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LA ADOLESCENCIA A TRAVES DEL TIEMPO

Janet17 de Febrero de 2014

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LA ADOLESCENCIA A TRAVES DEL TIEMPO

Para entender a los hijos adolescentes, es vital que los padres puedan rememorar su propia adolescencia. Aunque hayan pasado, quizás más de veinte años, muchos recuerdos seguramente aún perduran. Es sabido que los adolescentes de todas las épocas vivenciaron sensaciones similares. Algunas de ellas eran de gran confusión, desorientación y rebeldía.

Porque ¿quién acató de buen grado que sus padres le impusieran normas a la hora de hacer un asalto en casa o salir a dar una vuelta con sus amigos? ¿Quien se plegó a sus límites con una sonrisa de complacencia? Y. por otra parte, ¿quién no se sintió mortalmente confundido por el doble mensaje de YA SOS GRANDE, confrontando TODAVÍA SOS CHICO. Un rápido repaso de la historia reciente y de los hechos más salientes servirán para poner de manifiesto esta similitudes y, paralelamente, para tratar de poner más comprensión a la hora de acompañar al adolescente de hoy en su crecimiento.

DE LOS AÑOS 20 A LOS 30. En sus albores de 1920 sólo hacía dos años que el mundo salía de la primera gran pesadilla: la Guerra Mundial (1914- 1918). Probablemente en busca de la felicidad y la libertad, fue en esos años locos cuando la mujer decidió acortar sus faldas. También fue el épico momento en que la célebre Lola Mora se le ocurrió encender el primer cigarrillo en público o cuando permitió que tenues telas dejaran adivinar sus formas. Las más audaces bailaron al son de un ritmo pecaminoso, el tango, que jamás llegaría a los salones de buen gusto. Las mujeres intelectuales leìan Fervor en Buenos Aires, obra de un tal Borges. Otras se sorprendieron escuchando radio, y todos jugaron con la nieve que sorprendió de blanco. Al mismo tiempo, las más refinadas acudieron a la exposición inaugural de un pintor cubista que provocaba muy diversas reacciones: se llamaba Emilio Petorutti. En tanto Alfonsina Storni se puso en la cola de cien hombres con el fin de conseguir empleo. En ésa época, de madres solteras… ni hablar. Que las había, las había pero se trataba de un dato inimaginable para la época, por pudor o ignorancia, la prensa jamás hizo eco de ningún caso. Esas cosas existían pero no se divulgaban.

Poco a Poco, los ámbitos universitarios se poblaban de figuras femeninas: en 1898 se graduó la primer Médica Argentina. El país tenia 8.000.000 de habitantes; en la Ciudad Capital, Buenos Aires contaba con 1.581.569 residentes: 80.969 eran locales Y 78000, eran extranjeros. Hacia 1930 Buenos Aires era una ciudad limpia y, en líneas generales, confortable contaba con un servicio hospitalario público y gratuito, barrios de casas baratas, 220 salas de cine, más de 3307 tranvías eléctricos, 2239 carruajes de caballo, 19.396 carros, 19.295 automóviles de pasajeros, 3364 de carga y 453 ómnibus; cantidad mas que suficiente para los 2.200.000 habitantes que subieron hasta el sexto lugar en el rubro de las grandes capitales del mundo.

En lo social se observó una gran movilidad: aparece el rubro de obreros con posibilidades de ingresar a la clase media. La mujer inicia su lucha pro liberación; los que terminaría dándole igualdad con el hombre ante la ley. Desde la legislación, los varones tratan de borrarles la imagen de menor eterna, es decir, alguien que pasa sin transiciones de la tutela del padre al marido, que está a los límites del hogar y consagrada al cuidado de los hijos. Así sus únicas posibilidades de salir del mundo son: hacer sociales, cumplir con las obligaciones religiosas o si tienen suerte ejercer la docencia. Mientras se sucedían estos cambios, la ciudad reflejaba en su fisonomía y en sus formas de vida. Se inauguraba el proletario urbano.

La jefa de familia no salía afuera a trabajar, pero lo hacían con sus hijas, que se trasladaban en tranvías hasta el centro de Buenos Aires. En esa época lo importante era figurar y para ello era indispensable reunir ciertos requisitos: belleza talento, hectáreas de campo, palco en el teatro Colón automóvil, viajes a Europa, caligrafía de riguroso Sacre Color, Francés purísimo. En fin se trataba de ser una jovencita con nade de cache, que compartía tés en Harrods, tomaba vacaciones en Mar del Plata donde se caminaba por la Rambla y en grupo, ya que una dama jamás salía sola. Formaban parte de ese cuadro de veladas en el Coliseo, las niñas juiciosas hasta para tocar el piano, tarea que ejecutaban sin cruzar las manos ni entornar los ojos.

La moda dictaba: “cloches” para cubrir el cabello, tipo Guillermina o abotonados de taco alto, faldas largas que apenas insinuaban las piernas. Los desfiles de moda con prendas que había que lucir de día y las que eran aptas para la noche se imponían como reunión social. También comenzaba a dominar la moda de la ropa interior sofisticada. Como los camisones de crepes o de satín. Las opciones destinadas a los paseos vespertinos por el Rosedal de Palermo eran los vestidos túnicas con la cintura apenas marcadas, sombrero de paja y guantes por encima del codo. En realidad la línea de la indumentaria ya había comenzado a simplificarse cuando Paúl Poiret decidió liberar a la mujer del corsé.

¿Quién ha olvidado a la legendaria Isidoro Duncan, su fiel seguidora? Entretanto, en Francia se comienza a considerar a la moda un arte decorativo. Por primera vez. en la historia se usa faldas cortas; Hasta los mismísimos vestidos de novia llegaban a la rodilla, alargándose en la cola. Mientras, las descendientes de inmigrantes Italianos, Españoles y Rusos (zapateros, pintores albañiles, electricistas, carpinteros herreros, yeseros, cocheros, carboneros en su mayoría) tenían prohibido salir solas con sus novios o sin ellos. Sin chaperon a reuniones danzantes, casarse sin el consentimiento del clan familiar era absolutamente impensable. Si formalizaban, sabían que iban a tener todo lo necesario para armar su nido de amor; no había necesidad de armar listas de bodas en bazares de moda, ya que todo el conventillo se encargaría de conseguirles lo básico: un juego de café, uno de licor y otro de agua, un objeto artístico como el clásico galgo de yeso pintado, el juego de platos, la araña y los cubiertos. A partir del casamiento, las salidas posibles serían escuchar ópera una vez por semana en el gallinero del Colón o tomar leche malteada en la Martona. Una vez convertidas en jefas de familia y dueñas de casas dejaban el taller de sombreros o la “maisson” de alta costura para transformarse en una de las tantas buenas modistas que no fallaban en cada cuadra. Cocinaban con el sistema leña o carbón. Algunas tardes iban al cine con sus hijos a ver películas en serie, y algunas noches, juntos a sus maridos suspiraban por Rodolfo Valentino. A los discos y a la vitrola compradas en cuotas se les sumo la radiofonía. Luego, a la radio se le incorporaron temas del hogar (los niños, las buenas costumbres, los buenos modales), espectáculos, el guardarropa...la ropa era el tema. El programa Días de moda estaba íntegramente dedicado a la indumentaria femenina. Que se llevaba y como se usaba, era el dilema del momento para los dos bandos: el de los progresistas seguidores del Cocó Chanell y el de las conservadoras, reacias a abandonar los volados y los bordados. Pero esta década, nacida en medio de la opulencia, terminaba de capa caída. En el teatro de revista con la muchacha del centro, los porteños aprendieron con la ranchera de Canaro y Pelay, que sintetizaba la crisis económica que se vivía: “Donde hay un mango viejo Gómez, ¿los han borrado con piedra pómez?”.

DE LOS 40 A LOS 50. Llegaron los años de la segunda Guerra Mundial. Escaseaba el caucho para reparar las cubiertas del transporte urbano, por otra parte, esta guerra también aportó otra oleada de inmigrantes que se asentó rápidamente. Obviamente, en Buenos Aires, convivían dos grupos: hombres y mujeres, pero aquellos eran mayoría. Las damas llegaban al Centro para trabajar en tranvía, el subterráneo o el tren. Podían recorrer las calles de las calles con mayor libertad. En el horario para almorzar, las mujeres debían regresar a su hogar, ya que los flamantes copetines al paso estaban vedados para ellas. En la bocacalle, entretanto, los vigilantes dirigían el trencito desde las garitas. Sin embargo incluso con tantos adelantos el derecho al voto para la mujer aún no era más que un sueño. Ingresaron diez proyectos en las Cámaras, pero argumentos tales como, ¿quien cuidara de los niños el día que ambos padres vayan a votar?, los sumía en el olvido. Este ansiado sueño recién se hizo realidad cuando las mujeres demostraron su valor, ejemplificándolo con su peso en los talleres de las fábricas, la educación, el arte, la ciencia y el deporte. Paralelamente, contingentes de campesinos atraídos por el crecimiento industrial, invadieron la ciudad. En el área de espectáculo, había salas en todos los barrios; en el Centro, eL Gran Rex. Y el Opera reunía al público mas selecto y el Ambassador estrenaba filmes nacionales en funciones nocturnas especiales. Surgió el cine para la mujer; Soñar no cuesta nada, Los martes Orquídeas y Adolescencia, son algunos de los títulos. Eran films en los que brillaban las sonrisas de las mellizas Legrand, de María Duvall, el humor de Nini Marshall y también Olga Zubarry con su trucado desnudo mostrando las espaldas, insinuando una mínima porción de su tramo final en el Ángel desnudo. Las propuestas de diversión se veían ya multiplicadas: Las empleadas irrumpían en confiterías bailables y en veladas danzantes de clubes atléticos. Los ritmos que se escuchaban eran los tangos, los boleros y temas interpretados por orquestas que dirigían D.Arienzo, Di Sarli, DeAngelis, Troilo. Entretanto, en otras partes del Mundo, el rock & roll, música frenética, arrogante y muy

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