juventud se estira, la de la infancia se acorta. La decisión de Sanidad de prescribir -y sufragar- la vacuna del papiloma a las niñas de 14 años, presuponiendo que a partir de esa edad es probable el inicio de las relaciones sexuales, es un síntoma. Tan gráfico como el hecho de que la consola Wii que anuncian los talluditos Trancas y Barrancas se despache por igual a clientes entre los 10 y los 40.

Alba Romero sí es una adolescente de libro. A sus 16 años, estudiante de bachillerato en un instituto público madrileño, Alba restalla de vida. Casi se ve emanar hormonas por sus poros. Lo dice ella: "Me noto el pavo encima. Hay veces que me siento tonta. Me río sola. Lloro. Tengo la emoción a flor de piel. Hay días que si me dices: 'Alba, tírate por la ventana', voy y me tiro. Y otros que no aguanto nada ni a nadie. Ni siquiera a mí". Diversión, locura, libertad, amistad, dudas, rayadas, risas, lloreras. Eso es la adolescencia, la suya, en sus palabras. Un estado que comenzó, recuerda, "en el verano de primero a segundo de la ESO, a los 12 o 13 años". "Sentía que ya no era una niña, que quería salir sola, que era yo misma y no la hija de mis padres". Se confiesa feliz. Debe de serlo: la mezcla de pasión, picardía y candidez con la que mira a los ojos no se finge.

Este verano probó por primera vez la independencia, y la "adoró". Una semana sola en la playa con amigos. "Me quedaron dos para septiembre, pero mis padres me dejaron ir, como prueba de confianza. Me rayan mucho con lo de mi futuro y todo eso. Tienen razón, pero en el momento no lo entiendo y discutimos. Aun así, he tenido mucha suerte con ellos", dice de sus progenitores, periodista y ama de casa. Los estudios y la hora de llegada -"las 10, y si tengo una fiesta, negociamos"- son las causas más frecuentes de sus broncas. No ha tenido novio, todavía. "Algún lío sí, claro, pero no he encontrado a quien me provoque maripositas en la tripa". No podría, sin embargo, vivir sin sus amigos. Diez en su pandilla. Más de 1.000 en Tuenti. "Soy muy sociable", presume. Y coqueta, no hace falta que lo jure. Tarda una hora en plancharse la melena. Y se deja buena parte de su paga -20 euros semanales, móvil aparte- en ropa. "Amo la moda", declama esta asidua de Bershka, Stradivarius, Blanco y demás franquicias juveniles donde se visten mujeres de 10 a 70 años.

Aun así, su posesión más preciada es su iPhone. Toda su vida está ahí dentro. Como muchos de sus coetáneos, Alba documenta con profusión de posados y posturitas sus entradas y salidas. "Nunca haces suficientes fotos. Te permiten revivir momentos, comentarlos, compartirlos, llorar, reírte". No es que sea muy madura, admite. Ya tendrá tiempo hasta los 25, edad a la que, opina, se empieza a ser adulto. De mayor quiere ser actriz, trabajar y tener tres hijos. No tiene prisa por crecer. Pero ya nota a su hermana Tania, de 12 años, pisándole los talones. "Está cambiando mucho antes que yo. Este año empieza el instituto, así que tendré que estar encima. No veas cómo vienen los niños", denuncia, juiciosa, la hermana mayor.

La casa de Rosa Anuedo en el barrio de Gracia de Barcelona parece un híbrido entre una cabina de discoteca y un patio de recreo. El Pioneer DJ Kids ha quedado para ensayar en su terraza. La formación, que triunfó el pasado junio en el festival Sónar, es el único grupo de dj menores de 18 de Europa y puede que del mundo. Aquí están Oriol, Víctor, Joan, Miquel, Abel, Françesc y Jadim. Chavales entre los 12 y los 15 años, alumnos

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