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La Psicologia De Las Humanidades

vvencidos4 de Mayo de 2013

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Contribución de las Humanidades Médicas

a la formación del médico

Prof. Diego Gracia

INTRODUCCIÓN

No creo equivocarme si comienzo diciendo que el humanismo tiene mala prensa. Y que

no sólo la tiene entre sus críticos sino también entre sus defensores y adeptos. Cuando

hoy calificamos a alguien de humanista, nunca sabemos si le estamos alabando o criticando.

Tan ambiguo es el término. Mi tesis es que las tremendas dificultades que todos

tenemos en defender las humanidades, se deben a que el propio término humanismo

produce en nosotros un cierto rechazo, o, al menos, una velada sospecha. No deja de ser

sorprendente que un término con tanta tradición, sea tan impreciso y resulte tan confuso.

Es algo que merece un cierto análisis, pues si no somos capaces de aclarar el propio

término, mal podemos decir con claridad de qué estamos hablando.

TRES VERSIONES DEL HUMANISMO

¿A qué se debe tanta confusión? ¿Por qué suscita el humanismo tantas prevenciones?

¿Por qué nunca sabemos a ciencia cierta de qué hablamos al utilizar esa palabra? Mi respuesta

es que ello se debe, principalmente, a que el término humanismo no es unívoco

sino multívoco; más me atrevería a decir, equívoco. Se han dado en la historia, al menos,

tres versiones del humanismo, que hoy coexisten para confusión de todos. Estas tres

concepciones las voy a denominar la “versión teológica” del humanismo, la “versión positivista”

del humanismo y la “versión clásica” del humanismo. No creo violentar los hechos

si digo que la primera corresponde básicamente al pasado, la segunda al presente y la

tercera, al menos eso es lo que yo espero, al futuro. Las expondré sucesivamente.

El pasado: la versión teológica del humanismo

Digo teológica, no religiosa. Esta distinción tiene su importancia. No todas las religiones

han generado una teología. Más cabe decir, y es que sólo algunas lo han hecho. En principio,

aquellas que estuvieron en directo contacto con el lógos griego, esto es, las religiones

mediterráneas del libro, la judía, la cristiana y la musulmana. De las tres, la teología

que más se ha desarrollado, la teología por antonomasia, es la cristiana, razón por la

cual podemos tomarla como modelo.

La teología es la aplicación del lógos griego al Theós, es decir, a Dios y a su revelación

respectiva, sea ésta la que fuere. Tal simbiosis no carece de consecuencias para ambos

términos, la teoría del lógos y la idea del Theós. Aquí nos interesa sobre todo la primera

de ellas, la teoría del lógos. Y es que la teología es, por más vueltas que le demos al

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asunto, la afirmación de que la razón humana no es autosuficiente para dirigir la propia

vida y, en consecuencia, que el ser humano no es inteligible separado de Dios. Dicho en

otros términos, la teología es siempre y necesariamente una corrección radical de la filosofía,

entendida ésta como autonomía de la razón y autonomía del ser humano. Frente a

autonomía, teonomía.

Esto permite entender algo fundamental, y es por qué durante el periodo en que la teología

dominó completamente la vida europea, la Edad Media, no existieron las humanidades

en cuanto tales, sino sólo una versión teológica o versión “a lo divino” de ellas. Es

el saber humanístico clásico, pero en versión teológica, o puestas al servicio de lo que

cabe llamar las divinidades. Éste es el sentido que tiene el humanismo hasta que se produce

el proceso de secularización en los siglos modernos. Piénsese, por ejemplo, en la

música, en la poesía y, en general, en las bellas artes.

Hay otra dimensión de lo que hoy llamamos humanidades que conviene resaltar. Piénsese

ahora no tanto en las bellas artes cuanto en la filosofía, por ejemplo, en la ética, en

la reflexión sobre los deberes del ser humano. La tesis básica que va a defender el humanismo

teológico es que los deberes morales no puede definirlos la razón humana sola

sin la asistencia divina y, por tanto, sin ayuda de la teología. Sin teología no hay humanismo.

Tal es la tesis básica de toda esta corriente.

Pero sería un error pensar que la versión teológica del humanismo desaparece con el

proceso de secularización operado durante los siglos modernos. Nada más alejado de la

realidad. A lo que da lugar la secularización es a un cambio de estrategia del humanismo

teológico, que ahora se transforma en una especie de nueva pedagogía teológica. En el

ámbito protestante, el humanismo fue el resultado de la disolución de la teología en ética

y filantropía.1 Tal es lo que sucedió en Alemania en el siglo XVIII y lo que alcanzó su expresión

máxima en la teología liberal de la segunda mitad del siglo XIX. No es un azar

que el término Humanismus lo introdujera en el vocabulario alemán Niethammer, un contemporáneo

y compañero de Hölderling y Hegel. En el ámbito católico, el humanismo fue

visto como la nueva vía o el nuevo rostro de la evangelización. Partiendo del análisis de

la debilidad de la razón humana, se intentó llegar a la necesidad de Dios y de la revelación.

Tal es, por ejemplo, lo que denominó Jacques Maritain “humanismo integral.”

Esta primera versión del humanismo, la teológica, es la que ha dado lugar a un furibundo

rechazo y a la aparición, sobre todo en el siglo XX, del llamado “antihumanismo.”

La tesis básica de todo este movimiento es que el humanismo moderno es una mezcla de

filantropismo y doctrinarismo propios de la mentalidad teológica. Esto es lo que representa

entre nosotros el libro de Félix Duque, Contra el humanismo. Y es también lo que

hizo escribir a Gianni Vattimo hace algunos años esto: “La muerte de Dios, que es cuando

menos la culminación y la conclusión de la metafísica, es también la crisis del humanismo.”

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Una última observación. Hay religiones sin teología. En nuestra cultura occidental religión

y teología han llegado a identificarse de tal manera, que ya no resulta concebible

una sin otra. Pero esto ni ha sido siempre así, ni mucho menos es necesariamente así.

No sólo hay muchas religiones sin teología, sino que habría que preguntarse si ello no

tiene ventajas indudables, como la de evitar la excesiva intromisión de la religión en

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asuntos terrenos; por ejemplo, en asuntos morales. Un cristiano ortodoxo, de los que rechazan

toda la teología posterior a Nicea, recordaba muy recientemente que en esas tradiciones

poco o nada teológicas la conducta correcta es entendida como terapia espiritual

y no como fin en sí misma. Esas tradiciones no poseen una teología moral en el sentido

estricto de la tradición occidental. No hay en ellas un discurso racional con dinámica interna

propia sobre las conductas que deben considerarse moralmente correctas. No hay

una lógica propia de la vida buena sino de la vida santa.3

El presente: La versión positivista del humanismo

Hay un humanismo teológico y un antihumanismo teológico. Pero en cualquier caso la

versión del humanismo que hoy goza de mayor vigencia no es ésa sino otra que surgió a

partir del Renacimiento y que alcanzó madurez con el movimiento positivista de la segunda

mitad del siglo XIX.

Recordemos brevemente los hitos fundamentales de su génesis.4 El descrédito de la

razón especulativa medieval dotó en el siglo XVI de vigencia al razonamiento práctico,

dialéctico y retórico. Eso explica que los renacentistas renovaran el ideal humanista ciceroniano.

Fue toda una opción filosófica. El saber humanístico puede permitirnos un acercamiento,

bien que limitado, a la realidad. La gramática, la retórica, la poética, y con

ellas las bellas artes, son el modo de penetrar en la profundidad de las cosas, de descubrir

sus más recónditos secretos. Frente a la cultura que elevó a paradigma las matemáticas,

la cultura que hace de la retórica el canon de conocimiento.

El movimiento humanista del siglo XVI se suele situar en los orígenes de la modernidad.

La Oratio de hominis dignitate de Pico della Mirandola puede servir como santo y

seña de toda esta época. La crisis de la Edad Media fue pródiga en consecuencias. Se

retorna a la cultura greco-romana, a la cultura clásica. El ser humano cobra conciencia

de su autonomía y, como consecuencia de ello, inicia un complejo proceso de emancipación.

Las letras humanas quieren ser autónomas, en vez de verse a sí mismas como

servidoras de la teología. A su vez, la crisis del pensamiento especulativo escolástico

hace que pasen a primer plano las artes, y con ellas las disciplinas que utilizan argumentos

no apodícticos sino dialécticos, como la retórica o la poética. De ahí que la cultura

del siglo XVI reciba el nombre de humanismo. No es por casualidad. Hay un retorno

a las fuentes clásicas, al humanismo greco-romano; hay, además, un renovado

interés por el ser humano y su

...

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