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La Metafora Paterna

nirvanapsi11 de Agosto de 2014

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LA METAFORA PATERNA

La metáfora paterna concierne a la función del padre, como se diría en términos de relaciones interhumanas.

La función del padre tiene su lugar. Se encuentra en el corazón de la cuestión del Edipo.

Lo que revela el inconsciente al principio es el complejo de Edipo. Lo importante de la revelación del inconsciente es la amnesia infantil que afecta a los deseos infantiles por la madre y al hecho de que estos deseos están reprimidos. Dichos deseos son primordiales. Y no sólo son primordiales, sino que están todavía presentes.

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El complejo de Edipo tiene una función normativa, no simplemente en la estructura moral del sujeto, ni en sus relaciones con la realidad, sino en la asunción de su sexo.

En el Edipo hay asunción por parte del sujeto de su propio sexo, es decir, para llamar las cosas por su nombre, lo que hace que el hombre asuma el tipo viril y la mujer asuma cierto tipo femenino. La virilidad y la feminización son los dos términos que traducen lo que es esencialmente la función del Edipo. Aquí nos encontramos en el nivel donde el Edipo está directamente vinculado con la función del Ideal del yo.

El ideal del yo, porque la genitalización, cuando se asume, se convierte en elemento del Ideal del yo.

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Un Edipo puede constituirse también cuando el padre no está presente. El padre existe incluso sin estar.

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El Edipo invertido nunca está ausente en la función del Edipo, quiero decir que el componente de amor al padre no se puede eludir. Es el que proporciona el final del complejo de Edipo, su declive, en una dialéctica, también muy ambigua, del amor y de la identificación, de la identificación en tanto que tiene su raíz en el amor. Identificación y amor, no es lo mismo – es posible identificarse con alguien sin amarlo y viceversa -, pero ambos términos están, sin embargo, estrechamente vinculados y son absolutamente indisociables.

El sujeto se identifica con el padre en la medida en que lo ama, y encuentra la solución terminal del Edipo en un compromiso entre la represión amnésica y la adquisición de aquel término ideal gracias al cual se convierte en el padre.

La castración es un acto simbólico cuyo agente es alguien real, el padre o la madre que le dice – te lo vamos a cortar, y cuyo objeto es un objeto imaginario – si el niño se siente cortado, es que se lo imagina.

¿Qué es el padre? Toda la cuestión es saber lo que es en el complejo de Edipo. Pues bien, ahí el padre no es un objeto real. No es tampoco únicamente un objeto ideal.

El padre es el padre simbólico. Es esto – una metáfora.

Una metáfora es un significante que viene en lugar de otro significante. Digo que esto es el padre en el complejo de Edipo.

Aquí está el mecanismo, el mecanismo esencial, el único mecanismo de la intervención del padre en el complejo de Edipo. Y si no es en este nivel donde buscan ustedes las carencias paternas, no las encontraran en ninguna otra parte.

La función del padre en el complejo de Edipo es la de ser un significante que sustituye al primer significante introducido en la simbolización, el significante materno.

Es la madre la que va y viene. Si puede decirse que va y que viene, es porque yo soy un pequeño ser ya capturado en lo simbólico y he aprendido a simbolizar.

La cuestión es – ¿Cuál es el significado? ¿Qué es lo que quiere, ésa? Me encantaría ser yo lo que quiere, pero está claro que no solo me quiere a mí. Le da vueltas a alguna otra cosa. A lo que le da vueltas es a lax, el significado. Y el significado de las ideas y venidas de la madre es el falo.

El niño, con más o menos astucia o suerte, puede llegar a entrever muy pronto lo que es la x imaginaria, y, una vez lo ha comprendido, hacerse falo. Pero la vía imaginaria no es la vía normal. Por esta razón, por otra parte, supone lo que se llaman fijaciones.

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Los tres tiempos del Edipo

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¿De qué se trata en la metáfora paterna? Propiamente, es en lo que se ha constituido de una simbolización primordial entre el niño y la madre, poner al padre, en cuanto símbolo o significante, en lugar de la madre. Veremos que quiere decir este en lugar de que constituye el punto central, el nervio motor, lo esencial del progreso constituido por el complejo de Edipo.

El padre, para nosotros, es, es real. Pero no olvidemos que solo es real para nosotros en tanto que las instituciones le confieren, yo no diría siquiera su papel y su función de padre – no es una cuestión sociológica -, sino su nombre de padre.

Lo importante, en efecto, no es que la gente acepte perfectamente que una mujer no puede dar a luz salvo cuando ha realizado un coito, es que sancione en un significante que aquel con quien ha practicado el coito es el padre.

La posición del Nombre del Padre, la calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel simbólico. Puede realizarse de acuerdo con las diversas formas culturales, pero en si no depende de la forma cultural, es una necesidad de la cadena significante.

El niño depende del deseo de la madre, de la primera simbolización de la madre, y de ninguna otra cosa. Mediante esta simbolización, el niño desprende su dependencia efectiva respecto del deseo de la madre de la pura y simple vivencia de dicha dependencia, y se instituye algo que se subjetiva en un nivel primordial o primitivo. Esta subjetivación consiste simplemente en establecer a la madre como aquel ser primordial que puede estar o no estar. En el deseo del niño, el de él, este ser es esencial. ¿Qué desea el sujeto? No se trata simplemente de la apetición de los cuidados, del contacto, ni siquiera de la presencia de la madre, sino de la apetición de su deseo.

Desde esta primera simbolización en la que el deseo del niño se afirma, se esbozan todas las complicaciones ulteriores de la simbolización, pues su deseo es deseo del deseo de la madre.

La relación del niño con el falo se establece porque el falo es el objeto del deseo de la madre.

Está muy claro que el padre no puede castrar a la madre de algo que ella no tiene. Para que se establezca que no lo tiene, eso ya ha de estar proyectado en el plano simbólico como símbolo. Pero es, de todas formas, una privación, porque toda privación real requiere la simbolización. Es, pues, en el plano de la privación de la madre donde en un momento dado de la evolución del Edipo se plantea para el sujeto la cuestión de aceptar, de registrar, de simbolizar él mismo, de convertir en significante, esa privación de la que la madre es objeto, como se comprueba. Esta privación, el sujeto infantil la asume o no la asume, la acepta o la rechaza. Este punto es esencial. Se encontraran con esto en todas las encrucijadas, cada vez que su experiencia los lleve hasta un punto determinado que ahora trataremos de definir como nodal en el Edipo.

Llamémoslo el punto nodal, ya que se me acaba de ocurrir. No me importa como algo esencial, quiero decir que no coincide, ni mucho menos, con aquel momento cuya clave buscamos, el declive del Edipo, su resultado, su fruto en el sujeto, a saber, la identificación del niño con el padre. Pero hay un momento anterior, cuando el padre entra en función como privador de la madre, es decir, que se perfila detrás de la relación de la madre con el objeto de su deseo como el que castra, pero aquí solo lo pongo entre comillas, porque lo que es castrado, en este caso, no es el sujeto, es la madre.

Si el niño no franquea ese punto nodal, es decir, no acepta la privación del falo en la madre operada por el padre, mantiene por regla general una determinada forma de identificación con el objeto de la madre.

En este nivel, la cuestión que se plantea es – ser o no ser el falo. En el plano imaginario, para el sujeto se trata de ser o de no ser el falo. La fase que se ha de atravesar pone al sujeto en la posición de elegir.

Ustedes perciben perfectamente que se ha de franquear un paso considerable para comprender la diferencia entre esta alternativa y la que está en juego en otro momento y que también hemos de esperar encontrar, la de tener o no tener, por basarnos en otra cita literaria. Dicho de otra manera, tener o no tener el pene, no es lo mismo. En medio está, no lo olvidemos, el complejo de castración. De que se trata en el complejo de castración, es algo que nunca se articula y resulta casi completamente misterioso. Sabemos, sin embargo, que de él dependen estos dos hechos – por una parte, que el niño se convierta en un hombre, por otra parte, que la niña se convierta en una mujer. En ambos casos, la cuestión de tener o no tener se soluciona por medio del complejo de castración. Lo cual supone que, para tenerlo, ha de haber habido un momento en que no lo tenía. Para tenerlo, primero se ha de haber establecido que no se puede tener, y en consecuencia la posibilidad de estar castrado es esencial en la asunción del hecho de tener el falo.

Este es un paso que se ha de franquear y en el que ha de intervenir en algún momento,

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